Esa imagen onírica inicial, dominada por el estrépito de esa avenida de tráfico vertiginoso en el que desemboca el túnel de las viviendas…
… y que acaba en un puente.
Veo ahora la primera película de Koreeda, “Naborosi” (1995; en Filmin), y ya sólo su primera escena te indica, con ese inicial sonido de un timbre de bicicleta, esa huida de la abuela -decidida- viaducto arriba, junto al estrépito de los coches que también cruzan vertiginosos al final del oscuro portal, el sentido de cine que llevaba entonces dentro.
Se pueden ir apreciando más tarde, punteando toda la trama, las marcas de otros sonidos:
-el pequeño cascabel de tanto significado
-los trenes bordeando el recorrido de la protagonista en el preciso momento que más pueden herirla.
-el pequeño vapor del río
-el rugido del mar batiendo contra la costa
-las palmas con las que los que asisten a una celebración acompañan una canción ceremonial
-los ecos en el túnel por el que pasan los niños
-la (amenazante) sierra del taller
-la campanilla movida por el viento
-el acompasado tic tac del reloj de la casa
-y muchos más.
Toda una demostración de que el cine es también, ademas de imágenes, una cuestión de sonidos.
Sólo me sobra entonces esa musiquilla tierna que acentúa la tristeza de ciertas escenas.









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