Seguramente me habré descontado, pero anoche, en la Filmoteca, vi diez cambios de plano en “Siroco de invierno” (Miklós Jancsó, 1970). En cualquier caso por ahí andará. Eso quiere decir que, excepción hecha de las fotos del principio, todo el metraje de la película está resuelto en once o pocos más planos-secuencias, con la cámara moviéndose sin parar. Excuso decir lo que supone eso de trabajo preparatorio y ensayos de actores y técnicos.
Quizás fue la co-producción francesa (primera con Jancsó, creo) la que obligó a añadir a la introducción documental histórica a base de fotografías (un procedimiento ya utilizado en ocasiones anteriores por el director) unos rótulos explicativos, que informan del asesinato, en 1934, en Marsella, del rey Alejandro I de Yugoslavia, tras su fuerte represión a los nacionalistas de los diferentes países unificados tras la I Guerra Mundial, y avisan de la existencia de terroristas dispersos por todos lados dispuestos a atentar.
Quien suponga que con esa explicación del principio ya todo es claro y diáfano, es que no ha visto ninguna película de Jancsó, donde las contradicciones, los cambios de perspectiva, dirección y de bando están a la orden del día. Digamos únicamente que en la película Marko, un héroe nacionalista, se refugia en una casa de la frontera, dónde parece preparar con sus hombres el atentado.
Aún compuesta por únicamente esos pocos planos secuencia, al no ser éstos, salvo en la gran llanura nevada del principio, planos generales tan amplios como en otras películas, posiblemente Miklos Jancsó nos quiere hacer partícipes a los espectadores visualmente de los líos y obstáculos que se entrecruzaban en la época, pero presenta una película que, para mí, pierde muchos enteros respecto a las bellas virguerías que entregó por esa misma época.
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