viernes, 19 de julio de 2024

La divine croisière

El plante de los marineros ante el armador.

Un pueblo exhausto.

Ella y el patrón del barco. Él, sutilmente separado de ella por una red.

Marín Karmitz, a través de su “Mk2 Curiosity” tiene la buena costumbre de ofrecer la visión gratuita de películas olvidadas. Es el caso ahora de “La divine croisière” (1929), una película de Julien Duvivier que se pensaba perdida, hasta que se descubrió y restauró en 2021.
Película de ambiente marino, como señala esa primera imagen de unos veleros sobre los que están sobreimpresionados sus títulos de crédito, un rótulo te informa de la situación de partida: en un castillo (veremos su exterior e imágenes interiores de sus grandilocuentes arcos neogóticos y bellos picados sobre su adamascado pavimento) de un pueblo costero vive un armador que ha enriquecido con malas artes y es odiado por todos y su hija, que conserva, en cambio, la amistad con los de su antigua clase.
La sesión se estructura en dos navegaciones, una primera expedición en un barco en malas condiciones, al que ha obligado a zarpar el armador, y una segunda la de otro barco que sale, pasado el tiempo, en busca de la tripulación del primero, cuando la hija del armador ha tenido una visión, trasmitida por la Virgen, de que siguen vivos.
Todo eso da para una serie de momentos bellos de ver, como el del primer barco saliendo del puerto, tras la bendición del cura, sólo propulsado por el viento, que tensa sus velas, o la procesión de las mujeres del pueblo, con ropas tradicionales, en rogativa por los ausentes.
Y, desde luego, por una serie de vistosas aportaciones de Duvivier, en forma de escenas paralelas (como las del plante de los marineros, negándose a embarcar, frente a los perros persiguiendo a quien, desesperado, ha atentado contra la vida del armador), pantallas multiimpresionadas (ver foto) para dar a entender la mente perdida de ella por la desesperación de sentir a su amado perdido, travellings como el que muestra la magnificencia de la mesa de un banquete en el castillo siguiendo el acto de ir un camarero escanciando vino copa tras copa.
También planos muy bien calculados, como el de la pareja, él tras una red (ver foto) separado de ella, por prohibición del padre y premonición de la futura separación y naufragio. O hasta las imágenes del segundo velero, viradas en azul para simular ser nocturnas, que casi recuerdan al barco de Nosferatu.
Pero lo que más destaca en la película, en mi opinión, es la proliferación de primeros planos de rostros muy ortodoxos, es decir, para tomados para captar y hacer ver su más mínimo matiz psicológico, de acuerdo con la escena de que se trate.
La única lastima es que la historia, muy lineal, parezca propia de sesión parroquial, con transfiguración de cuadro de la virgen, devociones, agradecimientos divinos y hasta eso de querer hacer simpático al emprendedor y algo rechoncho cura que acoge a niños huérfanos, que me ha recordado sobremanera -en lo físico y en sus acciones- a un famoso rector poeta que era la fuerza viva número uno de Tona por los años 60 y 70.

De entre el festival de primerísimos primeros planos.

La mente de ella descompuesta, ilustrada con una serie de multiimpresiones.

Un marinero con cara de pocos amigos…



La hija ya no tolera a su padre.

Y pintando la virgen de la “Stella Maris” que le trasmitirá una visión.

La procesión.




Mr. le curé.
 

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