Si “Cantata” era una muy estimable película de los nuevos cines de la Europa del Este, pero no recordaba especialmente los marcados trazos del cine de Miklós Jancsó, su dos años posterior “Mi camino a casa” (1965), segunda pieza de la estupenda retrospectiva, pasada también ayer en la Filmoteca, ya entra de lleno, especialmente en su primera parte, en lo que todos recordamos de Jancsó: ese poder para mover masas corales de gente, e ir sucesivamente de lo colectivo a lo individual y al revés.
Se está llegando al final de la II Guerra Mundial. El ejército rojo ya ha penetrado largamente en la Hungría aliada con los alemanes, y un variado y variopinto número de personas vagan por los campos, huyendo o regresando a sus casas.
Uno de estos es un estudiante de 17 años, que al iniciarse la película vemos gracias a una cámara en continuo movimiento ir con un grupito de ex-soldados por bosques y prados. Con la habilidad del Jancsó posterior, vamos pasando de una acción a otra, de un grupo a otro, con la particularidad que en esta película es siempre para seguir las peripecias de ese único personaje. Hecho prisionero por los cosacos del ejército rojo, que cabalgan con sus caballos de un lado a otro, está a punto de ser fusilado, entra y sale por fortuna de entre un grupo formal de prisioneros, etc.
Por momentos cruza por paisajes deslavazados, post-bélicos, otros por amplios campos de una belleza increíble, que en ocasiones vemos desde helicóptero.
Cuando, transcurrida ya toda su mitad, la acción de la película se estabiliza un poco, localizándose en un único punto, para centrarse en su encuentro y convivencia con otro chico -éste del ejército rojo- al que le asignan como ayudante para cuidar y sacar leche de vacas en un punto aislado y rodeado de minas, aún manteniendo escenas, encuadres y acciones de impacto, para mí la película pierde algo de su altísimo interés, pero en seguida surge un momento de belleza que te resitúa.
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