domingo, 6 de febrero de 2022

Banjiku




Del “Madre” (“Okaasan”, 1952) a “Crisantemos tardíos” (“Banjiku”, 1954) parecen haber pasado en la obra de Mikio Naruse muchas más cosas que sólo dos años. No sé si se dio un cambio de productora o algo así, pero veo dos tipos de cine. Las múltiples historias de la primera, sus planos tan originales pero inestables (y no digamos de “Sueños cotidianos” -1933-, por centrarme en las del ciclo que he visto hasta ahora), se convierten en la segunda, vista ayer en la Filmoteca, en un encadenado de secuencias de lo más sólido, estudiado, si bien en compensación, en mi opinión, sin la frescura de las anteriores.
Si las películas son buenas me suelen gustar mucho sus secuencias iniciales. En “Banjiku”, como en otras de Naruse, se produce en ellas un acercamiento al lugar y ambiente de la acción, dejándolo perfectamente situado. Lo extraordinario es que el espectador ata cabos no tanto por las imágenes, que también, sino sobre todo por los sonidos. Hay unas imágenes (y ruidos) del ajetreo de la gran ciudad y la cámara sigue luego a un personaje que se adentra en un barrio que, en esta ocasión, no es un barrio popular, sino más bien acomodado. Y eso se aprecia, fundamentalmente, por el contraste, por la brusca irrupción del silencio. Ese encuentro con el silencio es además subrayado, por cuanto el señor al que hemos seguido por el callejón se topa con una chica, la sirviente de la protagonista, que resulta ser sordomuda.
La protagonista principal de “Banjiku” es una antigua geisha que ha prosperado económicamente y se dedica íntegramente, con la afición del usurero, a ganar dinero. Tiene una casa donde vive solo con esa criada sordomuda, contando sus ganancias, haciendo planes para ganar aún más y cerrándolo todo con llave, lo nunca visto en una película japonesa. El dinero ocupa por completo sus relaciones y charlas. Llega incluso a perseguir a sus antiguas amigas y compañeras de su época de geisha para reclamarles el dinero que le deben de alquiler de sus viviendas. Y si debiera llegar al desahucio, pues lo haría.
Con personajes femeninos muy bien pintados, le pongo un pero, sin embargo, a la película: tras toda esa parte inicial en la que tan magnifícamente pinta la situación y carácter de las tres amigas antiguas geishas, entra en un juego persistente en el que no para. El film entra en un círculo sin salida (salvo la escena en la que la protagonista constata lo fastidiado de confiar en una vuelta al pasado) entre las tres antiguas amigas, sin escapatoria.
Suerte del gag final, que hace salir de la sala sin la pesadumbre de ir yendo entre esas tres amigas ahondando la herida.
¡Ah, que me olvidaba! Las sonadas borracheras de los personajes masculinos de Ozu las tienen aquí las mujeres.




 

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