domingo, 17 de noviembre de 2019

Zumiriki

Los árboles son lo único que sobresale de la isla cubierta por las aguas.
Viendo el trailer y alguna imagen que ha circulado por la red, podría pensarse que “Zumiriki” (Oskar Alegria, 2019) sería una película de esas contemplativas, de observación de los animalillos, los pájaros, con el viento dominando la banda sonora. Habiendo algo de eso en ella, la película, que pudo verse ayer en L’Alternativa tras su pase y premio en Sevilla, es mucho más. El mismo Oskar Alegria, que narra en off la función, como lo hace todo en ella, dice en la banda sonora unas cuantas de estas cosas ofrecidas adicionalmente, como:
-Explicaciones sobre qué es hacer cine: “Plantarse en medio del camino y esperar”
-O cómo hacerlo: “Filmar como filma un pastor. Hacerse una isla entre la maleza y estar dispuesto a esperas y milagros”.

En la cabaña construida y camuflada en medio del bosque, Alegria planifica y revive su experiencia.
Porque el propósito que se plantea Alegria para sacar de ahí una película es ese. Estar cuatro meses en el perdido terreno del otro lado del rio, donde de niño, desde la choza de su tío o desde la isla del medio del rio (en vasco Zumiriki) ahora inundada por un pantano, veía evolucionar a un solitario que se movía siempre acompañado de un zorro. Un solitario que, a una hora fija del día, cruzaba palabras de orilla a orilla con su tío en un idioma casi perdido.

Pero también nos permite la película ver el emocionante último día en su cabaña del monte de cuatro pastores octogenarios y captar sus expresiones, apreciar un especial ejemplo de cine de correspondencia (cartas enviadas en una botella lanzada al río) o cierto cine de la experiencia personal que, pese a ser los dos tan diferentes, en algún momento (esos ciclistas que pasan a veces a lo lejos y son involuntariamente, con lo que les oye, su único periódico y conexión con el exterior) me recordó el inicial de Siminiani. Y hasta, para que no nos podamos quejar, permite también la película volver a ver a uno de los famosos Colombaioni, los clowns de Fellini. Todo eso y, por si fuera poco, envuelto en una poesía que surge pero que no se adquiere mendigando ni se divulga voceándola. “Zumiriki” se convierte, como casi todas las buenas películas, en un emocionado recuerdo de lo que ha sido y ya no es, en un intento de continuar asido a un viento que movió el mundo que nos hizo.
Camuflado, en espera de captar a la vaca salvaje.
Tras una parte inicial más dinámica, la película muestra como Alegria entra en un proceso de emulación de su entorno. Muestra en una serie de planos paralelos como las aves y él mismo se van fabricando su nido, o cómo los jabatos y él mismo se embadurnan por la noche con barro. Tras eso pasa a ser uno más en ese bosque tan vivo, como delatan las cámaras con visión nocturna que instala por los árboles.
Acabado todo el metraje del film, de unas dos horas, nadie abandonó la sala. Nos habían prometido que el realizador, el auténtico Robinson de la película, estaba llegando de Sevilla y haría acto de presencia al final. Pasaron todos los títulos de crédito con una atención bárbara del respetable, sin que se oyera un susurro, se hizo el silencio, no se movió ni un alma y una fuerte ovación recibió a Oskar Alegria, esperando luego oír qué detalles adicionales contaba.
Todos los expertos hablan de que el verdadero mundo de los animales, sobre todo porque de día los humanos les han pisado el terreno, es el de la noche.
No me llevé la tableta, con lo que no pude hacer fotos durante el coloquio. Por suerte vi que otro Óscar, Óscar Fernández Orengo, sacaba su cámara y disparaba. A ver si hay suerte y vemos por aquí el resultado.

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