jueves, 10 de octubre de 2024

Shoah

El maquinista del tren de mercancías humanas a Treblinka.

Para preparar un encargo recibido he ido a buscar el pack -formado por cuatro DVD de más de dos horas cada uno- de “Shoah” (Claude Lanzmann, 1985), me los he visto de nuevo todos, uno tras otro, y luego he regresado a algunos de sus fragmentos varias veces.
Sigo preguntándome cómo es que aún hoy en día hay gente que ve películas “muy emotivas” sobre “la solución final” que planificaron y ejecutaron los nazis en los años 40 y, en cambio, aún no ha visto este monumento, desde luego la obra definitiva sobre el tema. Es más: vista “Shoah”, ¿cómo puede alguien ponerse luego a ver ficciones sobre ello?
No sé qué admirar más:
-Si la constancia y hasta cabezonería de Claude Lanzmann en perseguir a los últimos sobrevivientes, verdugos, víctimas y conocedores de los hechos y convencerlos de que debían aparecer explicando lo que sabían. Preservar para la Historia lo que habían visto y conocían debió convencer finalmente a más de uno.
-O si el montaje de la ingente cantidad de horas grabadas en su peregrinar por todo el mundo. Y hablo de montaje en el más “sencillo” de sus términos. No tanto en cuanto a método de combinar dos planos entre sí, ya que los de la película suelen ser muy largos, casi hasta acabar en sí mismos el tema a exponer, sino en cuanto a qué presentar y qué dejar fuera. Doce años de su vida le llevó poder presentar la película.
Ahora, vista tal y como la ideó, valoras más, sí posible, lo contundente de su exposición, su pajolera insistencia, repitiendo en pregunta lo que acaba de oír, para que su interlocutor se explaye y acabe por ser imposible no hacerse una idea precisa de cómo fue realmente esa auténtica industria de la muerte montada. Ante la imposible existencia de grabaciones reales, del momento, todo ese trabajo de ir indagando cada rincón del presente, dándole un sentido evocador con el testimonio de los que lo vivieron.
Largas panorámicas o travellings por tristes paisajes invernales son frecuentes en la película, acompañados, aunque no siempre, de la voz en off de alguien describiendo cómo habían sido y funcionaban. Son absolutamente imprescindibles para dejar que el espectador vaya digeriendo las escalofriantes constataciones que le son reveladas.

Los espacios que restan.

Un clarividente superviviente, explicando a Claude Lanzmann y la traductora cómo funcionaba la rampa de Sobibor, ese eslabón de la cadena de la muerte.

Entrevista clandestina, usando medios entonces descubiertos de televisión, de Suchomel, entonces al cargo de operaciones en Treblinka, absuelto o ya liberado de sus cargos.

El testimonio de Abe Bombe, peluquero de Treblinka.
 

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