martes, 13 de agosto de 2024

La ventana indiscreta

Ella, envuelta en el mundo de la moda, con un vestido traído de París. Planteando ella una vía de futuro que le asusta a él, que querría “seguir como están”.

Por primera vez ella atiende a las razones de lo que sólo veía como una actividad de voyeur.

Pragmática asistenta, elegante novia e impedido fotógrafo, todos contemplando una de las historias que se desarrollan justo enfrente.

¿Volver a ver “La ventana indiscreta” (“Rear window”, Alfred Hitchcock, 1954)? ¿Cuándo fue la última vez en pantalla grande? Pues permitía, desde luego, otra nueva ocasión.
Cuestión de identificaciones, una de las primeras cosas que capté como si fuera la primera vez, aunque era tan evidente que, de no ser así no podría haberse dado ni un ápice de su trama, era que su acción transcurre en los días de la canícula veraniega, obligando a mantener abiertas ventanas y balcones y aún así sudar la gota gorda. Para más coincidencia, cae en la película al principio un aguacero, como el episódico de ayer mientras bajaba a la Filmoteca.
Fue Pau Pérez el que me hizo ver que ese recorrido con su mirada que hace el intrépido y aventurero reportero gráfico, ahora temporalmente atado a una silla con la pierna enyesada (James Stewart) por todos los apartamentos de los vecinos que comparten con él un amplio patio, no es otra cosa sino contemplar los diferentes escenarios de futuro que le esperan según cómo sea su respuesta a la petición de su inconmensurablemente elegante y guapa novia (Grace Kelly) de abandonar su estudio y sus viajes a cualquier extremo del mundo, casarse con ella y, en todo caso, dedicarse a la fotografía de moda. Allí ve, para ir escogiendo, a Corazón Solitario y su imposibilidad de dar con una pareja que le satisfaga, a Mis Torso dedicándose al ballet y asediada por los lobos, al compositor que no consigue más que acumular amistades de poco vuelo, a los recién casados con su ímpetu inicial, al matrimonio que busca en otro lado la felicidad que no encuentra o al de desavenencias hasta el límite. Incluimos la secuencia en un Ombres Mestres dedicado a “Ventanas y ventanales”, y me baila por la cabeza que también otra escena, con la despampanante Grace Kelly, por un momento ella y él despreocupados, cayó en otra sesión, en ese caso dedicada a “la felicidad”.
Para continuar con uno de los hilos que voy trenzando gracias a la visión de este ciclo actual Hitchcock, aquí también hay, de fondo, un conflicto debido a diferencia de clases. El fotógrafo, como le dice a su novia, no tiene ni un real, mientras ella nada en la abundancia, moviéndose como pez en el agua por por los entornos y caprichos de su clase.
Cada secuencia actúa en varias direcciones, desde la de la película de aventuras a la de la que explora el conflicto de la pareja. En un momento, por ejemplo, me quedé prendado de las culpabilidades de todo tipo pensadas con o reflejadas en las miradas del policía amigo y en la pareja de novios.
La intriga policiaca y la correspondiente ansiedad en el espectador que vaya a ver, básicamente, una película de ese tenor, gracias a las cronometradas secuencias en escalada, con sus perceptivas pausas, pensadas por Hitchcock, siguen, desde luego, funcionando a la perfección.
Y los arreglos que pueden observarse en esa coda final para cada personaje de la ficción, también. Lo que da pie a pensar que la película volverá a dejarse ver de nuevo, en el futuro, con el máximo placer.

Las diferentes pantallas, cada una con una historia particular. Ayer pensaba que, por ejemplo, podría repasarse lo que nos va diciendo lo que se ve en ese único pedazo de calle en cada ocasión en que se divisa: niños jugando con agua de una boca de incendios para poder refrescarse en el caluroso día, Dinner al que acude el barrio a desayunar o tomar algo por la noche, ajetreo de paseantes y tráfico, el sospechoso o policías anunciando su llegada. Y cada una de ellas nos puede llevar a pensar en diferentes películas.

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