La primera sorpresa que me he llevado viendo “Los días perdidos” (la práctica del curso 62-63 de la Escuela Oficial de Cine realizada por Victor Erice, que no había llegado a ver hasta ahora) es que empieza con, como banda sonora -que luego continúa en otras escenas- el “Sketches of Spain”, de Miles Davis. Al poco he razonado que ese de aprovechar cualquier música que los alumnos pensaban era ideal para su práctica era un proceder habitual, constituyendo ahora una de las dificultades para comercializar estas películas tan interesantes, pues no se pagaba para ninguna de ellas derechos de autor.
Pero te llevas otras muchas sorpresas positivas -o quizás no tanto tratándose de Erice y de la EOC- viendo la práctica.
Una inmediata es la cantidad de elementos puestos en juego para colaborar en su resultado. La preciosa aproximación inicial por una galería exterior de una casa hasta una ventana en la que se distingue una palmatoria, mientras se oye el rezo de un rosario, da idea de uno de ellos: en el mediometraje (41 minutos) se aprecia la utilización de varios travellings. Pero se ve aparecer -es verdad que podía ser buscado en su trayecto habitual- hasta una locomotora en marcha…
Pero la sensación que más cunde con la visión se debe a méritos de la planificación de escenas de Victor Erice. He hecho sendas capturas de pantalla de dos de ellas que me parecen extraordinarias, y de una belleza poco común.
En la primera, un niño camina por una calle descendiente. Lleva colgado de su brazo un cubo metálico vacío que, al zarandearlo, va haciendo ruido. Va siguiendo a pocos metros a la protagonista por la calle de su infancia, pronto momentáneamente oculta por unas sábanas puestas a tender en unos cables de la acera.
En la segunda, vemos los rostros de la protagonista y de su ex-novio, que han salido a pasear por el extrarradio, donde lo solían hacer durante su noviazgo, con miradas cruzadas pero absolutamente paralelas, a dos niveles, dando cuenta de la imposibilidad de su comunicación.
Película de profunda tristeza, desde su mismo título que tan bien resume todo, por su ambiente (un invierno que se siente), su entorno (sitios de una pobreza galopante, que no crees que levanten cabeza nunca), con voces que acaban de dar la noción de prisión insoslayable (Radio Nacional, la mención del Madrid sitiado durante la guerra perdida, la amiga que dice que la boda, al menos, la liberará del trabajo y que tiene las quinielas y la envidia de París como puntos de alejamiento) y hasta sus acciones (visita al cementerio, burdo e impotente acoso -sin éxito- del ex-novio, esa conferencia en los bajos de la moderna Telefónica de la Gran Vía madrileña, con ese conserje que más parece un militar chusquero).
La tristeza infinita (hasta el perrín que aparece resulta triste) es, creo yo, el objetivo del film de Erice, y todo está planificado para producirla.
Sólo me molesta la voz en off, supuestamente de la protagonista narrando sus acciones y sensaciones al llegar -tarde- a la muerte de su padre, en un regreso a Madrid desde el París en que vive. Podría haber sido -y me pregunto si Erice lo tuvo como referente- como la voz en off de la protagonista -también mujer, en un momento de bajón anímico- de “Une simple histoire” (Marcel Hanoun, 1959), pero, a mi entender, no da en absoluto con el tomo.
La película puede verse en el enlace de más abajo, pero con tres enojosos, insoportables cortes publicitarios, interrumpiendo secamente cuando menos se espera:
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