martes, 2 de diciembre de 2025

María Aurelia Capmany parla d’Un lloc entre els morts’


Dudaba ayer tarde entre ir a dos sesiones de la Filmoteca. Una era de Germaine Dulac y la otra de Joaquín Jordá. Finalmente me decidí por esta última, porque “María Aurelia Capmany parla d’Un lloc entre els morts’”(1969) debe ser la única de las películas que hizo Jordá por aquí que no había visto nunca.
Pablo La Parra, aunque no anunciado, llegó de improviso para presentarnos a los cuatro gatos reunidos la película y el ciclo que dedican a Jordá, y procedió, por un lado, a contextualizar el momento de la trayectoria del cineasta en que se produjo y, por otro, los motivos por los que era una pieza rarísima de nuestro cine, explicitando que toda la información -y la misma película, pues la descubrieron ellos entre el fondo Durán depositado en la Filmoteca-, procedía de “los máximos conocedores de la Escuela de Barcelona, Esteve Riambau y Mirito Torreiro”.
Al llegar a casa lo comprobé leyendo la obra que dedicaron a historiar a los cineastas de la Escuela de Barcelona, como también vi que, resumido, era aproximadamente lo que nos había confesado que pasó Jordá en la entrevista que le efectuamos Martí Rom y yo para la monografía del Cineclub Associació d’Enginyers… cuyos detalles había olvidado por completo.
El momento en que surgió el rodaje es el de -casi enterrado el intento de ficciones de la Escuela de Barcelona- búsqueda de próceres y mecenas de la Cultura Catalana para ver de hacer con su ayuda económica adaptaciones literarias. Fracasado el proyecto de “Laura a la ciutat dels Morts” (como decía Jordà, con otro nombre, para no pagar derechos), vino el tanteo de hacer otro tanto con “Un lloc entre els morts”, por el que María Aurelia Capmany había ganado el Premi Sant Jordi.
Pero el proyecto también llegaba en un momento de transición entre sus producciones en 35mm… y el que sería su cine militante posterior en Italia. El caso es que Jordá propuso rodar en 16mm y blanco y negro una entrevista a la Capmany… que quería integrar de alguna manera en la película a rodar adaptando el libro, constituyendo así un mix entre ficción y ensayo como mucho más tarde elaboró para “Mones com la Becky”
Llegada la oportunidad de presentarlo en la gala de entrega del Premi d’honor de les Lletres Catalanes, que se otorgaba ese año por primera vez y le tocó a Capmany, Jordá hizo un montaje rápido -y loco, según La Parra- de la entrevista -que no ocultaba su mismo proceso de elaboración- con unas escenas sueltas en color de una estancia en Formentera. Según nos comentó Jordá, lo hizo para provocar a los reunidos para la entrega del premio, y ciertamente “importunó lo necesario”.
Pero vayamos a la película en sí. Confieso que el discurso de la Capmany, explicando su novela, aunque tenga momentos ciertamente interesantes, me resultó excesivamente prolijo, pero lo que en cambio me maravilló ayer, acercándome al para mí mejor, más libre e interesante Jordá, es el dispositivo montado por éste.
Los mínimos títulos de crédito contados a micrófono, al puro estilo godardiano, por el propio Jordá, nos lo muestran en la terraza del ático de la escritora en la calle Balmes. Una panorámica nos enseña a su colaborador -Joan Enric Lahosa-, mientras menciona también al cámara -Manel Esteban- i técnico de sonido -Ribas-, anunciando que también intervendrá Jaume Vidal Alcover.
Pero lo que me ha emocionado, por cómo te acerca a la época del rodaje, es que la cámara, antes de hacer un complejo movimiento para dejarnos ver a María Aurelia Capmany en su mesa de trabajo del interior y pasarle la palabra, hace todo un recorrido panorámico previo por el interior del patio de manzana. Destaca la joroba que rápidamente identificas como el trascenio del Teatro Coliseum, a cuya cúpula hace mención Jordá recordando la Adrià Gual, pero lo mejor es ver la existencia del techo de una fábrica de la calle Diputación, la enorme y feísima medianera a su lado y, sobre todo, la gran cantidad de patios elevados que hacían de aparcamiento de coches. Con lo de los parques del interior de manzana, desde luego, la ciudad ha mejorado un montón.
La verdad es que no me parecen las imágenes de Formentera (o del camino a Formentera) que se insertan en la película mediante raccords con lo que se dice, producto, como señalaba Jordá, del LSD. Resultan planos extraños, pero bastante anodinos. Sí lo es, quizás, otro plano insertado, pero en esta ocasión no es en color, sino en blanco y negro, y aparece un personaje que me ha recordado mucho al Jacinto Esteva de la época.
Las interrupciones de M. A. Capmany para ir y contestar el teléfono, integradas en el conjunto como si tal cosa, de la misma forma que, por ejemplo, la llegada de Carlos Durán, le dan un toque especial a la cosa, y seguramente fue lo que hizo decir a Joan Fuster -quien no mostró el enfado de los demás espectadores el día de la entrega del premio- que, como quizás estuvieron ante el cine del futuro, convenía guardarse mucho de criticarlo.




 

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