domingo, 13 de octubre de 2019

Un día de lluvia en Nueva York

Planeando la escapada a Nueva York.
Pues no sé: lo que es yo, me lo he pasado la mar de bien en el cine viendo “Un día de lluvia en Nueva York” (“A rainy day in New York”, Woody Allen 2019). Un rato divertido de los que en el cine ya sólo él, de tanto en tanto, parece poder ocasionar. Y eso que iba con miedo, a ver cómo resultaba la cosa.
Ella, comunicando la excitación por cómo ha funcionado el encuentro que le ha llevado a la ciudad

Se inicia con esa típica presentación de la historia por parte de uno de los personajes, vía voz en off, ya característica del director, para, poco después, gracias al viaje relámpago planificado por la joven pareja protagonista, pasar a recorrer un Nueva York decididamente “up” (aunque también aparezca el SoHo y su Dean & DeLuca), retratado como hacía mucho que no lo veíamos. Debe ser eso de que, mientras Barcelona y otras ciudades europeas sólo se las conoce como turista, Nueva York es el hogar de siempre de Woody Allen...
Entrando en un mundo.
Yendo en el taxi hacia el hotel, él le explica a ella en un periquete la historia de las últimas décadas de la ciudad, que corresponden aproximadamente a la que un servidor ha podido mínimamente ir experimentando: ese continuo peregrinar de los artistas de un barrio a otro en busca de espacios baratos y huyendo de la conversión en barrio de moda, ergo caro: SoHo, Tribeca, Brooklyn, etc.
Creyéndose integrar.

Quizás es la sorpresa, porque ya no suele surgir ese efecto en las proyecciones, pero me ha parecido que los diálogos de la película -sobre todo en toda su primera mitad, la segunda ya quizás prioritariamente pendiente de dar un obligado final romántico, encajando todas las piezas- son especialmente brillantes, desencadenando no pocas carcajadas.
Él mientras tanto haciendo tiempo.
Recorre el film una marcada ironía sobre el fondo cultural que quieren aparentar los residentes del up east side. Las citas de famosos escritores o cineastas son continuas en los diálogos del film, como reflejo de una sociedad que tiene como marca de distinción citar a la tuntún esos grandes nombres, por lo que piensan que visten. No es, no obstante, una auto-parodia completa: cuando Woody Allen rueda una secuencia en el MET lo hace en su sala de los impresionistas, posiblemente sin darse cuenta de que él está cayendo exactamente en el mismo defecto que critica.
En cualquier caso, tras ver la película entran ganas de volver a Nueva York para comprobar cómo resulta ahora, pasados los años, la sensación de la ciudad en un día brumoso...

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