viernes, 24 de octubre de 2025

Dieu sait quoi


Pues sin que recomiende a todo tipo de público su visión, porque la mayoría seguro que me maldecirían tras verla, me ha resultado muy atractiva la película “Dieu sait quoi” (Jean Daniel Pollet, 1994), que pasaron ayer en la Filmoteca y volverán a pasar el próximo miércoles.
Poco esperable de un director -eso sí, siempre muy alabado por la crítica cahierista- del que has visto unas cuantas películas previas como la “Rue Saint Dennis” del “Paris vu par” o “L’amour c’est gai, l’amour c’est triste” que no se parecen a ésta ni por asomo.
Homenaje a Francis Ponge, un escritor que desconozco, pero veo ahora que escribió obras como “Le parti pris des choses”, en el que daba cuenta una a una de todas las sencillas cosas que le rodeaban, la película es un festival del travelling lateral, pero muchas veces circular, sobre ya sea aspectos de la naturaleza -aparecen sobre todo el agua (con un elogio a la lluvia que quisiera rescatar para un próximo “Ombres Mestres”), el agua primero transparente de cabeceras de ríos, luego del mar, las piedras, e incluso, para completar los elementos, el fuego-, pero principalmente de bodegones formados a base de potes y otros envases.
Estos “bodegones” colocados sobre mesas de exterior hacen danzar la cámara a su alrededor, hasta que siempre el círculo acaba por captar un árbol frutal y la casa provenzal que precede. Pero el giro no acaba ahí, sino que sigue, siempre la voz de Michael Lonsdale envolviéndolo, diciendo las pensamientos poéticos y filosóficos que Pollet nos va a través de él vehiculando. Y si no es Pollet, es la música de Antoine Duhamel la que se suma a las imágenes, haciéndose dispersa y algo hiriente en un momento en que las imágenes abandonan el campo o el mar, para caer en una ciudad asaltada por anuncios de todo tipo.
En un momento esa voz en off nos dice algo que puede ser clave para captar lo que nos va presentando la película, algo así como “El hombre hará maravillas si desciende a las cosas, como ha de llegar a las palabras para hablar de todo”
Hay otro elemento que define también la película: la repetición. No sólo de los basculantes movimientos de cámara (que me han recordado en algún momento los de “La región centrale” de Michael Snow, si bien mucho más cercanos a lo humano), sino de la propia lectura de texto de Lonsdale, siempre volviendo a precisar lo ya dicho.
Un plano de los que se repite, como todos muy estudiados sus encuadres para ofrecer imágenes que se quedan grabadas, está registrado en el interior de la casa. La cámara va de una fotografía de Ponge, con su máquina de escribir abajo, pasando por una mesa de trabajo con unos libros en lectura estratégicamente dispuestos y con un fondo en la pared de dibujos de colores de los que hizo Matisse en sus últimos años, para llegar a un rincón con una televisión permanentemente encendida donde inicialmente me he dicho si no pasaba únicamente películas griegas en homenaje al Mediterráneo, pero que luego he visto que también pasaba imágenes de un personaje de otra de las películas de Pollet.
En ocasiones, el papel de colores de Matisse se sustituye por fotografías, como la de una escena con Chaplin o el retrato de Picasso. Y por el final es Philippe Sollers quien habla nada menos que de Satán, lo que me hace pensar que Pollet ha hecho una película muy personal, en la que está hablando de sus cosas apreciadas, pero también del final de su goce por ellas.








 

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