Como en “Mi camino a casa”, hecho el salto cronológico hacia atrás, húngaros que arbitrariamente pueden ir a parar a la Libertad o a la muerte en manos de los rusos, aquí no soviéticos, sino rusos blancos, pues han ido voluntarios con los primeros. En un continuo va y vuelve de gente para aquí y para allá, la cámara en perpetuo movimiento, descubriendo situaciones cambiantes, ordenes y acciones contradictorias.
Igual que en “Los desesperados”, reclusos hacinados -aqui en un antiguo monasterio, mucho más amplio- y vigilados por tropas.
Represión que llega hasta la ejecución.
También como en “Los desesperados”, los guardianes -aquí los rusos blancos- imponen juegos de una crueldad infinita, que recuerdan a Villiers de l’Isle Adam, con aquel cuento del prisionero que veía que el carcelero había dejado abierta la puerta de su celda.
Me ha gustado ver casi seguidas “Los rojos y los blancos” (Miklos Jancsó, 1967; anoche en la Filmoteca) y su anterior (1965) “Mi camino a casa”, por permitirme atar cabos.
En ambas interviene el mismo actor (András Kozác), haciendo un similar papel, de joven húngaro indeciso en sus ideas, aunque en la de 1965 se esté hablando del final de la II guerra mundial y en la de 1967, como indica su título, de la guerra -muchos años anterior- entre rusos blancos y rojos.
Viendo anoche el plano final de “Los rojos y los blancos”, como el de “Mi camino a casa” únicamente con Kovács en cuadro, deduje que Jancsó lo había rodado así para retomar a su personaje y transmitirnos una idea: El personaje ya no duda sobre hacia dónde va a conducir su vida (como quedaba claro en esa mirada a cámara que parecía preguntarnos a los espectadores), sino que, homenajeando a los bolcheviques caídos en combate, da la impresión de haber ordenado por completo sus ideas, y sabe lo que debe y quiere hacer.
(En palos pies de fotos, algunos comentarios sueltos sobre la película)
La relación de los rusos blancos con la población rural marca dos clases en las tropas de los rusos blancos.
Por un lado, los cosacos, (aqui en el bando contrario al de la guerra mundial que veíamos en “Mi camino a casa”, pero igual de aguerridos jinetes -en ocasiones recuerdan a piel rojas), capaces de cualquier tropelía.
Y los aristócratas y refinados oficiales blancos, pese a ello de crueldad supina, y que parecen jugar a disparar a los patos del curso de agua.
Un receso en medio del bosque de abedules para subrayar el refinamiento -pero igualmente temible- de los rusos blancos.
Frente a los rusos blancos, la película nos muestra en varias ocasiones la menor marcialidad de los bolcheviques, con un líder carismático, imbuido en sus ideas.
Al fondo, tras András Kozács, el gran Volga. La utilización de los grandes espacios por el Miklos Jancsó de esta época es impresionante.
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