miércoles, 2 de febrero de 2022

El pájaro de las plumas de cristal



El cine que nos alimentó, que alimentó a tanta gente, funcionaba así. Por ejemplo, con detalles como este cuadro, que aún con apariencia de cromo, era el elemento clave para la resolución del enigma de la película.
En el film, al cuadro le asignaban un autor, el pintor Berto Consalvi, que tenía su corta intervención en la trama, mostrando las características claramente otorgadas popularmente a los artistas extravagantes, quienes naturalmente construían su personalidad únicamente con objetivo crematístico.
Si se busca “Berto Constalvi” en la red, se verá enseguida la imagen del cuadro y que un internauta ha elaborado una combinación del mismo con el cuadro famoso al que evoca. Nos podríamos detener en ver cómo con sólo dos o tres detalles formales (el desnivel, la nieve, un par de troncos, un puente, el tejado de una casa,…) se lleva a cualquiera que contemple el cromo a pensar en el cuadro de origen. Hasta el mismo Tarkovski jugó con ello. Pero yo iba por otro derrotero.
En su día me atrajo, por detalles como este, “El pájaro de las plumas de cristal” (1970), que fue el primer largometraje de Darío Argento y anoche entreví con alguna que otra sonrisa condescendiente viendo las estratagemas que utilizaba para atrapar a un espectador… que hoy en día ya no existe.
Entonces sí. La combinación de ese mundo comprendía, entre muchas de las características básicas del giallo, a un actor -Tony Musante- que se había hecho famoso con otra película de masas cuyo fenómeno merecería estudiarse, “Anónimo veneciano”, hoy seguramente recordada sólo por una música que se vendió en forma de disco como churros, haciendo de despreocupado y simpático norteamericano a punto de regresar de su estancia en Italia con la novia que se ha echado, nada menos que otro fenómeno del momento, Suzy Kendall, modelo paradigmática de los 60, empezando por su nombre, que resulta haber resucitado para el cine hace no mucho con “Berberíian sound studio”, de Peter Strickland.
Todo era entonces mucho más claro y con sólo la sorprendente aparición de dos o tres ingredientes evocando esto o aquello ya nos parecía de una riqueza extraordinaria.




 

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