martes, 1 de febrero de 2022

Sueños cotidianos

El niño, observando la suela del zapato de su padre.

La protagonista se cruza con la pareja que, como el gordo y el flaco, hace de contrapunto cómico del film.

El barrio.

Un ejemplo de las múltiples escenas con dos planos de acción en profundidad.

Marina Vinyes (Filmoteca de Catalunya) y Enrique Galceràn (Japón Fundation) presentando la sesión.

Y me olvidé de retratar a los músicos…

Ayer inauguración del ciclo “Naruse esencial” en la Filmoteca, que comprende copias en 35 mm de diez de sus largometrajes. Para los escépticos, sólo decir que la sala Chomón (la grande) estaba muy llena, con un público que salió notoriamente satisfecho por lo visto. Y todo eso por una película (“Sueños cotidianos”, “Yogoto no yume”, 1933) en blanco y negro y de cine mudo. Claro que el cine mudo va siempre acompañado en la Filmoteca con música en directo, en esta ocasión elaborada y ejecutada por Anahit Simonian (piano) y Joan Pérez Villegas (vibráfono).
En el momento de elaboración del film había en el Japón una crisis económica y social enorme, derivada de la gran depresión surgida del crac del 29, que llegó al mundo entero. Muchos desocupados no encontraban empleo, la lucha por la vida era más dura que nunca. Eso está en la base de “Sueños cotidianos”, que es un melodramón de cuidado, que se ve sin embargo con entereza gracias a la peculiar forma de hacer de Mikio Naruse, la interpretación ajustada de sus principales intérpretes y la bendición de un metraje bien corto, 64 minutos, que no ve necesidad alguna de seguir cuando todo está ya dicho.
Una imagen inicial ya nos habla de unos encuadres muy estudiados: nos muestra a la protagonista junto una valla de madera del puerto. Lleva un kimono, pero nos sorprende fumando. Sabemos entonces que es el alma de un bar del puerto, donde trabaja de camarera. Poco después, llega a su casa, en un barrio popular, donde se encuentra con su hijo, por cuyo mantenimiento hace todos los sacrificios, casi socavando su reputación.
Ángulos de cámara no muy habituales con picados de vértigo, escorzos o diferentes planos de acción en profundidad y movimientos de cámara presiden la función, pero sobre todo es la alternancia de planos cortos de detalle los que impulsan la narración, informándonos de muchas cosas, porque están significativamente escogidos (muchos de piernas de los personajes, dando a entender pesado trabajo, zapatos perforados o la proximidad de un niño al chocar con ellas una pelota), al tiempo que su montaje dinamiza extraordinariamente la narración.
A por otro Naruse, que seguro se centrará también en el protagonismo de una fuerte mujer, resistiendo a las adversidades.


Padre depauperado y su hijo.

En casa, doble plano en profundidad, pero jugando con el desenfocado.

Otra escena de esas con dos planos en profundidad, con la protagonista y la dueña del bar donde hace de camarera.

Otra escena en casa, jugando además con las sombras.

Y el espejo, que verá insólitamente reflejarse al marido.

Un plano corto de detalle de los múltiples que aparecen. No he encontrado otros, como los muchos de pies por el camino o en el descampado.

 

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