domingo, 25 de agosto de 2024

Falso culpable

Alfred Hitchcock presenta, sin broma alguna, más allá de la puesta en escena, que aunque lo caracteriza acercándonos una profunda sombra, no tiene ninguna intención de hacer reír.

La imagen premonitoria de Manny saliendo del club de jazz dirías que escoltado por un par de policías.

La aparición que suele hacer Alfred Hitchcock en sus películas, contrariamente a la norma, no es nada jocosa en “Falso culpable” (“The wrong man”, 1956; anoche en la Filmoteca). Se acerca desde el fondo con un foco iluminándolo por su espalda, de forma que sólo deja ver su silueta y sombra (ver foto 1). Se presenta y nos advierte a los espectadores que en esta ocasión lo que vamos a ver es una historia real.
Manny (Henry Fonda) toca por las noches el contrabajo en un club de jazz. A su salida del lugar surge un plano que me hace bendecir el trabajo que se tomaba Hitchcock en la planificación de sus películas. Casi coincide con la ronda nocturna de dos policías, lo que permite ofrecernos la imagen de la segunda foto. Pura casualidad ese cruce, pero sin embargo nos está anunciando lo que poco tiempo después le va a pasar, con la policía llevándoselo a la comisaría acusado de una sucesión de atracos. Son magníficas estas discretas, muy estudiadas, pinceladas premonitorias.
Algo así puede también pensarse cuando al día siguiente se persona en la compañía de seguros para ver si puede conseguir un préstamo y las temerosas oficinistas lo ven a él detrás de los barrotes que tienen en su mostrador.
A partir de ese momento comienza todo un proceso demoledor, imparable, lleno de claroscuros y sombras, que acaba con él en una celda enana. Los planos en los que se nos va mostrando a él en
ese proceso son cada vez más cortos, hasta fijarse en planos medios (cara y torso) en esa tan reducida celda individual a la que va a parar. Está atrapado, sin escapatoria. La cabeza le da vueltas, expresado eso por la cámara, en una secuencia de la que he tomado nota para el próximo Ombres Mestres que tenemos la intención de dedicar a “Desequilibrios”.
La bajada a los infiernos sigue, hasta el punto que él viene a ser, da la impresión, el rigor de las desdichas, y todo ese proceso está seguido con una precisión en los detalles absoluta. Quizás hay únicamente una cosa que no me ha convencido, que no “he comprado” tal como la presenta Hitchcock: la forma tan vertiginosa con la que se produce el derribo mental de la mujer del falso culpable (Vera Miles), aunque debo reconocer que dar verosimilitud a ese hecho habría alargado bastante una película que ya es muy larga y de difícil digestión.
En el libro de conversaciones entre Truffaut y Hitchcock, el primero plantea un tema muy interesante. Lo frío y sistemático del proceso hace pensar en algún momento en que estamos viendo un documental con los detalles de cómo sucede todo lo que, tal como le pasa a Manny, nos puede pasar en cualquier momento a cualquiera: primeras comprobaciones de la policía, careos, custodia objetos personales, encarcelamiento, conducción de reos a trámites judiciales, juicio, etc. Pero Truffaut le afea a Hitchcock que la película quizás la debiera haber hecho alguien que no sea un maestro de la puesta en escena como él, para que resultase así por completo “un documental”.
Hitchcock se molesta un poco, primero porque él sí cree haber hecho un documental, una mostración de la realidad en la que se basa fielmente la película. Luego, cuando Truffaut le hace ver una serie de toques muy suyos -como alguno que yo señalo por aquí- que no registran en absoluto objetivamente la mirada subjetiva de Manny con todo lo que está pasando, Hitchcock le recuerda que él ha realizado la película, como todas las demás suyas, obligadamente dentro de los cánones del cine comercial…
Anoche regresé a casa diciéndome que no escribiría nada sobre la película, pues no veía qué podía decir de ella aparte de alabar la perfección formal de su puesta en escena, describiendo una demoledora caída en el abismo, cuestión por la que creo que tampoco haré nada para volverla a ver. Pero luego pensé que podía hacer una entrada bien corta, únicamente hablando de esa imagen premonitoria de Manny saliendo del club de jazz da la impresión que escoltado por la policía. Además, resulta que tuve la suerte de encontrar por internet la captura de imagen precisa. Pero luego, ya puestos, añadí una y otra cosa… hasta volver a hacer otra entrada de las ya habituales, una vez más excesivamente larga, de esas que no hay quien lea, pues viendo su longitud, a ver quien no piensa que va a tener que dedicarle demasiado tiempo para ello, o con riesgo de aburrimiento supino.

En la celda.

El matrimonio con su abogado, planteando la defensa.

Otra entrevista con su abogado, en la que ella presenta, sólo con un fugaz aviso previo, su decaimiento mental… quizás demasiado vertiginosamente si pensamos en su verosimilitud.

Dos rostros que se solapan y confrontan.
 

3 comentarios:

  1. Probablemente ésta es la única película en la filmografía de Hitchcock que él se planteó con la específica intención de reproducir de forma vívida y real (acontecimientos y personajes son auténticos) la repentina pesadilla del individuo indefenso ante la acusación de un delito cometido por otro.
    Renun­ciando a cualquier estilización de la realidad o trucos de guión que potenciaran dramatismos, confió en la fuerza que en sí mismos contenían los hechos que narraba mostrándolos a través de un disciplinado estilo cercano -como apuntas- al documental. El resultado es una obra maestra tan estremecedora en sus premisas como eficaz en la aparente desnudez de su puesta en escena.
    Un saludo.

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  2. Por ahí va. Claro que también es cierto lo que dice Truffaut, de que Hitch era incapaz de no introducir florituras muy suyas, bastante alejadas del documental al uso.

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