lunes, 29 de julio de 2024

Lo que va debajo

Capturas, a lo bestia, que he ido haciendo de la pantalla con la tableta.

Una completa escena en el metro. Apuntó de salir, a la izquierda, la cantante. Detrás, hablando con las empleadas del metro, puede verse a Pedro G. Romero.

Canta cosas tal que ésta.

Una banda infantil en una escuela de música del barrio.

Recital -precioso- en un garaje.

Fui a la exposición “Una ciutat desconeguda sota la boira” exclusivamente para ver la última pieza de José Luis Guerin, esbozo, esencia o semilla (aún no lo sé, y vete a saber) del largometraje que tiene entre manos, pero hay mucha más cosa en esa exposición, y esta mañana, a primera hora, para gozar del (inexistente) frescor inicial, he ido al MACBA a explorarla.
Nada más entrar, te topas con una enorme pared repleta de fotografías que Manuel Laguillo hizo de la amalgama de cosas que se encuentran en la Barcelona que sube por la falda de Collcerola, pero de eso hablaré en otro momento porque, ya que empecé con cine, diré que luego me he topado en la sala siguiente con una película de Pedro G. Romero de 55 minutos, y claro está, me he puesto a verla.
Se llama “Lo que va debajo” (2023/24), y lleva un subtítulo que viene a decir que se trata de un intento de serie de 13 episodios sobre el flamenco en Nou Barris. ¿Cuándo una televisión pública pasará series como ésta? Betevé, por lo menos, está obligada a ello…
Claro que el flamenco está en la base de todo, como lo está en esas dos imprescindibles películas que rodó junto a Gonzalo García Pelayo, “Nueve Sevillas” (3020) y “Siete Jereles” (2022), pero es, como en ellas, mucho más, porque late y se esboza toda la historia y el presente del distrito de Nou Barris barcelonés, apoyándose en la documentación y en los que la recorrieron y la documentaron, ofreciendo lo poco ahí filmado (hay fragmentos de películas de Llorenç Soler, de Vídeo-Nou y de una pelicula rodada en el antiguo manicomio del barrio por Joan Acarín) y fotografiado. Jordi Corominas directamente a la cámara y una voz de locutora femenina en catalán contextualizan un poco.
Pero lo fundamental, eso sí, es el alma flamenca que se esconde en Nou Barris, la presencia actual del mismo que se puede contemplar acompañando a una serie de artistas flamencos e históricos del lugar que lo recorren o las actuaciones de bandas, bailaores, guitarristas y demás, de los que mi ignorancia en el tema no deja aportar su nombre, en espacios singulares (escuela de música, local de los bajos de la parroquia, hasta un garaje…) que van surgiendo.
Hasta la intervención que puede resultar más larga y menos espectacular, en la cual que un guitarrista se desplaza tocando su instrumento por el barrio, ocupando siempre el centro de la pantalla, te permite ir viendo por los rincones su paisanaje y, además, para dar cuenta de la vida que, aunque puede que maltrecha, lo habita, Pedro G. Romero finaliza la secuencia poniendo en la banda sonora el sonido producido al golpear con un hierro una bombona de butano vacía: el repartidor (que, en Barcelona, son todos pakistanís, y no desentonarían con los que viven en varios de estos barrios que comprenden el distrito).
Ahora bien. Durante los 55 minutos que dura la proyección, me ha parecido ver pasar, quizás echando una mirada un rato, a tres personas. La cuarta creo que era el vigilante haciendo la ronda. Pongamos que los locales se han ido de vacaciones. ¿Nadie informa, desde la industria turística que fomenta y regula la marabunta turística, a esa innumerable basca que nos invade, ansiosa de volver a sus lugares de origen con toda la esencia de lo visitado bien captada?
He completado el ciclo de la proyección, enlazando con lo visto en primer lugar y, temiendo que se me echara encima la peor hora de la canícula, he emprendido el camino de regreso a casa, dejando para otra visita lo que resta. Hay tiempo hasta el 12 de enero, y en agosto no puede decirse que la ciudad resplandezca por sus numerosas exposiciones, así que…


Ante una de las casas baratas de La Peguera.


Referentes.


