jueves, 1 de agosto de 2024

Recuerda

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Si Carlos Alcaraz se acercaba al escaso metro de sombra del final de la pista mientras su rival (ruso, pero sin banderitas) iba a buscar toalla o bolas, ya se puede imaginar mi actitud cuando ayer, a las 16,30h, con gran arrojo, me dirigía hacia el Raval…
Iba a ver en la Filmoteca el Hitchcock del psicoanálisis, del sueño de Dalí que emparentaba explícitamente al director con el arte: “Recuerda” (“Spellbound”, 1945).
En una copia digital impecable, con un blanco y negro lleno de contrastes, me puse a ver y a resultarme extraordinario su principio, correspondiente, curiosamente, a todo lo que no solemos recordar de la película.
Tras un rótulo explicativo (ese sí recordado) sobre en qué consiste eso del Psicoanálisis (hay que tener en cuenta que estamos en 1945…), aparece una guapísima Ingrid Bergman sin (foto 1) pero sobre todo con gafitas, pues es una de las científicas -la Dra. Petersen: ahí pensaron en su origen sueco…- a cargo de un Centro Psiquiátrico. Pese a que otros científicos le echan los tejos (foto 2), ella parece incombustible, sólo dedicada a su profesión.
Todo el cuadro del Centro (que luego, con sus cotilleos y demás, demuestran ser como críos) está esperando con una expectación inusitada que llegue el nuevo director… cuando por la puerta, bien enmarcado, aparece el joven y apuesto Dr. Edwardes (Gregory Peck). Un primer plano de la perturbación en su cara y luego la mirada de la Dra. Petersen al recién llegado (foto 3), que se corresponde con el primer plano que recoge la mirada correspondiente de éste (foto 4), sumado al incremento en intensidad de la música de fondo, nos indican a las claras que se ha producido entre ellos un auténtico flechazo, un “coup de foudre”, que dicen los franceses.
No tardan en aparecer los primeros síntomas de una mente algo alterada en el nuevo director, una cuestión que irá apareciendo y se nos irá recalcando coda dos por tres, pero el caso es que la feliz relación entre los dos se establece, como confirman una osada subida por una escalera, bajo el subrayado de la música, que permite ver una rendija de luz bajo la puerta de un dormitorio vecino a la biblioteca y un picnic campestre (foto 5), por no decir una serie de puertas que se van abriendo de par en par, hasta el monumental beso entre los dos (o viceversa, que ahora no recuerdo).
De hecho, con lo que explica la doctora por el principio de lo que es el complejo de culpa y las ventajas del psicoanálisis para curarlo, ya todo está dicho y con esa media hora inicial, si llega, ya podríamos irnos del cine, dejando de ver una película que no deja de ser un nuevo caso de falso culpable, en la que éste y su enamorada buscan al verdadero culpable mediante un viaje, sí, pero a lo más profundo de la mente.
Quizás por esto, por tratarse de otro tipo de viaje al habitual, habiendo luego escenas en un espacio tan hitchconiano cono la Central Station de NY, o un par en tren (foto 6), pese a lo que era esperable, Hitchcock no les saca prácticamente ningún partido.
Siempre, esos toques psicóticos ante las rayas en superficie blanca y ese descenso en esquí (en la foto 7 a punto de producirse) e incluso los mismos dibujos dalinianos (foto
😎
, me habían hecho desmerecer, en visiones anteriores, la película, posiblemente por sus groseramente enfatizadas repeticiones y por sus miradas y sus muy visibles trasparencias (foto 9). Ayer me parecieron, por el contrario, encantadoras.
Luego ya casi sólo queda una nueva subida de escaleras bajo música en intensidad (¡qué partido les saca siempre -a esas sí- Hitchcock!) hasta ver de nuevo una luz bajo la puerta de una habitación, y un final descubriendo al asesino que, mira por dónde, en una escena previa me volvió repentinamente a la memoria.
En cuanto a lo del viaje Ida y vuelta al Raval, ese efectuado heroicamente, con gran arrojo, ¡prueba superada!

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