La llegada del servicio militar.
Haciéndose cargo de la sequía económica de una familia sin otros hombres.
Carmela, la hija del parco pirotécnico local.
En la inmediata postguerra el joven, dinámico y fuerte Antonio Catalano acaba su estancia en el ejército y regresa a su pueblo, vecino de Nápoles y del Vesubio. Pasa a ser uno más en busca de un trabajo casi inexistente.
La fatalidad que hace que la enamorada Carmela desbarate todos los precarios pero aparentemente sólidos empleos que António va consiguiendo no entorpece el ritmo de la película, en la que se suceden sin pausa las acciones, las discusiones, las burlas, las canciones.
La película muestra la rudimentaria pero consolidada estructura social de esa zona entonces rural, la imposibilidad de que los transportistas del pueblo se pongan de acuerdo para el progreso conjunto, cómo la dote y el honor lo hipotecan todo, en una sociedad en la que el cura sigue haciendo de juez en las trifulcas vecinales, con una Iglesia enemiga visceral del comunismo. Todo, eso sí, pasado por las cancioncillas napolitanas y las risas.
Película, además, de cine dentro del cine, con Antonio trabajando en Nápoles llevando en los intermedios las bobinas a proyectar en otros cines de una vampírica patrona.
Una gozada.
En brevísima “emigración” a Nápoles en busca de trabajo.
El cura, en el confesionario, mediando entre las reclamaciones de dos feligresas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario