viernes, 14 de marzo de 2025

Prisioneros de la tierra

El de las botas es el patrón de la explotación y hacia ahí va a emprender viaje.

El vapor Bermejo avisa de su partida.

Y a él suben sus pasajeros: el doctor consumido por el alcohol y su hija, que va para intentar frenarlo en su carrera hacia la desaparición y el manco (que, optimista, siempre dice que no le falta nada -!!!- para ser feliz.

Unas canciones de los mansús a bordo del Bermejo, por la noche.

Un par de grandes nubarrones abre “Prisioneros de la tierra” (Mario Soffici, 1939), y es que después de haberme encontrado con dos comedias en el Ciclo de Cine Clásico Argentino que han conseguido montar en la Filmoteca a base sobre todo de colecciones privadas, anoche topé con un desatado melodrama, que no se había enterado aún de las castrantes reglas a seguir al narrar estas cosas con las que contaba Hollywood.
La copia que pasaron era extraordinaria, procedente de una restauración de la Cineteca de Bolonia/Cinema Ritrovato, y eso dejaba contemplar en toda su riqueza la fotografía en blanco y negro -sobre todo de sus exteriores por la selva de Misiones- de la película.
No he leído los cuentos de Horacio Quiroga, por lo que no puedo confirmar que a ellos se debe ese ambiente, ese toque de aventuras tropicales y ambientes exóticos que invade buena parte de la película, interesada en reflejar las penurias de los mensús, trabajadores en la explotación de la selva tratados como esclavos. O si de él proceden las frases de todo tipo que la inundan, como ese:
-“Los libros trastornan la cabeza”- que le suelta el patrón, auténtico negrero, a un mansú mientras le arrebata y arroja por la borda del vapor Bermejo que sube río arriba el que estaba leyendo.
Pero las más impactantes corresponden al melodrama profundo que se vive:
-La mordedura de la coral lo lanzó hacia una noche que no termina
-Todos los vasos son iguales y la vida igual a la muerte…
El explotador también tiene amores contrariados y hace sonar varias veces “Tristeza de amor” en su destrozado gramófono, de la misma forma que la travesía permite reunirse junto a unas canciones nocturnas en la cubierta del barco.
En cualquier caso, valió la pena enfrentarse al frío y lluvia, agua por todos lados, para ir a verla.

Un encuentro.

Un mansú peligroso, en cuanto lector.

Vigilando a los mansú.

El gramófono en el que hace sonar una y otra vez “Tristeza de amor”.

El doctor, en pleno delírium tremens.



 

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