Cuando surge por ahí la máxima de que las últimas películas de François Truffaut no tienen la fuerza de las primeras siempre puede contraatacarse sacando a relucir el nombre de “La femme d’à côté” (1981; ayer en la Filmoteca), y la tesis queda hecha añicos.
Tras verla de nuevo confirmo el hallazgo de esa gerente del Club de Tenis de Grénoble, tanto como narradora envolvente de la historia de Mathilde (Fanny Ardant) y Bernard (Gerard Depardieu) como protagonista de una trágica historia de amor en dos fases que hace el doblete perfecto con la de los dos.
Son las lecturas últimas de libros sobre Truffaut las que me dan, desde hace ya unos años, una clave muy especial para la lectura de la película: cuando escribía el papel de Gerard Depardieu, Truffaut estaba pensando en Catherine Deneuve, mientras que cuando lo hacia sobre el personaje que interpreta Fanny Ardant, no hacía sino pensar en sí mismo, en su propia historia previa. Una inversión de género que, por cierto, ya se producía en la misma “La sirena dl Misisipí”, en la que Deneuve tenía todos los trazos que corrientemente asumen los personajes masculinos, mientras Belmondo, en correspondencia, los de los femeninos de tantas y tantas películas.
Los temas que predominantemente denotan a Truffaut en la película son en esta ocasión, en mi opinión, más de fondo, esa misma historia que nos alecciona sobre lo cerca que están la felicidad de la desgracia, cosas así. Y hay muchos menos de esos elementos menores que suelen surgir por todos los rincones de sus anteriores películas, pero vamos a ellos.
Bernard (otra vez ese nombre para el personaje masculino, aunque quizás por lo mencionado de forma engañosa) trabaja con maquetas gigantes de barcos, exactamente como hacía el Bernard de “L’homme qui amait les femmes”. Así, le puede decir a su mujer que el vecino, controlador aéreo, tiene un empleo similar al suyo, pero con aviones en vez de petroleros.
Los Coudray salen una noche al centro de Grenoble y van al cine, concretámente a una de esas grandes salas Gaumont que ahora, desgraciadamente, están cerrando paulatinamente. Pero previamente, Bernard habla de haber visto una película que le causó gran impresión, en la que un hombre se cortaba los brazos por amor. Está hablando desde luego del argumento de “Garras humanas” (Tod Browning, 1927), con un enorme Lon Chaney.
Igual que en “Jules et Jim” hay cartas que se cruzan, aquí hay llamadas telefónicas que no consiguen la comunicación deseada, atropellándose una por la otra.
Mathilde dice una frase muy de Truffaut: que le gustan las canciones tontas, y tras explicar que no lo son en absoluto, añade que son las que dicen las verdades. Cuanto más tontas sean, más.
Aquí la pareja no acude a una cabaña/motel para su encuentro amoroso, pero el coche, refugiado en un sitio apartado, hace las veces. Y Truffaut corta el plano tras permitirnos ver las piernas de ella que, naturalmente, van envueltas en unas medias sujetas a la altura de sus muslos con unas ligas.
Y lo dejo aquí. En esta ocasión, para no cansar con la repetición, no volveré a declararme admirador perdido de la escena del desmayo en el parking, que lidera unas cuantas de ese estilo suyas.
Sólo me he llevado a casa una intriga filológica a analizar. Mathilde dice (en francés y así lo tradujeron ayer los subtítulos) que para ser amada necesita ser algo que no es: amable. Y ahí está, nunca había pensado que una persona amable era aquella que tenía las características para poder ser amada. ¿Hay algún filólogo en la sala?
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