jueves, 1 de agosto de 2024

The innocents


El poder sensorial que transmitía “Blind” (2014), una película sobre la ceguera que obligaba a agudizar cinematográficamente los otros sentidos, daba pistas sobre la capacidad del noruego Eskil Vogt ya en su primer largometraje.
El segundo suyo, “The innocents” (2021; ahora en Filmin) lo confirma como autor de un mundo en el que lo sensorial prima, hasta el punto de llegar a dar hasta un paso más, llegando a lo extrasensorial.
Si la anterior era una película inusual pero, digamos, realista, ésta circula por caminos más habituales (estilo el practicado por Nyan Shyamalan, por ejemplo), adentrándose en otros mundos ajenos al estrictamente físico.
Ya en la primera escena descubrimos, mediante un simple pellizco (hay luego un par de acciones más en esa línea) la crueldad que puede residir en ese segmento de la población que hoy está aupado hasta ser cadi intocable, la infancia.
Ida se hace con naturalidad amiga de un asocial niño que habita en el mismo bloque aislado de apartamentos, con su propio parque y vecino a un bosque, al que se ha mudado su familia. Por su parte, su hermana Anna, con un severo autismo a cuestas, entra misteriosamente en contacto con una niña del mismo entorno, notoriamente marginada. Tanto uno como la otra, haciendo descubrir ambos que lo mismo pasa con Anna, tienen unos poderes mentales nada normales, que están en proceso de ir descubriendo.
Algún plano como el que constituye el cartel de la película, que podría pasar por totalmente efectista, tienen, de hecho, una cierta justificación, por cuanto obedecen a una visión subjetiva: el punto de vista es habitualmente el de Ida, la niña pequeña.
Entre las exploraciones de Ida con su nuevo amigo, que pronto se descubre terrible, aunque luego se muestre desconsolado con las consecuencias de sus acciones, vemos, sobre todo, un marcado recuerdo a la escena más cruel de “L’enfance nue” (Maurice Pialat, 1968).
Quizás sí podamos colocarla en el saco del cine fantástico y de terror, pero yo diría que, como mínimo, aporta una serie de elementos a tener muy en cuenta.
Hay, por encima de todo, ese aparentemente idílico pero insano microcosmos en el que pasa a habitar la familia, representantes de la Noruega de toda la vida: rubios, altos, guapos… aunque con una tara preocupante, esa niña que ha perdido el habla y parece ajena a todo tipo de sentido, pero que descubriremos que, si hay salvación, será a través suyo. De ese nuevo entorno sólo vamos a conocer otras dos familias, correspondientes, no por casualidad, a familias sin padre -apenas si aparece también, inmerso en su trabajo, el de la familia blanca- y de origen inmigrante, seguramente refugiados.
También me ha parecido ver que todos los habitantes del lugar -recientemente o desde siempre- pertenecen a una sociedad y clase trabajadora, y apostaría a que el gran bloque, pese a la buena impresión general que ofrece desde nuestras coordenadas, se trata de un polígono de planificación social.
Y, sobre todo, queda patente lo infranqueable distancia que separa el mundo de los niños del de los adultos, sin posibilidad de intervención de uno sobre el otro, salvo en aspectos superficiales.


 

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