jueves, 31 de octubre de 2019

Dos Delluc

El pueblo vasco de “Le cremin d’Ernoa”.
Como se explica en la exposición actual de la Filmoteca, Louis Delluc es considerado uno de los fundadores (si no el fundador) de los cine-clubs. Pero además forma parte de esa generación de cineastas franceses tan interesantes de los años veinte, los Epstein, Gance, Dullac, L’Herbier,...
No es fácil ver proyectadas sus películas, y por eso es de agradecer que ayer pudieran contemplarse en la misma Filmoteca dos de los films de su muy corta filmografía, “Le chemin de Ernoa” y “Fièvre”, ambas de 1921.
Su frontón.
Pueden decepcionar, en tanto ofrecen unas endiabladas historias de lo más folletinesco, pero resaltan sus aspectos visuales, que no tienen parangón. Eso al margen, yo quedé maravillado por las escenas iniciales de la primera, con el retrato del pueblo vasco donde tiene lugar la trama y ese paseo del personaje del “americano” Etchegor, aislado e indeciso, por la calle del pueblo, ajeno a la atenta observación de su admiradora Santa.
Y sus dos personajes principales. La actriz hace de protagonista también en “Fievre”.
En la segunda la acción se centra en un café portuario de Marsella, en el que se acumulan hasta la saturación marineros con antiguas historias que obligadamente renacen, tramas amorosas y trifulcas de órdago. Pero también cautiva el planteamiento visual de la ciudad (con escenas, en este caso, muy diferenciadas del ambiente de decorado teatral de interior en el que se desenvuelve la acción) y, en primeros planos, de los tipos que frecuentan el café.
La mujer del tavernero y el extraño marinero venido de oriente en "Fievre".
Un procedimiento no habitual se da en las dos películas: se producen en ellas continuamente una serie de paréntesis visuales explicativos muy interesantes, en un procedimiento que luego he visto utilizado por gente como Truffaut. Mediante ellos, asistimos a la visualización de una escena recordada por uno u otro personaje o bien a la de una escena que refleja un futuro deseado.
En la barra del café portuario. Y una flor dorada que no acabé de entender qué papel tenía en la tremebunda, exagerada trama.
Como conclusión personal, no son las obras maestras de las que avisaban -sobre todo en el caso de “Fievre”- las historias del cine, pero sí películas con un tratamiento visual muy especial, que sitúan muy bien a Louis Delluc como alguien singular, con un peso específico, en esa misma historia.

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