martes, 11 de marzo de 2025

La guerre est finie

Cruzando la frontera de España a Francia.


Reclamado por la policía francesa.

Encuentro en París.

Con Ingrid Thulin.

Es muy curioso cómo va conceptuando uno una película según el momento de su visión. Con la de ayer yo diría que habré visto “La guerre est finie” (Alain Resnais, 1966) tres veces. Quizás alguna más, pero en todo caso recuerdo tres etapas y, con ellas, tres respuestas personales ante el film.
De la primera, cuando se estrenó (parece que por 1977), con un entusiasmo político idealizado y poco formado, yo únicamente debí valorar que había estado prohibida en España. Supongo que consideré a todos sus protagonistas como del bando de los buenos como antifranquistas que eran, y entendí sus extrañas acciones como ejercicios de cautela, porque atentaban contra el gobierno de Franco y sabían a lo que se arriesgaban.
De la segunda etapa/vez sólo recuerdo el tedio que me abordó por su ritmo cansino, sus aparentes repeticiones y larga duración.
Ayer, habiendo en el entretiempo ya leído los libros de Jorge Semprún y otros sobre la historia del Partido Comunista, entendiendo bien la situación política retratada y las pugnas internas de los grupos políticos opuestos al régimen, estuve atento a la pantalla (se pasaba, y esto ayuda, una copia impecable) de principio a fin, me resultó de una claridad meridiana y hasta me asombré que en una etapa tan temprana se planteara ¡una película!, y con buenos actores muy populares (Montand, Piccoli, Thulin,…) para dar a conocer las posturas y ofrecer elementos de discusión. (Entre paréntesis, qué lejos estamos ahora de esta situación…).
No sé si encontró en algún momento su público. En España ya debían tener claro que no se pasaría, en los países comunistas también fue prohibida, porque fueron sagaces y vieron una mirada reprobatoria de las tesis de la cúpula oficial del partido. En los demás países… tampoco tengo claro que pudiera disfrutarse, al tratar de un tema muy particular: el de esa polémica entre los dirigentes comunistas del exterior, desconocedores de una realidad española que había cambiado profundamente, y los conocedores del terreno, acusados, cuando expresaban su opinión, de ver sólo los detalles y no tener visión de conjunto. Por otra parte, faltarían los eventuales seguidores del cine de Resnais pero, aunque ésta sí tuviera avances y retrocesos, insertos que son como pequeños flashback o avances de lo que podría venir, pues seguramente tampoco tendrían mucho que pelar, ya que se trata de una película que se estanca muchas veces en acciones…que no son muy activas, sino más bien reflexivas. Y no tiene, para compensar, ni mucho menos el ambiente de Marienbad.
La viví ayer, pese a esa mirada estilo Godard a ese primer encuentro amatorio con Genevieve Bujold, y ese sensual segundo con Ingrid Thulin -que puede recordar bastante a “Hiroshima, mon amour”- como una obra totalmente sempruniana.
No sólo por interpretar Yves Montand al alter ego de Federico Sánchez, que además responde al en el momento contestado pensamiento contrario a la línea oficial del PCE sobre la evolución del panorama político español, el de Claudín y Semprún, sino por su misma poética constructiva y reflexiva.
Me ha hecho gracia ver que un policía francés le dice por el final al personaje de Montand, como reflexionando en voz alta, que tiene cuidado con los que están en la clandestinidad, porque quién te dice si al día siguiente no serán ministros. Porque cuando Semprún escribió esta línea de diálogo estaba entonces bien lejos aún de ser nombrado ministro de cultura… ¡curioso!

Y amigos ajenos al Parido.

Reunión política en la Rue de l’Estrepade.

El anual artículo y consignas irreales sobre la huelga general y sus seguros efectos.

El sol se levanta por Benidorm. No debía ser el 45 el número de la calle Aribau en “Nada”, porque se que estaba en el lado Besós, pero…


Un jovencísimo Flotats.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario