sábado, 4 de enero de 2025

La luz que imaginamos


Si digo la verdad, van pasando las semanas sin que ningún estreno me llame realmente la atención. En cambio “La luz que imaginamos” (Payal Kapadia, 2024; vista ayer en el Zumzeig, lleno hasta la bandera: quizás por eso pensaron que el calor animal compensaría el frío de la sala y se pasó un frío pelón), no sé por qué razón, sí lo hizo, poderosamente, desde que se anunció. Ahora ya tengo la confirmación de que la atracción que me provocaba era del todo justificada.
Hay, primero un ambiente, el de la atiborrada ciudad de Mumbai (luego aparecerá otro diametralmente opuesto) en época de monzones. La cámara va circulando, como instalada en un tren, mostrando los variados mercadillos de la ciudad, y luego la compacta aglomeración de gente dejando los andenes y luchando por subir las escaleras de una estación.
Por un lado ese dinamismo que en ocasiones parece caótico, por otro el proceso de esa ciudad y de tantas otras en completo crecimiento, que lo arrasa todo: unos elevados bloques en expansión amenazan el barrio donde modestamente vivían unos cuantos.
Por otro lado una serie de actrices -destacando esa enfermera de mirada trágica- que aportan el argumento naturalista, centrado en desamores, amores y soledades firmes.
Todo ello muy bien envuelto gracias a un sentido visual poderoso, con algún toque sorpresivo, ramalazos de genio. Apunto un par: 1/ Seguimos, vistas desde un punto más elevado, a dos mujeres que echan a corren en un terrado. La cámara se desplaza en la dirección de su movimiento, hasta que abarca entonces el motivo de la acción veloz: está a punto de descargar otra racha de esas increíbles de lluvia. 2/ Ese plano final, con la idea feliz de ese chico, ajeno a las historias a las que hemos ido asistiendo, bailando al son de la música marcada por sus auriculares.
Acompañado también por un esporádico pero constante fraseo musical, unas notas de piano que van puntuando varios momentos de la proyección, como si ayudasen a marcar y señalar amablemente que estamos oyendo y viendo precisamente la narración de una historia de esas, que pasan y vuelven a pasar.
Como igualmente sorprenden esas mezcladas voces en off, difíciles de adjudicar a algún personaje concreto, expresando sus circunstancias y deseos, o esos mensajes de móvil cruzados por los amantes, impresos bien grandes en la pantalla, cuando menos te los esperas.
Otras imágenes ya resultan más sabidas, pero no dejan por ello de ser eficaces, como esas confidencias nocturnas entre dos de las mujeres, que un plano general de las fachadas de los edificios, con diferentes habitaciones iluminadas, indica que se extienden por doquier. Es el momento.
Yo diría que el conocimiento de una de las verdades de las de la India que me ha acercado y trasmitido la película, con sus formas de vida, con relaciones amorosas entre los personajes o momentos sensuales intensos, supera las de casi todas las películas hindúes que he visto en los últimos años, y que se debe llegar a retroceder hasta la trilogía de Apu del siempre citado Satyajit Ray para encontrar algo similar.
Los títulos de crédito finales te hacen sospechar lo difícil que debe ser montar una producción como ésta. La película esta hecha por pequeñas compañías hindúes y un sinfín de compañías e instituciones europeas han participado en su producción. Bienvenidas sean.
Pensaba acabar diciendo eso de la alegría que provoca descubrir a una nueva directora de la que esperar confiado su obra posterior, pero es que ahora he visto que eso mismo había dicho de ella tras ver -esa sí- su primera película-, hace dos años y medio en la Filmoteca, que había olvidado por completo. En el panorama global más bien triste, pues, una cineasta ya consagrada. Que no la malgasten, por favor.




Las enfermeras, con su uniforme, asistiendo en masas a una proyección.





 

 

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