 

sábado, 27 de julio de 2024

In water



Lástima que el Zumzeig cierra en agosto, porque si consigues llegar hasta allá sin desfallecer, se está muy bien en la sala: butacas cómodas, espacio amplio, fresquito, sin palomitas ni grandes masas,…
Ayer vi ahí “In water” (2023), y vuelve a ser una miniatura de esas (61 minutos) de Hong Sang Soo en la que, bajo la apariencia de una continua nimiedad, con sus en principio repetitivos e insustanciales diálogos, resulta que corren, de forma sumergida, cosas bien profundas.
Una cosa a favor es que son únicamente tres personajes, y casi siempre todos juntos, por lo que se aleja extraordinariamente el eventual problema de confundir uno con otro.
Todo da la apariencia de una puesta en escena tan simple como la que apreciamos practica ese chico tan dubitativo que ha llamado a una actriz y a un director de fotografía para hacer con ellos una película en un sitio de playa. Hasta la inclusión de una repentina música se efectúa de forma aparentemente tan pedestre como se ve que hacen en la ficción que acaban rodando: poniendo en marcha un magnetofón.
¡Ah! ¡Que me aspen si sé las razones que justificarían que prácticamente todo el metraje presenta la imagen fuera de foco, más allá de un eventual fallo en un plano, luego alargado a toda la película para igualar, por parte de su director de fotografía, esto es, el propio Hong Sang Soo.




 

Se souvenir d’une ville


Ningún comentario de Jean Gabriel Périot en su documental “Se souvenir d’une ville” (“Facing Darkness”, 2023; en Festival Atlántida -Filmin). Una primera parte en la que se
nos presentan reportajes que unos jóvenes bosnios realizaron en 1992/1993, durante el asedio de Sarajevo y la posterior guerra, y una segunda parte en la que esos mismos realizadores, treinta años después, explican al reducido equipo de Périot, las imágenes que captaron, lo que vieron y sintieron entonces allí mismo.
Nada que objetar a la idea y su ejecución. Pero, notando que el procedimiento perdía frescura por su final, agradecí que acabara pronto el encadenado de reportajes iniciales y, al pasarme lo mismo en la segunda parte, pensé en lo siguiente, aunque pueda no ser bien entendido:
Sé que los bosnios fueron atacados, pero aún así, si, como todos recalcan en el film, lo que queda de todo aquello es la absurdidad y crueldad de la guerra, que no debiera haberse producido nunca, me hubiera gustado que Périot hubiera buscado y expuesto también ese tipo de material y realizadores, pero del bando servio.
Estoy convencido de que debe igualmente existir, y que la visión conjunta hubiera ganado para la causa buscada de denunciar la absurdidad de una barbaridad como aquella, que irrumpió y rompió la juventud de toda una generación.
Que la experiencia sufrida pueda así servir para el futuro, ya sería, también en ese caso, otra cosa.


 

jueves, 25 de julio de 2024

La sombra de una duda


Fui ayer a la Filmoteca a ver “La sombra de una duda” (Alfred Hitchcock, 1943) con las gafas de “El sur” (Victor Érice, 1983).
Varios aspectos, ciertamente, las relacionan. Ambas son el retrato de un proceso de decepción paulatina. Aquí Charlie (Teresa Wright) con su tío Charlie (Joseph Cotten), a quien tiene entronizado, al representar todo (viajes, elegancia, clase, don de gentes,…) lo que no encuentra en su mundo. En “El sur”, el de Estrella con su anteriormente adorado padre.
Hay en ambas, también, en una escena, la reunión de dos porciones de una familia, que han estado separados mucho tiempo.
Y también, como atinadamente me hicieron observar ayer al salir, cuando explicaba estas intuiciones, la imagen de Omero Antonutti estirado en la cama en la fonda de la estación, esperando huir a algún lugar, guarda cierto parentesco con la inicial de Joseph Cotten en su hostal de mala muerte, en circunstancias parecidas.
Película de Hitchcock ya norteamericana por todos sus costados, se inicia con una escena de cine negro (género al que se podría adscribir toda ella, rociada de una serie de toques psicológicos) de ambiente sorprendentemente realista: aparecen dos vagabundos junto al puerto, un crío cruzando la calle en un barrio desfavorecido… y, como dije, ya en la ficción, Charlie tumbado en la cama de la pensión. Es interesante anotar dos detalles de utilización, en ese momento, de las sombras, que me habría gustado haber tenido presentes en el Ombres Mestres que dedicamos a este tema: por un lado, la patrona de la pensión baja la persiana del cuarto de Charlie y, a éste, tumbado en su cama, le cubre su rostro de repente la penumbra, como anuncio del negro futuro que le espera. Poco después, en la misma habitación, él mismo abre las persianas, pero los visillos tamizan la luz, que incide en su cara en forma de rejilla. Si sigue así puede acabar en la prisión.
De ese ambiente de cine negro, culminado con un hermoso, pero sórdido picado sobre la calle, pasamos, en un cambio brusco, a un ambiente amable, de lo más provinciano, representado por ese cruce principal de la población de Charlie, la sobrina, que habita en la bonita casa familiar que luego frecuentaremos.
Hitchcock decía -y le doy la razón-, que a su “Rebeca”, que en esta ocasión se me hizo bastante pesada, le faltaba humor. En ésta los elementos cómicos los aportan los hermanos pequeños de la chica y ese amigo del padre, quizás secretamente enamorado de Charlie, y entusiasta de las tramas policiacas. Pero, como decía, yo colocaría el grueso de la película en el cine negro.
Hay un asesino de viudas suelto, y “La viuda alegre” es el motivo musical de la función. Hitchcock, en dos o tres momentos hace aparecer, impresionadas en la imagen, una serie de parejas decimonónicas bailando ese vals. En una ocasión, esa música resuena a todo volumen, sobre unas noticias de un periódico leído en la biblioteca municipal, que barren y disipan, dramáticamente toda la sombra de duda, para confirmar la hasta entonces sólo sospecha.


