lunes, 27 de enero de 2025

El año Powell-Pressburger


El año pasado fue para mí, en buena parte, en lo que respecta al cine, mi año Powell-Pressburger, porque, al margen de haber visto por vez primera la película que abrió la filmografía de calidad del primero, leí también sus memorias.
Ya lo he dicho en varias ocasiones por aquí: leí esos extraños dos volúmenes en su traducción y edición en francés del Institut Lumière/Actes Sud. Obra descomunal, cada volumen de unas 800 páginas de letra pequeña, con un formato vertical alargado que no hace precisamente cómoda su lectura, se nota en seguida, tanto en su inicio como en su final -que casi coincidió con el final de su vida- que su escritura no fue un proyecto secundario para su autor.
Lírica descripción de su libertad infantil por la campiña de Kent su inicio, maratón para dejar escrito su final -que parece ser dictó, falto de fuerzas-, el empeño de Michael Powell se aparta de las memorias al uso. Escritas ciertas escenas tanto sobre la preparación de sus películas como de su vida privada con un grado de detalle extraordinario, como si reviviera antiguas conversaciones de ahora mismo, deben tener por fuerza un grado de invención, de acomodación en la cabeza de los hechos, muy fuerte.
Una explicación sobre cómo acaba el libro creo que es sumamente explicativa de lo que digo: ¡montó su final tergiversando la cronología para lograr el efecto que deseaba! Es decir, como pone por algún lado su traductor y encargado de la edición, hizo un montaje específico, al modo de los de sus películas. Quiso acabar relatando la muerte de su compañero de fatigas, Émeric Pressburger, y montó un capítulo haciéndole acudir a despedirse, y dando así conjuntamente fin a sus recuerdos.
Con largos periodos abandonados en la mesita de noche, la travesía por las páginas de estos dos volúmenes, que me trajeron en enero los Reyes Magos, me duró hasta casi consumirse el año. Eso, conjuntamente con la visión adicional de alguna de sus películas, ya con otra mirada, te hace alcanzar una proximidad que se suma a la fuerte atracción que siempre ha tenido para mí su obra.
Quise aprovechar esa proximidad para escribir algo que mínimamente la transpirara, pero ahí empezaron los problemas. Una cosa es quedarse boquiabierto con el placer que suministran ciertas películas y otra bien diferente condensarlo y trasmitirlo en un escrito.
No estudio en profundidad ni dulce azucarillo, en La Charca Literaria tuvieron la amabilidad de publicarme, partido en dos, el texto resultante del intento cuando éste me salió excesivamente largo.
Hoy aparece en la publicación su primera parte:

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