miércoles, 2 de octubre de 2024

La venganza de una mujer

La que me fue presentada por ella como encargada de todos sus asuntos -e hija-, Rita Azevedo Gomes y Olga Iglesias en el vestíbulo de la Filmoteca, antes de iniciarse la sesión.

Rita Azevedo, junto a Mireia Iniesta, antes de que apagaran los focos que le molestaban a los ojos.

La Federació Catalana de Cineclubs tuvo este año el acierto de otorgar el Premio José María Nunes Internacional a Rita Azevedo Gomes y anoche, en la Setmana del Cineclubisme de la Filmoteca, logró que ella presentase una sesión con su “La venganza de una mujer” (2002), un doble motivo para regocijarse y, claro está, no olvidarse de asistir.
Gracias a conocer a los responsables de la Federación, me dieron la oportunidad de abordarla. Cansada (por la mañana había dado una clase de dos horas y media en la ECIB), algo aturdida por el ruido y un cierto, característico e inevitable, desorden organizativo, se mostró como una cineasta muy abordable, sencilla y agradable, como si no fueran suyos varios de los films más interesantes del cine portugués (y quizás haya que añadir que muchos colocamos al portugués en el nivel más alto de interés del cine internacional…). Dejando atrás el cansancio acumulado, hizo una pequeña introducción previa al pase de la película, luego -junto con Mireia Iniesta-, participó en un bastante largo coloquio y aún invitó después a los asistentes a continuar hablando frente a un café o algo más contundente.
Nada más empezar “La venganza de una mujer” vemos que estamos en un estudio, en el que un narrador no tiene, además de utilizar su voz en off, ningún inconveniente en aparecer en escena, junto a unos actores vestidos de época (ver la primera imagen de la película que incluyo).
La historia que parecen representar esos actores en unos evidentes decorados (sobre todo cuando alguno de los personajes explica, a su vez, una historia -segunda imagen- en un proceso que me ha recordado a alguna de las películas de Raul Ruiz, como “Los misterios de Lisboa” o “La recta provincia”) es inicialmente una historia de libertinos, muy a juego, según ha explicado Rita Azevedo, con la propia vida de Barbey de Aurevilly, autor decimonónico de la novela en que se basa la película, para luego dar un giro, y entrar ya en la historia, narrada por su mismo personaje, de la peculiar venganza de una mujer despechada del que habla el título.
Por el final, vemos cómo se retira una parte del decorado y se abre un resquicio del fondo del estudio, entrando entonces ruido y alguna imagen de los coches que, circulando, lo rodean. Se cierra pues el círculo, en cuyo interior -se nos viene a decir- se ha representado una ficción. Pero Rita Azevedo toma a continuación una nueva, importante decisión, que enriquece aún más toda la película: nos muestra un plano fijo de una casa y escaleras antiguas, que nos remiten a (o nos hace pensar en) todos aquellos que quizás vivieron o presenciaron realmente la historia que nos ha sido explicada.
No sé si les pasará a más espectadores. La primera vez que veo una película de Rita Azevedo Gomes, me convence por sus encuadres, juego escénico o la calidad pictórica de ciertos de sus planos (en esta película muy acusada). Es en visiones posteriores cuando me fijo en otras cosas, obteniendo significados que en la primera visión me pasaron desapercibidos. Anoche, entre la nueva visión de la película, lo que entendí de lo que explicó en su portuñol la realizadora, lo que completó mi imaginación y alguna cosa más que surgió en el coloquio, salí más que contento, con un buen paso adicional dado en la plena comprensión del film y su trabajo.
Como soy un bocazas, abusé de la posibilidad de pedir un micro y pedir explicaciones a la realizadora sobre su película. En una primera pregunta juro que sólo pretendí captar cuál era su proceso creativo. En la escena clave de la película, en la que la mujer víctima, únicamente con el poder de la palabra, con su relato (como dijo Mireia Iniesta trasmitiendo lo que había leído en un escrito de Adrian Martin) cambia de por vida el carácter y actitud de un hombre que había sido hasta entonces un libertino, empieza a oírse -sólo a oírse, sin llegar nunca a verse, porque el espacio donde tiene lugar la escena figura ser un piso cerrado a cal y canto- un buen aguacero. La intensidad de éste se hace notable, hasta el punto que me llegué a preguntar si no se trataría de un aguacero real, que debido a su fuerza se oía dentro de la sala de la Filmoteca. Cuando el hombre sale, cariacontecido por lo que ha estado oyendo, a la calle, el aguacero ha finalizado y tan sólo se aprecian en ella las huellas de su intensidad. A mí me había maravillado que en una secuencia -muy dramática- posterior volviera a oírse de nuevo el sonido de una lluvia exterior, que no vemos, y consideré todo ello como una hermosa e importante decisión de puesta en escena, y entonces le pregunté cómo había surgido eso de introducir allí, en ambas escenas, ese sonido, a priori nada evidente, pues resultaba una decisión de puesta en escena magistral. La sinceridad de Azevedo fue aplastante: había un sonido insistente en el estudio del rodaje que quería que no se notase en la proyección, y se le ocurrió introducir ese sonido de lluvia exterior… y luego justificarlo y redondearlo.
En otra pregunta ya metí la pata estrepitosamente haciendo gala de mi perspicacia habitual. Creo que la primera película que vi suya fue “Correspondencias” y, dejándome totalmente admirado, lamenté sin embargo mi ausencia de conocimientos de las claves culturales portuguesas que manejaba, que me hubieran enriquecido aún más su visión. En “La venganza de una mujer”, pese a que su argumento está basado en una novela francesa, surgen por el final unos potentísimos (a la vez que precisos y claros, ligados con un natural lamento por el paso del tiempo) versos que figura anotar el personaje como notas de viaje y que me parecieron obra de un portugués que me lamentaba, una vez más, desconocer. Pues bien: Rita Azevedo explicó que se trataba de unos versos del bien cercano a nosotros Juan Luis Panero…
La cosa no acabó allí. Mi curiosidad me llevó a preguntarle posteriormente, entre otras cosas, cómo llegó a conocer a Gonzalo García Pelayo quien, pese a que su cine se sitúa a una distancia enorme del de ella, consta como productor de su “Trío en mi bemol”. Empezó y siguió en varias etapas, dadas las continuas interrupciones que nos asaltaron, su relato, que partía de una inicial coincidencia en un festival de cine portugués, el conocimiento de la increíble existencia de un colaborador de Gonzalo que iba lanzando en la editorial Gong unos libros totalmente impensables para una aún no asentada editorial, la no menos increíble historia de los Pelayos,… Tras la enésima interrupción obligada por las circunstancias, ya ceje de seguir indagando.

El narrador irrumpe en una escena.

Relato dentro del relato. La duquesa de Terra Cremata explica su historia.