 

The Anderson brothers


Me ha interesado por su contenido -hasta el punto que hoy me he saltado mi últimamente innegciable siesta- este documental del Festival Atlántida, que puede verse un tiempo en Filmin, “The Anderson brothers” (Johanna Bernhardson, 2024).
Es una lástima que se le nota demasiado que en su segunda mitad, cuando ya está casi todo descubierto, se hace entonces reiterativo, insistiendo en aspectos que podrían haberse simplificado, y que quiere ofrecer un final agradable. Con algo más de contención diría que habría podido ser una magnífica película sobre la familia, sobre la sociedad sueca y sobre la vejez y el paso del tiempo.
La directora efectúa un retrato de cuatro hermanos: su padre (un antiguo deportista muy comprometido políticamente) y sus tres tíos: uno que tenía dotes para el dibujo y la pintura, otro, documentalista y el mayor, Roy Andersson, el famoso director de singulares ficciones cinematográficas y anuncios.
Para conocer un poco más sobre el mundo de este último también tiene su interés…


 

Rewind & Play


¿A alguien le gusta Thelonious Monk?
En “Rewind & Play” (Alain Gomis, 2022; en Mubi) aparece una alucinada versión del pianista, con su tan reconocible música creando una atmósfera extraordinaria, pero Gomis elaboró el material de partida llegando a otro punto.
Partiendo de los rushes de la grabación de diciembre 1969 para un programa de la televisión francesa, vemos efectivamente a Monk tocando en solitario el piano, pero también asistimos a una exploración de su a ratos perdida mente y a una muestra nada despreciable de cine experimenta


 

lunes, 22 de julio de 2024

Sabotaje

Un escenario de ciencia ficción…

El western de Hitch…

Tercera imagen.

La pareja en el baile del salón.

