domingo, 28 de diciembre de 2025

Crónica de un ser vivo


Tenía por ver una película de Kurosawa, (“Crónica de un ser vivo”, 1955; en Filmin) que, una vez vista, no acaba de convencerme del todo, pero a la vez me hace confirmar lo grande que llegaba a ser como director.
Títulos de crédito sobre un Tokio modernísimo…que deja ver de tanto en tanto alguna transeúnte aún vestida con kimono (de contrastes entre una generación y forma de pensar antigua, otra adaptada a las ansias de sus vencedores en la guerra y una tercera compuesta de jóvenes en general despreocupados y dispuestos a vivir una vida sin ataduras va también la película). Tras ellos, la cámara, dejando pasar un tranvía, se fija en una ventana, en la que un dentista, el Dr. Harada, se prepara para ejercer su oficio. La película está llena de planos tan bien resueltos (bellos y funcionales) como éste o como el que cierra el film (tercera foto).
El Dr. Harada (Toshiro Mifune) es además miembro de un jurado de paz al que se le presenta el complejo caso de un industrial denunciado por sus hijos que lo quieren incapacitar, porque quiere cesar su trabajo y llevárselos a todos al Brasil para salvarlos de un posible desastre nuclear que le atormenta.
En una escena posterior, el anciano oye como pasan, uno tras otro, con su estrépito, varios reactores norteamericanos. Se oye entonces un ruido tremendo y corre a refugiarse. Empieza a diluviar y comprendemos que era sólo un trueno.
Posiblemente la fábula tendente a hacer ver la necesidad de despertar y reaccionar ante la locura de una carrera hacia una confrontación nuclear entre las potencias se conduzca por caminos demasiado extremos, llevados por momento a la caricatura, pero en ese viaje caben un retrato de la sociedad japonesa nada despreciable y unas cuantas lecciones de puesta en escena admirables.



La familia al completo, distanciada, esperando entrar en el jurado de paz.


Con un hijo ilegítimo -tiene varios- y el hijo de éste.

Intento de conciliación.
 

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