lunes, 4 de noviembre de 2024

Los rojos y los blancos

Como en “Mi camino a casa”, hecho el salto cronológico hacia atrás, húngaros que arbitrariamente pueden ir a parar a la Libertad o a la muerte en manos de los rusos, aquí no soviéticos, sino rusos blancos, pues han ido voluntarios con los primeros. En un continuo va y vuelve de gente para aquí y para allá, la cámara en perpetuo movimiento, descubriendo situaciones cambiantes, ordenes y acciones contradictorias.

Igual que en “Los desesperados”, reclusos hacinados -aqui en un antiguo monasterio, mucho más amplio- y vigilados por tropas.

Represión que llega hasta la ejecución.

También como en “Los desesperados”, los guardianes -aquí los rusos blancos- imponen juegos de una crueldad infinita, que recuerdan a Villiers de l’Isle Adam, con aquel cuento del prisionero que veía que el carcelero había dejado abierta la puerta de su celda.

Me ha gustado ver casi seguidas “Los rojos y los blancos” (Miklos Jancsó, 1967; anoche en la Filmoteca) y su anterior (1965) “Mi camino a casa”, por permitirme atar cabos.
En ambas interviene el mismo actor (András Kozác), haciendo un similar papel, de joven húngaro indeciso en sus ideas, aunque en la de 1965 se esté hablando del final de la II guerra mundial y en la de 1967, como indica su título, de la guerra -muchos años anterior- entre rusos blancos y rojos.
Viendo anoche el plano final de “Los rojos y los blancos”, como el de “Mi camino a casa” únicamente con Kovács en cuadro, deduje que Jancsó lo había rodado así para retomar a su personaje y transmitirnos una idea: El personaje ya no duda sobre hacia dónde va a conducir su vida (como quedaba claro en esa mirada a cámara que parecía preguntarnos a los espectadores), sino que, homenajeando a los bolcheviques caídos en combate, da la impresión de haber ordenado por completo sus ideas, y sabe lo que debe y quiere hacer.
(En palos pies de fotos, algunos comentarios sueltos sobre la película)

La relación de los rusos blancos con la población rural marca dos clases en las tropas de los rusos blancos.

Por un lado, los cosacos, (aqui en el bando contrario al de la guerra mundial que veíamos en “Mi camino a casa”, pero igual de aguerridos jinetes -en ocasiones recuerdan a piel rojas), capaces de cualquier tropelía.

Y los aristócratas y refinados oficiales blancos, pese a ello de crueldad supina, y que parecen jugar a disparar a los patos del curso de agua.

Un receso en medio del bosque de abedules para subrayar el refinamiento -pero igualmente temible- de los rusos blancos.

Frente a los rusos blancos, la película nos muestra en varias ocasiones la menor marcialidad de los bolcheviques, con un líder carismático, imbuido en sus ideas.

Al fondo, tras András Kozács, el gran Volga. La utilización de los grandes espacios por el Miklos Jancsó de esta época es impresionante.
 

domingo, 3 de noviembre de 2024

J'ai faim, j'ai froid


Como me suele pasar, no me acordaba de lo más mínimo.
Este "J'ai faim, j'ai froid" (Chantal Akerman, 1984), de 14 minutos, simpático y, desde luego, muy parisino, formaba parte de "Paris vu par…20 ans après". Una jovencísima Maria de Madeiros, casi una cría, no hace más que tener hambre y procurar comer.
Se puede ver en este enlace libremente hasta el viernes, en que bruscamente desaparecerá de ahí:

 

sábado, 2 de noviembre de 2024

Los desesperados

Una mujer llega al establecimiento militar de reclusión.

Donde se hacinan los reclusos, “los desesperados”, todos hombres del mundo rural, que se rebelaron ante su situación de pobreza.

Comida en el patio, con grilletes.

Aunque algún preso se escapara, sería blanco seguro de los disparos de los soldados en la amplia llanura, sin ningún obstáculo para refugiarse de las balas.


Me suelo colocar por las primeras filas de la sala para, captando toda la pantalla, tener una relación más intensa con la película. Anoche, en la Filmoteca, me sorprendí al ver que “Los desesperados” (Miklos Jancsó, 1966) ocupaba toda la amplia superficie de la pantalla de la sala grande, cuando no recordaba su formato tremendamente panorámico, que habría requerido una cierta distancia adicional.
Quiere eso decir que he vivido en mi persona con tensión todo el rebuscado sistema de represión empleado en un centro especializado localizado en medio de una enorme planicie húngara, donde sucede el trajín de los reclusos conducidos de un lado a otro, incitados individualmente a la delación, todo para descubrir y ajusticiar a los cabecillas de una revuelta contra la pobreza rural que se dio en el país en 1867.
Visualmente la película es impresionante, iniciándose con (no he encontrado por internet la imagen) una composición casi abstracta, con tres capas horizontales -cielo, los soldados alineados en la lejanía ocupando todo el ancho, y tierra-, y luego salidas a la amplia llanura donde evolucionan rondós de jinetes militares, las mujeres que vienen a traer comida para los reclusos y estos mismos. Pero ese tono machacón de represión y delación continuas, sin ventana alguna hacia aunque fuera una mínima esperanza, me acabaron pasando factura.
Claro está, cada uno puede interpretar sin ningún esfuerzo mental ese episodio histórico de revuelta y represión con la vista puesta en la situación húngara previa al periodo del rodaje





 