Me dejo llevar por la contemplación de las películas de Hitchcock. De tanto en tanto, sonrío al ver aparecer un característico, o hasta me carcajeo un poco -perdón a los de la sala- si algún diálogo está bien trabajado para lograr ese efecto.
Ayer apenas pasó eso, porque tanto actores de los característicos como bromas en los diálogos son muy escasos en “Sabotaje” (1942; el título inglés, “Saboteur”, apuntando al que ocasiona el hecho, y no al hecho en sí), y sobre todo en su inicio, de una seriedad absoluta.
Ante esa ausencia, o gran escasez, tocará centrarse en escenas icónicas, que las hay abundantes en la película.
Un extraño espacio (primera imagen) acoge la escena inicial, la fábrica de aviones donde se va a producir un sabotaje. Ni que decir tiene que se acusará erróneamente del hecho al protagonista, que huirá y, con la ayuda de una chica que al principio le es hostil, irá en busca del real saboteador y la extraña sociedad que, como es natural, tiene previsto organizar otro enorme sabotaje y se ha de ver si están a tiempo de evitarlo. Es un nuevo caso hitchcockniano, pues, de falso culpable, rodado en unas fechas en las que Estados Unidos no había entrado aún en la guerra, y campaban por el país muchos grupos de simpatizantes de los nazis.
Es una época ésta en la que Hitchcock achaca las principales debilidades de sus películas a no poder haber contado con los actores adecuados para encarnar a sus protagonistas. Para “Enviado especial” quería a Gary Cooper y se tuvo que conformar con Joe McCrea. Aquí se desespera porque ni el actor que interpreta a su falso culpable (Robert Cummings) tiene el carisma y la personalidad adecuada para mantener la atención del público, ni ella (Priscila Lañe) ofrece la pinta sofisticada que debería.
Es verdad que Cummings no está a la altura y no sientes por él la simpatía que, como espectador, debieras. Hay que fijarse, entonces, llego otra vez a lo mismo, en las imágenes icónicas, que se han hecho famosas, con las que acabaré esta entrada, y en pequeñas píldoras muy de Hitchcock, entre las cuales, ese repiqueteo del extintor en el camión que le recuerda al protagonista la causa de la explosión de la que le acusan (como los multi-presentes cuchillos le recuerdan a la protagonista de “Murder” su homicidio), o la multitud de picados abísmales tan interesantes como los de desde el rascacielos de la ONU en “Con la muerte en los talones”.
Escenas que se recuerdan, algunas muy de Hitchcock, bastantes:
-Empezaré por nombrar una insólita (ver la segunda imagen): un cachito de western. Unos hombres a caballo persiguen por la pradera a un cuatrero (nuestro protagonista). Desde luego eso no es propio de Hitchcock, pero sí esa afición a meterse en otros terrenos reconocibles por los espectadores.
-El fugitivo, con esposas, que se refugia en una cabaña y cree será descubierto por el patrón de la misma… hasta que ve es ciego (tercera imagen). Una escena luego muy reproducida.
-Dos escenarios de esos enormes, llenos de gente, por los que los protagonistas (o antagonistas) intentan escapar de sus enemigos: el gran salón de baile, con todas las salidas vigiladas (cuarta imagen) y el cine también con las diferentes puertas tomadas, en este caso, por la policía (quinta imagen).
En la escena del cine, el film noir de la pantalla interactuando con los espectadores (sexta imagen) en una escena muy a lo Orson Welles, avanzándose -en otro registro- a Woody Allen -o siguiendo a Buster Keaton…-.
-La más icónicas de todas las del film: la persecución en la estatua de la libertad (séptima imagen colgada).
Y es una lástima que se hagan evidentes los discursos morales y patrióticos, en un par de ocasiones, con gran intensidad. En una ocasión se produce en una escena mínima, con reducido aforo: mientras nuestro protagonista habla de “la buena gente”, en la banda sonora, apreciamos el son de varios (y a mi modo de ver muy excesivos) violines.
Por el final vuelve a haber, ahora de forma altisonante, un discurso enfático, ahora público, en la radio, a favor de esa “buena gente” y la democracia… Me da la impresión de que se empezaban a utilizar malas artes para captar a una opinión pública que, como he dicho antes, estaba en el filo entre dos formas opuestas de vivir.

Y los policías vigilando las salidas del cine.

Una pantalla que interactúa con los espectadores.

Y sé que, para que se viera, tendría que haber puesto esta imagen en primer lugar.
 

domingo, 21 de julio de 2024

Shoah


Va siendo una referencia constante, citándola por esto o por aquello, pero Claude Lanzmann no habla de su monumental “Shoah” hasta por el final de sus memorias.
Da unas claves básicas de decisiones que fue tomando (sería un documental en el que el protagonismo no sería de los supervivientes y sobre sus dramáticas peripecias, sino de la muerte, del proceso mismo de exterminio, explicado con el máximo detalle) y se centra principalmente en dos temas, correspondientes a dos secuencias de la película.
Uno es el del peluquero Abraham Bomba, de quien, necesitando muchas páginas para hacerlo, explica el intrincado camino por el mundo para dar con su paradero y, finalmente, filmarlo y grabarlo, con detalles sobre cómo llegó a captar su momento más -casi insoportablemente- emotivo.
La otra es la de Srebnik, el barquero del rio de Chelmo, que llevaba en su barca al comandante de los SS y aprendía canciones de su boca, con la que formó la escena que abre el documental.
De esta última no me acuerdo, con lo que ya sé qué me toca: volver a ver “Shoah”.
Por si alguien no ha visto la escena mas inolvidable de las nueve horas y media del documental, ya la está viendo clicando este enlace:


 

Enviado especial

El bombín indica que estamos en Londres… A la izquierda, un siempre elegante George Sanders.

