De los episodios que, en el fondo, con un eje común, constituyen “La novia vestía de negro” (François Truffaut, 1968; ayer en la Filmoteca), yo diría que todos sus espectadores estarán de acuerdo en que el más completo, el que más define a la película y más íntimamente ligado está con la personalidad de Truffaut y la forma de hacer suya, seria el que tiene por protagonista a Charles Denner.
Es el único en el que Julie (Jean Moreau) parece estar a punto de cejar en su objetivo vengador, que sigue un esquema muy similar a otras historias de amor del director, en el que su admirador y si pudiera amante le hace colocar las piernas y manos sosteniéndolas como Desailly le hacía poner a su adorada azafata en “La peau douce”, y Conrado nos podrá certificar que efectivamente, en su episodio, Bernard Hermann deja un poco de lado la música de suspense y acción para ofrecernos otra de combate (o claudicación) amorosos.
Truffaut también debía pensar lo mismo, porque son imágenes suyas las que más utilizaron como carteles de la película, y su misma caratula, mientras se muestran sus títulos de crédito, también.
(Entre paréntesis me pregunto y no recuerdo para responderme, qué se pasó en España, cuando se estrenó, para evitar mostrar el desnudo -aunque parezca pintado- en las fotos de la Moreau que parecen estar imprimiéndose en una rotativa. Luego, en ese mismo episodio del film, cuando ella se cambia de ropa, se le ven también los pechos desnudos en un espejo, pero un pequeño corte debió eliminar casi sin que se notase el problema, mientras que no pudieron hacer lo mismo con tanto minuto que duran los títulos).
Más tarde, cuando vaya a buscar a Charles Denner para protagonizar “El hombre que amaba a las mujeres”, Truffaut le dirá que fue viéndolo en su papel de “La novia” cuando tuvo la idea de hacerla, certificando la sensación que da de que las secuencias en que aparece fueron, realmente, el esbozo de la otra.
Destacado este episodio, no se puede decir que los demás no estén interpretados también por excelentes actores: Claude Rich, Michel Bouquet, Michel Lonsdale. Pero salvo quizás al del primero, que podría, de durar más su aparición, haber seguido el camino del de Denner, los otros dos -y no digamos el de Boulanger-los presenta como bastante mezquinos y, como tales, despreciables.
En cuanto a la rival de todos ellos, a Jeanne Moreau, ayer, la verdad, la vi demasiado mayor para su papel. Debía estar por la cuarentena y ya no tenía el tipo para encandilar a unos ligones como, en la pantalla, Rich, Brialy o Denner.
Y en cuanto a la película en global, la sorpresa de ver una cámara y montaje tan dinámico, tras el estilo vertido en “Fahrenheit 451”, regocijarse con la aparición de unos cuantos de sus divertidos y eficaces secundarios (Marcel Barbet -productor de la productor a de Truffaut, Films de la Carrosse- como introductor a la investigación policial sobre Mlle Becker; Jacques Robiolles como estrambótico portero de la finca de Claude Rich de la que cae, volando por todo el barrio de Cannes, el chal de Jeanne Moreau), apreciar el homenaje que Truffaut le hace a la bellísima Alexandra Stewart (muy amiga suya, se refería a ella en las cartas a Helen Scott como “mi amada canadiense”), y dejar para el recuerdo una feliz frase del chistoso pintor que encarna Denner: “Mi padre siempre nos decía que el champagne era la leche de los mayores”.
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