“Fengming. A chinese memoir” (2007, 186 minutos) empieza como un auténtico Wang Bing. Quizás para compensar la inmovilidad de la cámara, en un trípode, frente a la señora sentada en el sofá que nos va relatando las penalidades de su vida, que constituye todo el resto del metraje, la típica cámara al hombro de Bing sigue a una anciana que caminando con dificultades (todo está helado) por una desierta y oscurecida ciudad, llega a su casa y entra en ella.
Tras esta escena, vemos ya a Fengming que empieza con tono monocorde, pausas y nuevos arranques, el relato de la (penosa) historia de su vida. Está sentada en una reducida sala, con la extraña presencia de lo que debe ser un microondas. Tras una hora así, parece que todo el rato se va a mantener un mismo plano, la cámara impertérrita mientras ella se suena, va al lavabo o a responder a un timbre, esperando su regreso y que reemprenda su relato, pero de tanto en tanto cambia a plano medio o incluso, en una ocasión en que no sé si por casualidad habla de cómo se enteró de la muerte de su marido, a lo que casi es un primer plano.
Si alguien quiere conocer de primera mano los pormenores de los revolucionarios que festejaron en 1949 la toma del poder en China, para luego verse represaliados durante la caza de “derechistas” (ellos, que estaban entregados al partido y vivían por un mísero sueldo) del 57 y durante la revolución cultural del 69, ésta es su película.
Por éste y otros films que he visto y por algún texto que he leído, el proceso solía tener para muchos el mismo recorrido: Tras unos años en el poder, Mao dijo que para consolidar la revolución, en ese momento lo que tocaba era ejercer la crítica, e invitó a expresarse en este sentido a todos los revolucionarios. Si lo pedía el timonel, eso era una orden y gente como el marido de Fengming lanzan una serie de artículos contra la burocracia del partido, que consiguen inicialmente un buen éxito. Al poco tiempo, sin embargo, algunos cuadros que debieron sentirse aludidos les acusan de derechistas, contrarrevolucionarios. Se produce entonces un juicio en el que no pueden hablar, en el que deben someterse a la crítica de gente variada que para ganarse puntos les lanza públicas acusaciones de las que no pueden defenderse. Ya sólo les queda la autocrítica, asumiendo incluso las mentiras, y su confinamiento en un campo de reeducación, al que inicialmente acude alguno de ellos con grandes esperanzas de borrar esa mancha que ha caído sobre ellos. Lo que no sabían era que, en época de penurias, esos campos de trabajos iban camino de matarlos de hambre. Murieron cantidad de los recluidos, obligando a los demás a una terrible lucha por la supervivencia.
Las declaraciones de Fengming dejan bien a las claras la locura que representan los fanatismos que, combinados con las ambiciones y miedos de las personas, pueden llevar a la deshumanización más profunda.
Ahora bien: Yo he podido con la película porque he dosificado la visión de sus más de tres horas en tres partes. Si bien hay momentos en que el relato me ha enganchado mucho, tres horas seguidas de cámara fija con la buena mujer largando en chino sus desgracias me habría sido totalmente imposible de digerir.
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