martes, 27 de mayo de 2014

Era el mes de mayo


Sólo había visto de Marlen Khutsiev la –extraordinaria- escena inicial de “Tengo veinte años” (1964), que me dejó boquiabierto, y sin saber que era suya hasta que me lo han dicho entrando hoy a ver en la Filmoteca “Era el mes de mayo” (1970), la única que he podido pescar de su ciclo. Aunque me han comentado que no es su mejor película, o quizás por ello, me he quedado con enormes ganas de ver todas las demás.
Arranca con unas imágenes de las tropas rusas acabando con la última resistencia de Berlín, y termina con otras imágenes “documentales”, de época ya “actual” combinada con otras imágenes/toque de atención, que redondean lo que el film quiere explicar, y explica muy bien. En medio de esos dos momentos, se pueden distinguir a su vez dos partes muy diferenciadas. Ya han pasado cuatro meses de la guerra y un joven teniente y cuatro soldados esperan destino en una granja alemana. Allí duermen todo lo que no han podido dormir antes, comen y beben bien, contemplan y hasta bailan con la mujer del dueño de la granja. El protagonista, el teniente, se pone cada mañana a oír un disco, que significativamente es el “J’attendrai”. Realmente, tienen todo el tiempo que quieren para reflexionar, y los espectadores con ellos, sobre qué será de su vida en el futuro. Pero una noche un amargo descubrimiento cambia súbitamente toda su perspectiva, y se dan cuenta que han ayudado a acabar con algo inhumano, que debiera ser irrepetible.
Si tuviera que quedarme con una escena, escogería el largo trayecto del teniente en su motocicleta, acudiendo raudo y feliz (acaba de beber una buena cantidad de vino) a la llamada de unos camaradas. La cámara le coge sonriente en contrapicado desde la rueda delantera, o lo ve evolucionar por caminos limitados por árboles, cuyas ramas la cámara de tanto en tanto también deja ver pasar, recordando escenas parecidas de Dreyer o Lang, y ofreciendo un momento de plenitud difícilmente superable.
Habrá que esperar a una segunda oportunidad de ver los films de Marlen Khurtsiev, sin que esa vez nada impida acudir…

miércoles, 14 de mayo de 2014

Pasolini: Cinema, passió i compromís


“Pasolini: Cinema, passió i compromís”, se llamaba la mesa redonda. Y se ha hablado algo de cine pero, sobre todo en lo que respecta a algún ponente y a las discusiones finales entre ellos, Déu n’hi do, como decimos por aquí, la pasión y compromiso que se ha respirado. Vamos, que no ha sido poco lo derrochado. Y eso, desde mi punto de vista, está la mar de bien. La lástima, quizás, ha sido que todo ello se ha acumulado en los últimos minutos, cuando ya teníamos que desalojar el local, y la llama no ha podido propagarse y hacer prender la polémica entre el público, que se ha quedado sin su derecho a réplica o apoyo.
Se trataba de un acto del grupo Projecte Pasolini Barcelona, desarrollado esta tarde en el Instituto Italiano de Cultura de Barcelona. En la foto, Joan M. Minguet, Xavier Bassas, Pere Alberó –que moderaba- y Daniela Arónica.
Daniela Arónica ha extendido su discurso pintando a un Pasolini yendo a buscar un tiempo antiguo, que ya no es (La Trilogía de la vida) y alejándose a las periferias (“Apuntes para una película sobre la India” y “Apuntes para una Orestíada africana”), en cuanto vio que su mundo cercano ya no era ni iba a ser nunca lo que pensaba inicialmente que podía haber llegado a ser. Y se ha concentrado en “Medea”, un punto –ha comentado- de giro profundo.
Joan M. Minguet me ha hecho constatar una doble derrota evocando a Ricard Salvat, quien le comentaba que ya no podía explicar a sus alumnos las tragedias griegas a través de Pasolini, porque los jóvenes ya no veían las películas de Pasolini. Ha acabado, atento a lo del compromiso, mirando a nuestra más cercana sociedad, hablando, no con gran simpatía, de una serie de gente de esa que se ve que “cuenta” por aquí, y que tranquilamente explica que lo importante no es lo que se dice, sino cómo se dice.
Por último Xavier Bassas ha pintado, primero comedidamente, un Pasolini más que otra cosa “indisciplinado”, y ha valorado el efecto político, pero de verdad, de sus películas, que no tienen la lectura demasiado directa, en ocasiones victimista, de cierto cine neorrealista, sino un efecto subversivo, complejo, lleno de contradicciones. Pero tras esto se ha ido excitando y ha entrado en lo que ha llamado una rápida improvisación jazzística, siempre siguiendo fielmente a Rancière (como, de algún modo, le ha afeado Minguet), contra los aspectos que le molestaban de Pasolini, incluida la ostentación de su gusto por los jóvenes de cogotes rapaditos. Además, pensando en los posibles excluidos, viendo el clima soberanista que reina por aquí, todos a una, hasta ha finalizado su turno pidiendo encarecidamente que no se deje de mirar dialécticamente nunca a la sociedad catalana.
Lo dicho: quizás no demasiado sobre cine (aunque se ha hablado entre otras cosas de los planos secuencia y de los primeros planos de los rostros en Pasolini), pero “Déu n’hi do” cuanto compromiso personal –soltándolo- y pasión. Muy bien, pues.

