Que te llame Julieta Serrano -con lo que yo la quiero- diciéndote que viene a Barcelona y que nos envía una invitación a una comida -por mucho que sea “a peu dret”- preparada por el gremio de la restauración, tiene su qué.
Es porque venía a hacer el pregón de las fiestas de Santa Eulalia, este año con retraso y con salto el año pasado, porque la pandemia estuvo poniendo palos a la rueda.
El acto -y la comida- han sido hoy, en el Born, con la presencia de gente de todos los partidos -dos de ellos se han incrustado en la tribuna- y mucha de esa gente del mundo de la cultura y espectáculos, con lo que vagamente te iba sonando una u otra cara de actores del teatro o, mayormente, de los que salían por series de la tele.
Julieta Serrano, ovacionada a base de bien, ha basado su discurso en sus recuerdos personales en relación con Barcelona, desde su infancia en el Poble Sec -con el paréntesis de la guerra, que pasó en una masía de su familia, cerca de Valencia, guardando el recuerdo de la entrada de los soldados del bando nacional en la ciudad-, su inicial papel de Doña Inés a los trece años (con “cara de bleda”, ha especificado) en el Juan Tenorio representado en un grupo de aficionados de su barrio, sus inicios -y continuaciones- de teatro profesional -primero infantil- con Nuria Espert y las ocasiones en las que, ya residente en Madrid, volvía a Barcelona.
Ha acabado, la emoción embargándola y entre largos y sonoros aplausos, diciendo que tiene la intención de vivir muchos años y que desearía que la gente la siga recordando con cariño. Un cariño que, desde luego, se ha notado en la sala, en la que hemos oído comentar aprobatoriamente, a unos y a otros, lo especial que es esta mujer y como se hace querer.
En cuanto a la comida, que así, en pequeños pedazos en general muy buenos, se llega a comer mucho más. Y que así no hay quien adelgace.
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