Del travelling que menciono, con los pensamientos dubitativos de Chrly en off.
“Tirez sur le pianiste” (François Truffaut, 1960; ayer en la Filmoteca) acabó siendo una de las películas que más desesperó a su director, que casi no quería hablar de ella y prefería darla por perdida cuando Helen Scott buscaba por todos los medios que tuviera en Estados Unidos la buena distribución que nunca alcanzó en Francia. Pero, a decir verdad, no funcionó en ningún lado. Y, sin embargo, película desigual donde las haya, yo diría que contiene unas cuantas de las mejores secuencias de todo lo rodado por Truffaut.
De alguna forma uno llega a entender, viéndola inmediatamente después de “Les Mistons” y de “Les 400 coups”, las razones de su floja recepción por todas partes. Nadie se esperaba esta alocada adaptación de novela negra por parte de quien había presentado esas dos otras películas. Debió desconcertar, sin duda, esa convivencia tan extraña entre escenas extrañamente serias, muy dramáticas, e inmediatamente otras de lo más guasón.
Es, primeramente, una de sus películas con más y mejores travellings. Pau Pérez me hizo notar hace bastantes años el detalle de que en el primero y más famoso de ellos, en el que Marie Dubois y Charles Aznavour salen juntos del bareto donde el segundo toca el piano, se ve a la primera de cambio la sombra de la cámara que registra la acción. Me inclino a pensar que sucedió por tratarse de relativos novatos en el mundo del cine y decidieron dejar ver la sombra en el montaje final, para no tener que volver a rodar un plano tan complicado, pero también sería lícito pensar que lo dejaron ahí con satisfacción, avanzándose en muchos años a ciertas historias de metacine hoy imperantes.
La pareja de gangsters, tan acentuado su carácter de farsa, sería mucho más digna del primer Chabrol que no de Truffaut, pero en cambio la película contiene observaciones de una retorcida obsesión amorosa inequívocamente triffautianas. Ahí está para demostrarlo esa frase de Lena dándole a conocer a Charly/Antoine su pasión de siempre por él:
-El día de tu cumpleaños, cuando propuse que nos besáramos todos, era sólo para que tú me besases.
O ese pensamiento en off de Charly, diciéndose a sí mismo que Clint, el dueño del bar, aún gritándole a Lena, por otra parte la mujer con la que él acaba de hacer el amor, la desea profundamente y por eso mismo merece su perdón.
La visión de ayer me alertó de que la escena que siempre recuerdo (del flashback de la película) como expresión de un elemento típico de Truffaut podía no ser como he pensado hasta entonces que era. Hasta el momento veía y valoraba la reacción de Edouard Saroyan tras las explicaciones de su mujer Therése (Nicole Berger) sobre las razones de su estado depresivo, esa huida pese a que su cabeza le dice que no debe dejarla abandonada ahí en ese momento y ese regreso súbito a la habitación para ver que la nueva decisión ya es demasiado tardía, como ejemplo del carácter contradictorio del amor, y expresión de cómo esas contradicciones afloran inconsciente pero explosivamente en varias de sus películas. Pero hoy un ruido que creo haber oído en la banda sonora me estaría diciendo que la reacción de Edouard no responde a ese carácter suyo…
Una última reflexión por mi parte tras ver la película: la que hace referencia, más allá de la perseverancia en actores de sus películas anteriores (el niño Fido destacaba ya en “Les 400 coups” aún siendo ahí un personaje sin diálogos), a ciertas obsesiones que le hacen a Truffaut repetir ideas en varias de sus películas. Ahí está ese relato oral de la historia que constituirá el final del hombre que amaba a las mujeres en la película de ese título, o ese final en la cabaña de zona montañosa nevada, que recuerda mucho al final de una conocida obra de cine negro norteamericano, pero también constituye el final de “La sirena del Misisipí”.
Michelle Mercier en su papel de familiar vecina prostituta. Habrá que esperar a “Baisers volés” para confirmar si es cierto lo que recuerdo de que la escena esa de enseñar o no los pechos (rapándoselos en ese caso con la sábana, asegurando que así funciona eso en el cine) se repite ahí.
Baby Lapointe cantando “Aveline et Framboise”. Más tarde Truffaut llamaría cariñosamente Framboise a Françoise Dorleac. Hennon cita alguna declaración de bastante posterior de Truffaut diciendo que Lapointe era uno de sus tres cantantes preferidos.
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