miércoles, 13 de noviembre de 2024

Silencio y grito

Encuentros clandestinos en la llanura.

Cuando vi “Silencio y grito” (Miklós Jancsó, 1967) por vez primera (no sé si fue en una sesión del Cineclub Informe 35 conducida por Romà Gubern), me aburrí un montón y no entendí nada.
Vista anoche en la Filmoteca, si bien sin considerarla a la altura de otras de esta época, la he seguido con un interés que no ha resultado insatisfecho. Eso sí: su misma depuración, reducción a sus formas esenciales hasta la exageración, la convierten en una película que no recomendaría nunca a quienes no conocieran previamente a su autor.
Cuesta, desconocedores de los detalles de la Historia reciente de Hungría como somos, hacerse cargo de la situación que, más bien alegóricamente, nos presenta. Por los trajes y uniformes deducimos que la trama figura estar datada acabada la primera guerra mundial. Vemos a unos fugitivos del que se nombra una vez era el Batallón Lenin -por lo tanto comunistas-, que se mezclan entre los campesinos del lugar. Y a unos soldados que emprenden una represión feroz, liquidándolos mediante un claro precedente de la Ley de Fugas u obligándolos a ridículos castigos -como “el salto del conejo”- y, de paso, manteniendo en un continuo temor a la población que, de tanto en tanto, les da refugio, ellos también sometidos a las arbitrariedades de los militares.
Toda la película obedece, entonces, a lo que preconiza su título: un largo silencio (asumiendo y aguantando como sea la represión) y un corto, muy escueto grito liberador.
Pero todo eso presentado con las siempre identificables maneras de Jancsó. Tras un desfile de fotografías de paradas militares con una música que yo diría algo bufa, empiezan una serie de planos por el paisaje rural abierto típico de sus films. En este caso, los campos, algún reducido bosque y un par de granjas -una de ellas haciendo de acuartelamiento- y los terrenos que las rodean son todos los escenarios de las acciones que se nos presentan, seguidas siempre por una cámara en perpetuo movimiento, yendo de unos personajes a otros, que toman el relevo, pero además con ese eterno sentido circular que hace que una acción se dé una y otra vez, se haga y se deshaga.
Como pasa en otras, una cosa buena de estas retrospectivas: los actores, recurrentes, se te acaban por hacer familiares, y descubres, film tras film, que siempre encarnan idénticos personajes, con la única variación de la época, ya sea en el campo de los rebeldes, ya cansados, perseguidos, ya sea en el de los represores.

En la granja en medio de la llanura ocupada y vigilada por las tropas.

Granjas con visitas constantes de los militares.

En el lugar en el que los militares han instalado su cuartel. Lugar de denuncias y burocracia represora.


 

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