miércoles, 9 de octubre de 2019

Anni difficili

El cartero entrega a Aldo Piscitelli, delante de su casa, una postal de su hijo, reclamado en la península por el ejército. Pero previamente ya le ha recitado todas las noticias que el hijo da en la misma.
Soy de una generación que ya sólo pescó de Luigi Zampa los films de la última parte de su carrera y, sí bien me gustó alguna de sus comedias (recuerdo con especial cariño “Bello, honesto, emigrado a Australia quiere casarse con chica intocada” -1971-, en la que un solterón italiano -Alberto Sordo- emigrado a una Australia en la que escaseaban mujeres se vestía con su “Blue dress” “papitu va de curt” para recibir al bombón italiano que se había casado con él por correspondencia), no acababa de entender por qué razón su nombre aparecía destacado en todas las enciclopedias y diccionarios de cine.
Tenía idea de que habría participado de alguna manera en aquella magnifica andanada de postguerra del Neorrealismo Italiano, tomando posteriormente otra deriva, más pronunciada conforme pasaba el tiempo, pero hoy en la Filmoteca también he descubierto que al menos películas como “Anni difficili” (1948) tomaban posiciones muy críticas y no debieron llegar nunca a nuestras pantallas, por razones obvias.
Todo el pueblo acude a la plaza para oír por sus altavoces un discurso de Mussolini.
¿Qué razones? Pues que se trata de una revisión de cómo prácticamente toda la sociedad italiana, aunque luego lo negase, se dejó arrastrar por una ridícula ideología y sólo finalmente llegó a valorar que esa camisa negra que vistieron les costó, dramáticamente, un precio inasumible. Y que en la España de 1948 era imposible que se dejaran ver películas que planteaban eso, sobre todo si además resultaba que reflejaban la tramposa participación de los fascistas en la guerra civil española y en otros frentes.
Un escrito sobreimpresionado a un paisaje de Sicilia abre la película, vista en la Filmoteca en una copia inmensamente nítida, restaurada por la Cinemateca de Lausanne. El letrero más o menos dice que lo que caracteriza a una gran civilización es reírse de sus defectos. Eso Luigi Zampa lo hizo en 1948. Antes de 1943 ninguno de todos esos que se dejaron arrastrar por esa ola negra -los que se dejan arrastrar por cosas así altisonantes y multitudinarias, en general, adolecen de esa característica- se reían de sus propios defectos y, desde luego, ya se encargaban de no dejar que nadie ajeno se riera de ellos.
La peña de la farmacia, antifascistas que sólo se atreven a proclamar sus ideas entre ellos y a escondidas, en la trastienda.
Tras haber dejado tiempo a leer ese letrero, la cámara gira para mostrar la población de Modica, y concretamente la casa de la familia protagonista, los Piscitello. Un piso alquilado en el Palazzo del Podestà, un personaje muy importante en la película, siempre dispuesto a cambiar de camisa (aquí literalmente) para seguir chupando del poder. He colgado una vista actual de Modica y la casa es la de la izquierda de la Iglesia, que da a la plaza.
Lo mejor de la película es que, pese a explicar una historia de lo más dramático, nunca abandona el buen humor. Por ejemplo el personaje del abuelo, sordo total, actúa como elemento cómico incluso en los momentos más trágicos. Pero es que además hay momentos hilarantes. Yo me he carcajeado en una escena en la que el farmacéutico -uno de los pocos antifascistas de la población- atiende a una mujer con camisa negra a la que le ha dado un vahído por ahogo en la concentración pro Mussolini de la plaza. La intenta reanimar con unas palmaditas en la mejilla, pero cuando ella reacciona y parece seguir susurrando lo que gritaba previamente a coro con toda la gente (¡Duce, Duce, Duce!), las palmaditas se convierten -ya no aguanta más- en auténticas bofetadas.
Aldo Piscitello escucha en casa, junto a su mujer e hija -ganadas para la causa fascista- noticias del frente de guerra, en el que tienen a su hijo. El abuelo, que es sordo como una tapia y no se entera de nada, se prepara para comer.
Por destacar algo, recordando lo ridículo de los símbolos que cautivan, sin rasgo alguno de vergüenza, a los que se dejan llevar por las trompetas patrióticas, menciono aquí el fracaso señalado por la película de un par de acciones planificadas con ánimo poético, en busca de imagen cautivadora de masas:
-Un convencido por la causa -que seguramente ha oído las noticias oficiales- esgrime, para convencer a un conocido de que Alejandría está a punto de caer en manos del ejército italiano, una imagen simbólica de peso: Mussolini prometió entrar con un caballo blanco en la ciudad conquistada y ese caballo blanco ya había sido enviado hacia allí por avión. Por otra parte, argüía con la seguridad de los conocedores de los detalles, en todas las iglesias están preparados los campaneros para hacer sonar las campanas cuando llegue la noticia de la victoria, que está al caer.
La fachada de la Iglesia de Modica y vista del pueblo en fotografía actual -sospecho que algo retocada-cogida prestada de la red. A la izquierda, dando su frente a la misma plaza, la casa del Podestà, donde en la ficción figura que éste ha cedido sitio a los Piscitello.
Ni que decir tiene que el caballo blanco se repatrió lo más calladamente posible y los campaneros bajaron -todos en silencio- de las torres.
En la sesión nos ofrecieron de aperitivo este magnífico trailer de la película:

https://www.youtube.com/watch?v=JXboNyuoR1Y

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