Un coche de muertos junto a la tapia del cementerio como primera imagen del film.
Por un momento me he puesto a pensar cómo François Truffaut se pone a situar sus películas en explícitos emplazamientos del exágono, empezando por el Nimes de “Les Mistons”. No lo digo sólo por la Torre Eiffel y la zona Batignoles-Clichy de París, sino todo un salpullido de pequeñas ciudades francesas, como Aix-les Bains, Béziers o el Thiers del otro día. En “El hombre que amaba las mujeres” (1977, ayer en la Filmoteca) este emplazamiento es un Montpellier que se muestra activo, laborioso y comerciante, por donde se mueven Bertrand (Charles Denner) y las mujeres de su adoración para, cuando se desplaza a la capital, centrarse exactamente en ese París indicado.
Con tanto que he hablado de esta película, seguro que algo ya he debido decir sobre la debilidad especial que siento por ella. Una debilidad que quizás alguien no se atreva a confesar por creer que podría llegar a ser en estos tiempos masacrado por ello. Bertrand admira y se siente atraído continuamente por las mujeres con las que se cruza, a las que observa fijamente y sigue con intención de contactar con ellas y eso podría ser considerado un imperdonable comportamiento para un código feminista con anteojeras. Porque, en realidad, la misma película está llena de situaciones, personajes femeninos, calificativos e incluso declaraciones que admiten otras miradas, y nos podrían situar en el campo contrario al sospechado. Por no mencionar ese sueño, tildado por Bertrand de desagradable, que invierte todos los papeles.
Bertrand escribe una especie de memorias suyas que constituyen, bien mirado, toda una “Teoría del deseo”, exactamente lo que va estableciendo, fijándonos en el personaje, la misma película.
Al margen de este comentario sobre el tema genérico de la película, que como me lanzó después una amiga es ciertamente el deseo más que el amor, pues cuando se alcanza el ser deseado normalmente el sentimiento amoroso decae estrepitosamente, no dejaré esta vez tampoco de mencionar una escena que no recordaba en toda su extensión y unos cuantos detalles truffautianos que se detectan por aquí y por allá.
La escena que quiero mencionar es la protagonizada por Jean Dasté, quien para Truffaut significa tanto, empezando por la conexión con Jean Vigo. Dasté hace de un doctor que recibe en su consulta a Bertrand, a quien dirige toda una serie de socarronas observaciones, junto a otras frases muy acertadas. Por una de las primeras llegamos a conocer la razón por la que se inventó el trabajo, mientras que una de las segundas sopesa la gran satisfacción que se obtiene al ver publicado un libro del que eres autor, sólo comparable con que nazca de tu vientre, tras nueve meses de gestación, un niño, cuestión que -le recuerda a Bertrand- nos está vedada.
Y una retahíla de pequeños detalles típicos de Truffaut:
-En esta ocasión los títulos de crédito iniciales aparecen sobre la escena de un entierro. Truffaut hace un cameo a lo Hitchcock en ese buen principio, posiblemente, como le decía éste en el libro de conversaciones, para que la gente ya no lo busque en el resto del metraje, y pueda estar atento a lo que se explica.
-Marcel Berbet, el gerente de “Les films du carrosse”, aparece no en uno, sino en dos pequeños papeles. En el primero, curiosamente, para darle un aspecto más odioso como aburrido y desinteresado marido en un restaurante, aparece sin sus peculiares gafas.
-Quizás deba corregir el escrito que colgué por aquí sobre ya no me acuerdo qué película previa de Truffaut de esta retrospectiva, en el que decía que hacía de Chabrol, observando a una mujer subiendo por una escalera. Aquí lo vuelve a hacer, y es una escalera de caracol.
-Es ésta otra película más de las suyas en la que ella, tras pasar la noche con él, saca de la habitación la bandeja del desayuno (que será explorada por un gato)… para seguir sin obstáculos por el medio, discretamente cara a los espectadores, en el interior de la habitación con él.
-Vuelve Néstor Almendros en la fotografía y Truffaut vuelve a utilizar música de Maurice Jaubert…
Los títulos de crédito finales aúnan dos imágenes por sobreimpresión: piernas de mujeres pasan por delante de un escaparate en el que está expuestos, multiplicados, los volúmenes del libro escrito por Bertrand. Falta el cine, pero ahí quedan, reunidos, las mujeres y los libros, ellas y ellos entre lo más querido por Truffaut.
Una ensoñación de Bertrand en el aeropuerto, en una sala de espera en la que sólo encuentra ejecutivos con su típica cartera de la época.
Brigitte Fosey y Charles Denner.
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