domingo, 16 de febrero de 2025

Le vampire de Dusseldorf

De las imágenes documentales del inicio.

Levantamiento de cadáver visto a través de los prismáticos de Kuerten.


Otra coproducción hispano francesa, aunque en esta ocasión al ser yo tan fatal fisonomista no he podido identificar a ningún actor español, la pasan por Bétevé, aunque con la diferencia de que a ésta sí la conceptúo como muy bien realizada, con el único inconveniente de que se ha de hacer abstracción -al menos en la copia que he visto- de una banda sonora desastrosa en todo lo que a efectos de sonido se refiere, con intervención, entre otros efectos doblados, de los desgraciadamente famosos -por habituales en tiempos- “pasos de TVE”.
Se trata de “El asesino de Dusseldorf” (“Le vampire de Dusseldorf”, Robert Hossein, 1965), que no es una nueva versión de la extraordinaria película de Fritz Lang, aunque esté basada en los mismos sucesos de los años de ascensión del nazismo en Alemania.
El film tiene una introducción documental sobre la situación y hechos de entreguerras, que luego aparecerán también ficcionados en la trama, con quema de libros y la alegre muchachada de las SA persiguiendo y golpeando a un desgraciado. De hecho, este ambiente determina fuertemente el clima de toda la película.
Dejando el documental, vemos inicialmente desde muy lejos, en un plano que ya llama la atención, el levantamiento del cadáver de una chica. Lo hemos visto a través de los prismáticos de Peter Kuerten (Robert Hossein), un obrero que acude al trabajo en bicicleta y vive a cargo de una buena mujer en una habitación en donde poco después veremos que se dedica a recortar y coleccionar artículos de periódicos que recogen la racha de asesinatos de jovencitas que está habiendo en la ciudad.
Meticuloso, de gestos programados, pronto deduciremos que kuerten (cuyo rostro por momentos recuerda él a veces inmutable de Pierre Étaix) va sumando con su actuación elementos para hacernos sospechar que se trata del asesino en serie.
Con bastantes planos generales que muestran realmente muy alejados, diminutos los personajes en medio de las calles y plazas de la ciudad, dirías que expuestos a ser las víctimas de una enorme fatalidad que la aprisiona, decía que se notaba una película muy pensada y bien rodada. Ciertos planos en picado te hacen mantener imantada la mirada en la pantalla, intentando discernir lo más posible de lo que te presentan, de la misma forma que la cámara te muestra el obsesivo seguimiento nocturno de mujeres de la noche, u otros elementos de otra índole, como una música que descubrimos correspondía al disco que corría en el tocadiscos que el personaje acaba de apagar, o esa mirada fija imperturbable del obrero, el único que no atiende a los nazis que les vienen a reclutar, al igual que esa mirada fija que une a la cabaretera Anna con su eterno visitante nocturno, cruzando toda la sala de “El Dorado”, avalan lo que digo

En El Dorado



Con su patrona.

Haciendo el álbum de recortes.


Entrenando a mujeres policías para hacer de cebo del asesino en serie.

Quema de libros de los purificadores.

Y apaleamiento de una víctima.



 

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