Anoche era el turno en la Filmoteca de la de los molinos de viento. Hitchcock hacía siempre buen uso de las tarjetas postales turísticas. En Suiza hacía aparecer lagos, montañas… y chocolate. En Nueva York, la estatua de la libertad. En la Holanda de “Enviado especial” (“Foreing correspondent”, 1940) -él mismo lo dice en el libro de conversaciones con Truffaut- tenia obligadamente que sacar molinos y paraguas.
Uno de los primeros, caracterizado porque sus aspas giran en dirección contraria al viento, es el escenario quizás más recordado (a mí me pasa) del film. Pero previamente hay la escena quizás más vistosa, con el asesinato perpetrado por un disparo en una escalinata repleta de gente, en la ciudad asediada por la lluvia, que obliga al uso de paraguas, entre los que huye el asesino.
Anoche caí en una cosa curiosa. Hitchcock tenía una cultura visual muy amplia. Un personaje del film habla, sobre Holanda, de Rembrandt. Pero apostaría que hay otra referencia visual importante en la película, en este caso apuntando al mismo cine.
El cineasta holandés Joris Ivens había efectuado en su país uno de sus cortometrajes iniciales, “Regen” (“Lluvia”, 1929). Estoy convencido que Hitchcock tenía en su cabeza como referencia la escena de los paraguas de ese corto. No he conseguido las capturas de imagen más similares, pero…
Más referencias cruzadas: Sin la fuerza -estética y de significación- que tenía en “The crowd” su inicio con la cámara subiendo por la fachada de un rascacielos y entrando por una ventana de un piso hasta escoger a un hombre entre un montón, ésta también se inicia con la cámara mostrando la fachada de un rascacielos (del periódico NY Globe), escogiendo una ventana y entrando por ella para ver qué se desarrolla dentro.
Me ha parecido muy bonita la escena de despedida, en el puerto, de la madre del periodista a su hijo, que parte para Europa. Tienen una alegre conversación, llena de bromas, pero de repente suena la sirena del barco, ella se da cuenta que en ese barco se irá su hijo y le embarga la emoción. Pues bien: esa escena da pie a luego ver el barco -tiene escrito Queen Mary- en que va a zarpar, y es un señor barco que, aún amarrado al muelle, ocupa buena parte de la pantalla. Imposible no pensar en el de la posterior “Marnie la ladrona”.
Y una tercera: nos hemos avanzado al tiempo y ya parecía haber anoche, anticipadamente, una escena de la también posterior “Náufragos”.
¿Qué más decir de “Enviado especial”? Que sigue otro argumento de esos enrevesados y peliculeros, lanzando a un periodista norteamericano en busca de noticias de peso sobre si estallará o no la guerra en Europa. Evidentemente, el periodista se mete en todos los fregados.
La superficie del asunto, con los nazis (se supone que son ellos) queriendo sonsacar de un veterano político la cláusula 20 de un tratado que puede influir drásticamente en la guerra, es de lo más fútil para arrastrar todo lo que arrastra: es hablando de esta película con Truffaut cuando Hitchcock explica lo que es el McGuffin.
Durante toda la primera parte me descubrí con una permanente sonrisa en la cara, pero la segunda, centrada casi exclusivamente en la acción, me cansó un poco. Con las películas de James Bond y no digamos sus imitaciones me suele pasar lo mismo. Para evitarlo, en esas películas acuden a reclamos eróticos y a gags humorísticos. Pero la segunda parte de “Enviado especial” encadena acción tras acción, sin chispa de ninguna de esas dos cosas.
Un último apunte: acaba con una escena de evidente comunicación política, muy asociada a la época, nada usual en Hitchcock, que rápidamente he anotado para uno de los próximos Ombres Mestres, en los que, entre otras cosas, rastrearemos ese tipo de acercamientos.

No es la escena más llamativa de paraguas de “Regen”, de Joris Ivens. La he escogido por parecerse más a la que he encontrado de “Enviado especial”

Que sería ésta.

Estamos en Holanda. No aparecen quesos, pero sí molinos.

El combativo speach final por la radio.
 

sábado, 20 de julio de 2024

La memoria del cine. Una película sobre Fernando Méndez-Leite


Pues que me ha interesado mucho “La memoria del cine. Una película sobre Fernando Méndez-Leite” (Moisés Salama, 2023; en Caixaforum+: abajo enlace).
Primero porque me ha descubierto lo raro que debió ser de niño y en buena medida sigue siendo ahora, con esa afición a todo lo cinematográfico que llega a ser enfermiza.
Luego porque me ha permitido recordar y volver a pensar en los muchos (Buenos) programas y películas que produjo y pasó la televisión de los ochenta, que había olvidado.
Toda la película, y sus declaraciones, alcanzada una cierta edad, actúan directamente sobre esa memoria de un tiempo en el que el cine estaba situado ahí en medio. Y sobre la memoria como último refugio para miembros de generaciones que estamos siendo cruelmente aniquiladas.
A este respecto, me permito recomendar ver y oír las emotivas apariciones de José Luis García Sánchez (confesando encontrarse en medio de la primera fase del Alzheimer) y de Héctor Alterio (explicando cómo se ve a si mismo como un actor interpretando el papel de su personaje).
El enlace: