Es una lástima que la copia encontrada para el ciclo sobre el Cine Clásico Argentino de “Los pulpos” (Carlos Hugo Christensen, 1948) no fuera muy buena, porque realmente, como indicaba la nota de la Filmoteca, las calles y sitios de Buenos Aires son unos de los protagonistas de la película.
El primer pulpo que extiende sus tentáculos es el diario en cuya redacción escribe unos folletines de mucha fama el protagonista de la función, pero pronto veremos que otro, la adorable chica que lo enamora gracias a unas románticas cartas, es el que tiene unos tentáculos más peligrosos, que abrazan hasta no dejar respirar.
El noviazgo de los dos tiene unos diálogos espectaculares, con floridas frases a las que no alcanzan los mejores autores de fotonovelas, como “Mis ventanas sos vos: veo a través de tus ojos” y, cuando se descubre que la modosita niña es una mujer fatal, que tiene problemas para no coincidir con sus varios amantes a la vez, vemos al escritor soltando una tardía oración: “Líbrame de la dulzura inexorable de tus ojos”.
Hay en “Los pulpos” sobreimpresiones muy llamativas. Una, parecida a la vista en “Gente bien” (Manuel Romero, 1939), con escena en que literalmente van cruzándose con los luminosos neones de los locales nocturnos de la ciudad, pero que en esa película me pareció lo único destacable cinematográficamente. En ésta, en cambio, se dan otras sobreimpresiones notables cuando a él no le empieza a cuadrar “el relato”-que se dice ahora- de ella (ver la última foto).
Pero lo más importante y destacado de toda la película, lo que la marca definitivamente, su armazón principal, es la total inversión de papeles de la pareja con respecto a los tradicionales: él es el alma cándida que se deja atrapar y hundir por ella, mientras ella le engaña con todos los hijos de vecinos.
La píldora se acaba de dorar, y ya no queda ninguna duda de esta inversión de roles, cuando el espectador oye a un actor diciéndole al escritor que lo va a maquillar, para que presente la imagen perfecta que merece.
Por un momento parece, al surgir una cruz e iglesia, que vamos a presenciar el final impuesto a “Cielo negro” (Manuel Mur Oti, 1951), pero no es así, y ofrece su final dramático también aparatoso, pero exclusivo.
Posiblemente el tercer pulpo, no nombrado en la película, sea ella misma, pues atrapa con sus tentáculos, haciéndote reír y disfrutar de principio a fin.
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