Mi camino a casa



Si “Cantata” era una muy estimable película de los nuevos cines de la Europa del Este, pero no recordaba especialmente los marcados trazos del cine de Miklós Jancsó, su dos años posterior “Mi camino a casa” (1965), segunda pieza de la estupenda retrospectiva, pasada también ayer en la Filmoteca, ya entra de lleno, especialmente en su primera parte, en lo que todos recordamos de Jancsó: ese poder para mover masas corales de gente, e ir sucesivamente de lo colectivo a lo individual y al revés.
Se está llegando al final de la II Guerra Mundial. El ejército rojo ya ha penetrado largamente en la Hungría aliada con los alemanes, y un variado y variopinto número de personas vagan por los campos, huyendo o regresando a sus casas.
Uno de estos es un estudiante de 17 años, que al iniciarse la película vemos gracias a una cámara en continuo movimiento ir con un grupito de ex-soldados por bosques y prados. Con la habilidad del Jancsó posterior, vamos pasando de una acción a otra, de un grupo a otro, con la particularidad que en esta película es siempre para seguir las peripecias de ese único personaje. Hecho prisionero por los cosacos del ejército rojo, que cabalgan con sus caballos de un lado a otro, está a punto de ser fusilado, entra y sale por fortuna de entre un grupo formal de prisioneros, etc.
Por momentos cruza por paisajes deslavazados, post-bélicos, otros por amplios campos de una belleza increíble, que en ocasiones vemos desde helicóptero.
Cuando, transcurrida ya toda su mitad, la acción de la película se estabiliza un poco, localizándose en un único punto, para centrarse en su encuentro y convivencia con otro chico -éste del ejército rojo- al que le asignan como ayudante para cuidar y sacar leche de vacas en un punto aislado y rodeado de minas, aún manteniendo escenas, encuadres y acciones de impacto, para mí la película pierde algo de su altísimo interés, pero en seguida surge un momento de belleza que te resitúa.




 

viernes, 1 de noviembre de 2024

Cantata

El joven médico, en plena crisis de crecimiento

El doctor de viejos métodos, al que creía haber derrotado.

En el café de moda de Budapest.

Me había planteado dejar un tiempo de publicar cosas, al menos hasta que finalizase esa desesperación de ir viendo incrementarse la brutal cifra de fallecidos que han ocasionado las crecidas de los ríos pero, dado que no puedo hacer nada para solucionar eso y el terrible dolor que se va expandiendo, desesperándome por mi parte ante la constatación de que
-en vez de intentar paliar los efectos de los desastres naturales, la humanidad está empeñada en añadir por su cuenta desastres de todo tipo.
-en vez de apostar por buscar vías de actuación ante los peligros, se incide, con la acción humana, en agravarlos.
-da la impresión de que la contemplación y mostración del dolor y el azuce del odio sean la primera prioridad ante unos hechos como los acaecidos.
-los medios de comunicación parecen revivir con la reiteración de imágenes y relatos del drama.
pues he decido seguir actuando como hasta ahora, en mi burbuja.
En este sentido, este mes en la Filmoteca están previstos tres ciclos de cineastas de los que no me quisiera perder sus películas que aún desconozco… y unas cuantas más de las que ya he visto anteriormente. Son los de:
-Miklos Jancsò
-Ermano Olmi
-Nicolás Pereda (en sesiones de L’Alternativa).
Y ayer empezó el primero, con la proyección de “Cantata” (1963), reafirmándome tras verla en mi decisión de intentar ver lo máximo posible de la estupenda y muy loable retrospectiva programada.
No es “Cantata” representativa del cine que más fama dio a Miklos Jancsò, al que ahora la gente acude, según he constatado, porque Bela Tarr lo ha señalado en varias ocasiones como su maestro. No hay en ella esos movimientos rítmicos de masas, esa cámara en continuo movimiento entremezclándose con unos personajes que poco a poco se fueron convirtiendo en modelos.
Sí es, en cambio, una estimable muestra de los nuevos cines de los años 60 de los países del este europeo, abiertos a las modas que llegaban de Occidente (no por casualidad la película empieza con un personaje leyendo un libro francés y otro contemplando un libro de arte contemporáneo, como después vemos y oímos ambientes y músicas nacidas a este lado de lo que se llamó el telón de acero) pero con sus propias características específicas, con una fotografía en blanco y negro muy característica y notable.
Tres entornos -tres ambientes- se suceden en el metraje:
-el de un hospital aislado, con sus jardines, en el que asistimos a la angustiosa tensión por una operación a corazón abierto pero, sobre todo, a las diferencias entre dos generaciones de médicos.
-el de una enorme modernidad artística y social. Es impresionante el salto que da la narración desde el hospital a un restaurante en el que un pianista toca al piano una pieza de jazz de lo más dinámica. Como también destaca la entrada en el interior de un café que podría ser de película de la Nouvelle Vague… de no ser que a través de sus vidrieras se distingue el muy típico tranvía circulando por el exterior.
-el de un entorno rural, en el que todo da la impresión de desarrollarse como antaño, aunque más desolado.
El nexo de unión entre los tres entornos es un médico de 32 años, introducido en los medios artísticos de Budapest, que va a ver al final a su padre a la casa del mundo rural en el que nació. Y que vive en un momento de despiste total sobre el rumbo que dar a su vida.
Sólo ese último escenario ondulante de un paisaje cerealista se acerca al icónico de las más famosas películas de Jancsó. Pero aún tenemos todo un ciclo por delante para acercarnos.

Proyecciones de cine experimental y de vanguardia, con música improvisada en directo