viernes, 1 de noviembre de 2024

Cantata

El joven médico, en plena crisis de crecimiento

El doctor de viejos métodos, al que creía haber derrotado.

En el café de moda de Budapest.

Me había planteado dejar un tiempo de publicar cosas, al menos hasta que finalizase esa desesperación de ir viendo incrementarse la brutal cifra de fallecidos que han ocasionado las crecidas de los ríos pero, dado que no puedo hacer nada para solucionar eso y el terrible dolor que se va expandiendo, desesperándome por mi parte ante la constatación de que
-en vez de intentar paliar los efectos de los desastres naturales, la humanidad está empeñada en añadir por su cuenta desastres de todo tipo.
-en vez de apostar por buscar vías de actuación ante los peligros, se incide, con la acción humana, en agravarlos.
-da la impresión de que la contemplación y mostración del dolor y el azuce del odio sean la primera prioridad ante unos hechos como los acaecidos.
-los medios de comunicación parecen revivir con la reiteración de imágenes y relatos del drama.
pues he decido seguir actuando como hasta ahora, en mi burbuja.
En este sentido, este mes en la Filmoteca están previstos tres ciclos de cineastas de los que no me quisiera perder sus películas que aún desconozco… y unas cuantas más de las que ya he visto anteriormente. Son los de:
-Miklos Jancsò
-Ermano Olmi
-Nicolás Pereda (en sesiones de L’Alternativa).
Y ayer empezó el primero, con la proyección de “Cantata” (1963), reafirmándome tras verla en mi decisión de intentar ver lo máximo posible de la estupenda y muy loable retrospectiva programada.
No es “Cantata” representativa del cine que más fama dio a Miklos Jancsò, al que ahora la gente acude, según he constatado, porque Bela Tarr lo ha señalado en varias ocasiones como su maestro. No hay en ella esos movimientos rítmicos de masas, esa cámara en continuo movimiento entremezclándose con unos personajes que poco a poco se fueron convirtiendo en modelos.
Sí es, en cambio, una estimable muestra de los nuevos cines de los años 60 de los países del este europeo, abiertos a las modas que llegaban de Occidente (no por casualidad la película empieza con un personaje leyendo un libro francés y otro contemplando un libro de arte contemporáneo, como después vemos y oímos ambientes y músicas nacidas a este lado de lo que se llamó el telón de acero) pero con sus propias características específicas, con una fotografía en blanco y negro muy característica y notable.
Tres entornos -tres ambientes- se suceden en el metraje:
-el de un hospital aislado, con sus jardines, en el que asistimos a la angustiosa tensión por una operación a corazón abierto pero, sobre todo, a las diferencias entre dos generaciones de médicos.
-el de una enorme modernidad artística y social. Es impresionante el salto que da la narración desde el hospital a un restaurante en el que un pianista toca al piano una pieza de jazz de lo más dinámica. Como también destaca la entrada en el interior de un café que podría ser de película de la Nouvelle Vague… de no ser que a través de sus vidrieras se distingue el muy típico tranvía circulando por el exterior.
-el de un entorno rural, en el que todo da la impresión de desarrollarse como antaño, aunque más desolado.
El nexo de unión entre los tres entornos es un médico de 32 años, introducido en los medios artísticos de Budapest, que va a ver al final a su padre a la casa del mundo rural en el que nació. Y que vive en un momento de despiste total sobre el rumbo que dar a su vida.
Sólo ese último escenario ondulante de un paisaje cerealista se acerca al icónico de las más famosas películas de Jancsó. Pero aún tenemos todo un ciclo por delante para acercarnos.

Proyecciones de cine experimental y de vanguardia, con música improvisada en directo




 

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