La magnífica imagen de apertura.
Y sus sombras bajo los títulos de crédito.
Por malas que sean, siempre vale la pena ver una película de las aventuras de Sherlock Holmes de la serie dirigida por William Neill los años 40, aunque sólo sea por esa entradilla con las dos siluetas, las de S. H. (Basil Rathbone) y el Dr. Watson (Nigel Bruce) y, a continuación, sus sombras mientras caminan, sobreimpresionadas por su título.
Pero es que, además, anoche “Sherlock Holmes en Washington” (1943) me pareció que hacía méritos para ser una de las más atractivas.
Tiene todo un largo preámbulo (el detective y su amigo no aparecen hasta pasados más de 12 minutos de película, lo que dado lo limitado del metraje es mucho) con una serie de alicientes, siguiendo el viaje en avión hasta Nueva York y luego de ahí en tren de unos misteriosos personajes, pero con imágenes tan curiosas como collage de sobreimpresiones y todo.
Cuando por fin aparece, Sherlock Holmes (Rathbone) presenta más cara de loco que nunca y Watson resulta, profundizando en su personaje de despreocupado y bastante descerebrado, muy gracioso, propiciando las deducciones del detective, alguna muy bien urdida.
La trama sigue entonces el mismo esquema que otras de la serie: un alto cargo gubernamental acude al despacho de SH para solicitar su ayuda. Para resolver el caso debe desplazarse a los Estados Unidos, lo que da, además de unas cuantas imágenes documentales desde el cielo (luego convertidas en transparencias), para que Watson, hilarante, habiendo leído un libro sobre el tema, profundice y practique la vida y usos norteamericanos: Flash Gordon, frases coloquiales, el chicle.
Por el final, yendo hacia la resolución del caso, vuelven a aparecer, pero esta vez tomados directamente, no en sombras, los pasos de la pareja en una muy efectiva escena y todo se remata con una frase final de apoyo a la democracia y a la colaboración británico/norteamericana que, confirmando el aspecto previo de ambiente de guerra fría con sus espías, nos recuerda que estamos en 1943.
Está en Filmin.
S. H. con un peinado que le acentúa su cara de loco y explicando nada más aparecer una de sus magníficas deducciones, que han ocasionado el asombro de Watson.
NY desde el avión a hélice.
Y una transparencia.
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