Con el tiempo, viendo una y otra vez películas de Yasujiro Ozu, uno se encariña hasta con la arpillera sobre la que aparecen los títulos de crédito de sus películas de la Shochiku. Anoche fue el turno en la Filmoteca de “Flores de equinoccio” (“Higanbana”, 1958) y, como tuve la ocurrencia de leerme lo que decía de la película Marta Perís en su extraordinario “La casa de Ozu” (Shangrila, 2019), poca cosa más, a parte de esta tontería de la arpillera puedo añadir. Mejor traer aquí, desde ese libro, unas cuantas frases, tan productivas:
Empieza el capítulo dedicado a “Higanbana” hablando de los tres “planos vacíos” de la obertura del film, y solo mediante su detallada descripción ya nos da a entender todo el significado que destila la película. Reto a leer ese par de páginas, que no sé saldrá decepcionado...
Sobre los “espacios de transición” en interiores tan característicos de Ozu: “Estos espacios a menudo son habitados por objetos inquietantes, en tanto que evocan la presencia humana, como sucedía en los ‘planos vacíos’. En cualquier momento puede aparecer en el plano algún personaje que los use; una enceradora que abrillante el suelo pulido del hospital, un carrito a la puerta de un domicilio a la espera de prestar servicio (...)
Dos formas de vestir enfrentadas a uno y otro lado de la mesa. |
Sobre el set de interiores típico de sus películas: “Al final de la perspectiva siempre hay una fuga espacial hacia el fuera de campo. En el caso de edificios de viviendas se intuye una escalera por el modo en que aparecen lateralmente los actores. Otras veces, en el plano del fondo, un pasillo perpendicular se activa con el tránsito de personajes (...) El espectador asiste al fluir cotidiano de la vida del edificio donde transcurre parte de la historia a través de estos espacios anodinos (...), sin llegar a conocer los espacios más representativos o importantes del edificio, del mismo modo que la narrativa del film evitaba los momentos de climax.”
Con motivo de la escena del viaje familiar en la película a ese sitio de vacaciones (o balneario en otros films) junto a un lago, Marta Perís señala: “Ozu nunca recurre al flash-back (...). Una dulce tristeza emana de esa conciencia de lo que acontece por última vez, al evocar con tono elegíaco un periodo familiar que ya queda atrás y que está a punto de extinguirse totalmente con la boda, la marcha de la hija y la descomposición de la familia.”
Y paro aquí, porque si no me excedería transcribiendo el fuerte significado de escenas recurrentes como aquellas en las que ese marido, liberal fuera de casa, que mantiene dentro de ella a su mujer como esclava, se desprende de su traje occidental para vestirse el tradicional al llegar a su casa. Y no digamos ya de las páginas dedicadas a hablar de la tipología de la casa tradicional japonesa mostrada por Ozu en sus películas, leitmotiv principal del libro de la arquitecta.
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