martes, 13 de mayo de 2014

Las clases magistrales de André S. Labarthe



Si me hubiera cruzado por la calle con él no lo habría reconocido, y sin embargo su nombre me ronda siempre cuando pienso en películas que de verdad me interesaría ver. Hoy ha tenido lugar en la Filmoteca su primera "lección", y han pasado una muestra de cuatro trabajos suyos, muy diferentes entre sí.
Yo hacía a André S. Labarthe sinónimo de "Cinéastes de notre temps", la legendaria serie de documentales sobre directores de cine de todos los tiempos que él produjo junto a Janine Bazin, y de la que también dirigió un nutrido grupo. Hoy he sabido que a parte de éstas (de las que se ha presentado "John Cassavetes", con un arranque genial en el que el protagonista va conduciendo su "haiga" por las curvas de la montaña de Hollywood, y Labarthe muestra toda su fascinación por América), también tiene trabajos agrupados bajo el esquema de "La última secuencia", como la de hoy con Antonioni, explicando cómo rodó esa asombrosa escena final de "Profesión repórter", y toda otra serie dedicado al mundo de la danza, de la que hemos visto “Sylvie Guillem au travail”.
Pero quizás la pieza maestra de la sesión ha sido “Adieu Rita”. Rodada en 1987, cuando Labarthe ha decidido no ir una vez más al Festival de Cannes, se entera por los periódicos de la muerte de Rita Hayworth y se decide a hacerle un homenaje simplemente filmando las imágenes que sobre ella salen por la televisión. Sólo cinco minutos, en que haciéndose eco de un titular, “La muerte del cine”, acusa de la misma a las formas de hacer de la televisión, y la banalización que ha provocado.
Las sesiones están pensadas en plan “clases magistrales”, y éstas han aparecido hoy al final, tras las proyecciones. Labarthe, entre otras joyas, ha planteado al teatro como antecesor del cine. Tres actos, tres planos generales. Si había que cambiar de escenario, un entreacto. Y la aparición de los prismáticos, mediante los cuales el espectador hacía su propio montaje. El realizador de cine, ha concluido, no deriva del director teatral, sino del espectador de los prismáticos.
No voy a poder seguir sus tres lecciones siguientes (de miércoles a viernes), y a fe mía que me duele, porque veo que por ellas aparecerán Artaud, Ford y Hitchcock, Penn o Lang y Godard…

sábado, 10 de mayo de 2014

El bar de Buñuel en Zaragoza


Quiere la leyenda, o así me la han trasmitido, que en este bar tomase Luis Buñuel sus Dry Martini.

El camarero que me ha servido creo que no sabía ni quien era Luis Buñuel, pero puede ser. Esa decoración, aunque no debe ser en absoluto la misma de entonces, me permite imaginármelo aquí perfectamente...

 

martes, 6 de mayo de 2014

Incendies


Tras ver ahora mismo “Incendies” (Denis Villeneuve, 2010) en la 2 –hacía tiempo que no veía en este horario una película en TV-, dos impresiones alejadas del fondo del film, tan apto para coloquios productivos.
Una primera ha sido pensar cómo podían haber sacado de esta película una obra de teatro, pues se estrenó en Barcelona (Oriol Broggi) en 2012. A mí nunca se me hubiera ocurrido. Pero resulta que la cosa es totalmente al revés: La película se basa en la obra de Wajdi Mouaward, un autor y director teatral canadiense de origen libanés, de una familia cristiana maronita, huida de su país por los conflictos civiles que ahí sobrevinieron.
La otra más anecdótica. La he visto en V.O. con subtítulos para sordos. Cuando los subtítulos –en este caso sobretítulos- indican la presencia de un ruido, la descripción puede ser más o menos sencilla: Un tiro, fuego crepitando, risas,… Pero ¿cómo hacer para indicar la música? En la sesión de hoy no de manera muy feliz, o por lo menos sumamente reductora: He captado al menos cuatro diferentes: “Música triste, música dramática, música de intriga, música angelical”.