lunes, 22 de septiembre de 2025

¿Dónde se escondió el humor de Jacques Tati?



Veo en el ordenador un vídeo. En él un homenot de Vic se dirige a la cámara desde una habitación de su casa mientras de fondo, sin sonido, se desarrollan las imágenes iniciales de Les vacances de Mr. Hulot. 


No necesito ese sonido escatimado, porque viendo las imágenes lo recupero instantáneamente. Ahí está ese altavoz ininteligible de la estación de tren que parece ser el causante de que la multitud pase atropelladamente de un andén a otro, ese cochecito que parece construido en casa que avanza sincopadamente, a golpes de petardos que expulsa con estrépito por el tubo de escape. Ese majestuoso cochazo que adelanta en un santiamén al cochecito envolviéndolo en una espesa nube de polvo, expulsándolo de la carretera hasta que, con unos cuantos petarditos más, se reincorpora y reencuentra su velocidad de crucero… hasta que su llegada al balneario vacacional también atrae, vía sonora, a todos los presentes…


Notando lo extremadamente bien planificadas y ejecutadas que están esas secuencias, me he preguntado dónde se ha perdido esa habilidad (a base de un trabajo de órdago) derrochada aquí a espuertas, y cómo es que no parece haber nadie en la actualidad que haya recogido, ni que sea parcialmente, esa herencia. Me he dicho también que ya tenía tema para este artículo: El humor de Tati y su falta de descendencia.


Lo primero lo daré por sabido. Es para evitar situaciones entre los eventuales lectores como la que viví yo hace muchos años, que explico ahora mínimamente como justificante, en descargo. 


Se trata de uno de los momentos, prolongado por lo que parecían ser interminables horas, más comprometidos en los que me he visto inmerso. Estaba yo en un proyecto en una fábrica que la empresa en la que trabajaba tenía en Galicia. Su director, muy atento (con unas atenciones que los presupuestos fabriles fueron haciendo disminuir con el tiempo drásticamente), me invita a una comida en un buen restaurante del centro de la ciudad. Allí entro en conocimiento de que es un gran aficionado al cine, conspicuo lector en su día de Film Ideal, para más señas. 


Una cosa lleva a otra, y así me veo en el compromiso de acompañarle una tarde, a la salida del trabajo, a su domicilio, donde ha prometido enseñarme el guion de una película cómica que tiene escrito. Un trabajo, recalca, que surge directamente del humor de Jacques Tati.


No le basta con enseñármelo, un grueso folleto de amarillentos papeles que saca de una cartera de documentos. ¡Se ofrece a leérmelo! A lo que, claro está, sería una falta tremenda de cortesía negarse, con lo que respondo con cara de satisfacción y un miedo interno gordo sobre lo que se me viene encima.


Se trataba de un guion clásico, con los diálogos de cada personaje, acompañados de la descripción de las acciones de los personajes y de los lugares en que se desarrollaban. Que me maten si recuerdo algo más que era un autobús municipal bastante saturado en el que coincidían dos personas y provocaban, con sus acciones y frases correspondientes, las risotadas y miradas orgullosas y cómplices del director, interrumpiendo mínimamente la lectura, y que esa secuencia, con esas interrupciones, parecía que iba a prolongarse toda la noche si no hubiera sido que su mujer, salvadora, llamó discretamente a la puerta y avisó de la hora que era. El director de fábrica y flamante autor de guiones de comedia a lo Tati se sorprendió, me preguntó si no me importaría continuar con la lectura otro día y, lanzado, nos convenció a mujer y espectador/oyente de la audición a ir a cenar a otro restaurante para celebrar su talento. Durante la cena estaba exultante, y recuerdo que explicó otras muchas cosas por efecto del excesivo alcohol, pero ya no fueron de cine y me las callo.


Desde ese momento entiendo claramente que una cosa es el resultado de los gags de Jacques Tati y otra es escribir sobre ellos. Y sé que hacer leer un guion cómico, o cualquier escrito que hable de gags cómicos, es un acto que conviene evitar, porque maldita la gracia que suele tener. Para eso están las películas originales…


Pero vayamos a lo segundo, lo de los posibles herederos. En Les vacances de Mr. Hulot (1953) ya había muchas escenas en las que Tati fijaba la cámara y dejaba ver cómo los múltiples actores evolucionaban en el encuadre marcado. Pero, con el tiempo, el cineasta fue haciendo más complejo el contenido de sus encuadres, aficionándose a unos alocados planos secuencia cuya preparación debía suponer un trabajo ímprobo, llegando a la cima de este proceso con Playtime (1967). Por esta razón, de muchos practicantes de los planos secuencia, y más si hacen comedias, se suele decir que guardan cierto parentesco con Jacques Tati.


El mismo Luís García Berlanga, quien, por cierto, ya había hecho un Novio a la vista (1954) que tenía mucho de Jour de Fête (1949) y, sobre todo, de Les vacances de Mr. Hulot, también tuvo ese proceso de ir agudizando sus planos secuencia. Pero, no obstante, pese a esta similitud, yo diría que, en vez de irse acercando a Tati, fue alejándose de él. Salvo en algún caso excepcional (ese plano final de ¡Vivan los novios! de 1970), Berlanga no tuvo en su etapa final la capacidad de Tati para componer sus planos secuencia visualmente, más allá de hacer jugar y hablar, moviéndose como en una endemoniada colmena, a sus personajes.


En cambio, a mí siempre me ha parecido Otar Iosseliani un cineasta que sí, que recuerda muchas cosas de Tati. En Lundi matin (2002) marcaba la pauta de cada nuevo día con la llegada de un tractor al cruce de la casa donde vivía una excéntrica vieja dama, conductora de 2CV. No era sólo la planificación escénica, también los sonidos definían sus secuencias.


Pero, lamentablemente, Otar Iosseliani falleció hace un par de años, dejándonos sin sus siempre sorprendentes películas.


Otro director que en mi opinión también tiene puntos de contacto con Tati es Roy Andersson, es verdad que con una vena mucho más ácida que Tati. Pero Andersson hace tiempo que vendió su casa / estudio y dejó de hacer cine…


¿No queda nadie vivo y en activo, pues? Yo aventuraría un nombre, el de Elia Suleiman. De origen palestino, pero con pasaporte israelí, no tengo idea de cómo le estará dejando el cuerpo todas las barbaridades que están pasando por esa parte del mundo. Era magnífica su mirada irónica sobre sí mismo y su país, pero a saber si todavía será capaz de mantenerla.

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