viernes, 21 de febrero de 2025

Organizar la indisciplina

Presentacion. El responsable de La Inesperada y Pere Alberó.

Representación de una escena de Antígona, a quien no le dejan enterrar a su hermano.

A sus 92 años, ese paisano sube con su carga. Un acertado espectador quiso ver ahí a Sísifo subiendo la montaña cargando su pesada piedra.

Creía haber visto previamente -ahora sé que no, que fue un error mío de apreciación- un fotograma de la película en la que aparecían unos actores vestidos de milicianos con coloridas gorras y, dados los antecedentes (nunca me creí, por ejemplo, la tan alabada “Tierra y Libertad” de Ken Loach, que trata un tema parecido) acudí, lo confieso, con cierto temor a la proyección de “Organizar la indisciplina” (Pere Alberó, 2023), que ayer se presentó en la Filmoteca dentro del Festival La Inesperada.
Alarma infundada: me parece una de las mejores películas de Alberó y de las que he visto en estos últimos tiempos, que narra no sólo el tema de la revolución libertaria durante la guerra española, sino que se adentra, de una forma nada fatigosa y muy bien integrada en el relato, el contexto teórico histórico de las dos líneas de pensamiento que se enfrentaron en el bando republicano sin ninguna idealización simplificadora y, lo más importante, tiene siempre presente y cuestiona el momento actual, al que hemos llegado dejando enterrados todos esos pensamientos y conflictos que quiere, con su película, volver a hacer presentes. Pero vayamos por partes.
“Hice esta película, un ensayo, para saber más cosas, intentar fijar lo que pasó y, en la medida de lo posible, fomentar discusión, ya sea a favor o en contra de lo que en ella se sostiene” -dijo Pere Alberó -no con las exactas palabras que indicarían las comillas- en la presentación previa al pase de la película. También, que es cine artesanal, todo filmado por él con una camarita personal, y trabajado luego en su ordenador, conteniendo imágenes bastante actuales, pero otras filmadas hace ya trece años, con lo que muchos de los que aparecen ya han desaparecido. Por último, que es una película que tiene a Barcelona y al pueblo aragonés de Oliete como los dos escenarios y protagonismos más importantes.
Barcelona y Oliete, así es, son los dos lugares escogidos para intentar fijar “lo que pasó” entre julio del 36 y mayo del 37, desencadenante práctico, en el terreno, del enfrentamiento que paulatinamente se refleja entre la línea teórica marxista y la de Bakunin. En Barcelona mediante lectura de diferentes autores testigos de los acontecimientos (luego referenciados, junto a los correspondientes a la discusión histórica, en una amplísima bibliografía en los títulos de crédito). En Oliete, y ahí se asienta la maravilla profunda de la película, mediante conversaciones con algunos supervivientes paisanos del lugar e incluso entre algunos de esos mismos habitantes.
Una cita de Anselmo Lorenzo (“Paz a los hombres. Guerra a las instituciones”) encabeza el film, como dando luz sobre por dónde se decantan las ideas del autor.
Sigue una escena en la que una actriz con máscara representa el drama de Antígona. Un preámbulo que, sabiendo el “historial delictivo” del realizador, me ha acercado a Angelopoulos, que siempre fundía sus historias en antiguas referencias míticas. Luego, en el coloquio, Esteve Riambau también mencionó al director griego, hablando de la famosa escena de “La mirada de Ulises” en la que se ven los restos de la estatua de Lenin bajando en barca por un río, escena “de la que tu película supone una precuela” -le disparó- y, para reafirmar lo de Angelopoulos y la referencia griega, Blanca Vilà, que también se había acercado, bajando desde l’Empordà, para ver la película, en el coloquio habló de los saltos atrás y adelante en la historia, las superposiciones, que también están en “El viaje de los comediantes” y luego me hizo ver a mí, en un aparte, que todas las otras ciudades europeas (Londres, Ginebra, La Haya,…) que aparecen en la película como sedes de acontecimientos históricos que llevaron a la I Internacional y posteriores a la misma, tenían una clara función de coro de los auténticos protagonistas de Alberó, que -como también comentó en su intervención en el coloquio, eran la gente y, en su caso, claramente la gente, de carne y hueso, de Oliete.
¿Por qué me ha resultado tan interesante la película? Seguramente por lo que tiene no tanto de explicación de unos hechos que, aunque Alberó diga que están muy olvidados, yo diría que ya eran sobradamente conocidos. En todo caso, la aportación impagable de la película en este sentido es el testimonio de esos ancianos de Oliete que, aunque muy jóvenes entonces, vivieron esos momentos. Entrañables (las risas que se echa uno viendo sus declaraciones iniciales, él redoblando lo que cuenta su mujer), llegan a refutar hasta la idea que tenía, emocionado, Alberó, leída en varios textos, de que las colectivizaciones llevadas a cabo en el campo aragonés no forzaron a los campesinos a entregar sus tierras y sus medios y que coexistieron en un mismo municipio tierras de explotación colectiva con otras de individual: al menos en Oliete dejan claro que no fue así, y todo fue colectivizado sin dejar otra opción. Otro documento divertidísimo y ya hoy imposible de obtener, reside en esas tres o cuatro mujeres con enorme memoria (bueno: una no, y bien que ya se queja ella de ello) que nos van indicando dónde se situaron cada parada en la iglesia convertida en sede del mercado.
Pero, decía, no está en esas u otras revelaciones el motivo de mi convencimiento de haber visto una buena película, sino por su laboriosa e inteligente forma en que va confrontando, en todos los lugares de rodaje, la historia con la actualidad, las más de las veces con una mirada irónica, que resulta demoledora. También, otro momento emocionante es ese -ahí sí- descubrimiento de los agujeros de balas que pueden distinguirse en la mismísima plaza Catalunya, ahí ignorados por todos, con solo apartar un poco unos matorrales. Si esta misma semana comentaba la emoción que me había llevado al descubrir, mediante un viaje en un ascensor público de esa misma plaza, la torre del portal de San Sever de la muralla medieval, qué decir de los sonidos, pensamientos y emociones que resucitan esos agujeros, también ignorados por los transeúntes.
1, Revuelta. 2, Triunfo. 3, Discordias. 4, Enfrentamiento. 5, Derrota. Estos son los capítulos, indicados en intertítulos, que van marcando el relato desenterrado. A mí, sin embargo, me gustaría acabar esta crónica con la pregunta que lanzó Blanca al final de su brillante intervención en el coloquio, impelida por lo visto en el propio film y apesadumbrada por la pésima situación política global que se confirma, agravándose, día a día: ¿Cómo organizamos la rebeldía?

Tres mujeres recorriendo la iglesia de Oliete y señalando donde estaban las diferentes paradas del mercado que la ocupó tras la revolución.

Y al final del coloquio. La Filmoteca volvió a ser el magnífico foro que en ocasiones es.
 

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