jueves, 27 de febrero de 2025

Morlaix

Marina Vinyes, Jaime Rosales y Oti Rodríguez Marchante, ya en el coloquio posterior a la proyección del film.

El impresionante viaducto que marca de forma profunda (sólo pasé por la ciudad brevemente, pero lo atestiguo) la población y a la propia película a la que da título, apareciendo éste repetidamente por eso del cine dentro del cine

Aminthe Audiard. No tengo ninguna duda de lo bien escogida de la protagonista.

Samuel Kirscher, quien, según Jaime Salinas, es poeta.

Ambiente de gran acontecimiento anoche en la Filmoteca, donde se estrenaba “Morlaix” (Jaime Rosales, 2025). Su director expresó su satisfacción al ver la sala grande llena hasta la bandera, porque -explicó -, “aunque es verdad que han venido muchos amigos y gente que ha intervenido en la producción, los demás son espectadores ‘salvajes’, y ver tantos de éstos acudiendo a una de mis películas es una extraordinaria excepción”.
Este espectador salvaje, llegado un momento de su largo (125 minutos) transcurso, se dio cuenta que esta película, en la que un grupo de jóvenes de la población bretona que le da nombre van por aquí y por allá, discutiendo entre sí con pasiòn sobre el amor y la muerte, y que experimentan en sus carnes uno y otro, con la única salvedad de una primera escena en que música y diálogo te hacen temer lo peor, viene a ser del tipo que le gustaba ir a ver a los cines, pero que ya no encuentra.
Donde me parece, en cambio, que falló Jaime Rosales fue en su organización de coloquio posterior a la proyección. Supongo que temeroso de por donde saldrían las preguntas del público, había dispuesto tener una charla previa con el crítico Oti Rodríguez Marchante. Entre ciertos desvíos propios por caminos teóricos algo rimbombantes por los que gusta perderse y un Oti R. Marchante que, a mi parecer, erró la concepción del público al que se dirigía (efectuando en vez de provechosos diálogos unos extendidos monólogos, largas peroratas defendiendo, así en general, un tipo de cine que haga pensar al espectador, como si toda la sala fuera consumidora de films de superhéroes y combates espaciales), fue pasando el tiempo disponible sin la más mínima substancia.
Suerte que -y esa sí fue una buena y agradable sorpresa- hubo tres preguntas del auditorio que hicieron bajar a Rosales a responder de forma concreta y, entonces sí, provechosa.
Una de ellas, la primera, la efectuó nuestro Petit Alphonse, que había oído un dato perdido entre todo lo anterior sobre que las conversaciones de que hablo eran realmente cosecha de los chicos que hacían de actores, y le preguntó a Rosales qué había de concepción previa e imposición suya y qué de captado de esas conversaciones libremente expresadas.
Fue entonces que oímos por vez primera sobre la estructura concebida para la película cosas que podíamos haber visto y deducido aproximadamente, pero que estaba bien dejar establecidas. Por un lado, habló de esas diferentes texturas (él creo que habló de poéticas, pero vaya): partes en blanco y negro, partes en color tomadas de dos formas diferentes, otros (siempre sobre la protagonista, Gwen) primeros planos en B/N con fotogramas acelerados y saltos internos (ahí sí que luego Oti corroboró la evidencia de que hacen entrar en sus pensamientos) y, finalmente, otras escenas en B/N rodadas con una camarita. De la misma forma, hay en el film el planteamiento previo de escenas con diferente implicación suya en lo que se dialoga en ellas. Así, hay -enumeró- unas pocas que partían de unos diálogos escritos por él, otras en las que incitaba a hablar de algo genérico, otras en las que oía hablar a los diferentes actores jóvenes y luego decía a cada uno lo que más le había llamado la atención para que lo desarrollasen durante el rodaje de grupo y, finalmente, una escena, que se corresponde al coloquio campestre posterior a la visión por todos ellos de una película, que dejó que dijeran lo que creían y él simplemente lo rodó todo.
La segunda pregunta, de Manuel Delgado, apuntaba a Morlaix como tercer protagonista del film, pues no por casualidad es el escenario principal, fosa local de la que la protagonista quiere escapar hacia París, y, de hecho, además de ser el título de la película, aparecía triplicado en ella. Jaime Rosales acabó contestando sus razones para haber centrado en Morlaix, precisamente, la película, pero no fue hasta el final del coloquio, después de contestar la tercera pregunta.
Y esa tercera correspondió a una chica que, supongo que habiendo visto recientemente películas de la generación de la Nouvelle Vague, había captado una serie de referencias como la sorpresiva coreografía que se montan por el principio dos chicos y la chica, que a mí también me llevó ipso facto al baile de “Bande à part”) y formas de hacer -según ella- muy NV. Ahí contestó Rosales, en una argumentación de esas suyas, construyendo unas teorías sui generis, diciendo que hay dos formas de hacer cine, la americana y la francesa, y que a él le gustaría hacer, separadamente, al menos una película de cada una de ellas. Que siempre había querido hacer una película francesa, que vio Morlaix y se dijo: aquí podría hacer yo mi película francesa…
Y no me queda más que dejar escrito que considero el epitafio que puede leerse en una escena de la película, firmado por T.S. Elliot, muy hermoso e incisivo.

Uno de los encuentros a dos, aunque son más numerosos en grupo.

Acudiendo al cine, que tiene un papel importante en la trama.

Y haciendo el coloquio posterior a la visión de la película.

Mélanie Thierry, corroborando eso de actrices bien escogidas.

Mélanie Thierry y Àlex Brendemül.








 

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