Presentación inicial. Mireia habla y la traductora simultanea va traduciendo al oído de Marin Karmitz, que parece Salud fecho de lo que va oyendo.
El último acto oficial con la presencia de Marin Karmitz al que asistí estos días fue a la presentación y debate de la sesión de “Bleu” (1993), el primer episodio de la trilogía de Krzysztof Kieslowski, de la que, como de toda la trilogía, nuestro hombre de MK2 fue su productor. Su pase en la Filmoteca correspondía a la segunda sesión de la Semana del Cineclubismo Catalán de este año, organizada por la Federación Catalana de Cineclubs.
La primera de ellas fue como se produjo el contacto entre director y productor. El primero había visto una producción previa del segundo, “Adiós, muchachos” (Louis Malle, 1987) y se dirigió a éste para felicitarlo y ofrecerse para trabajar conjuntamente. Le propuso rodar unas películas sobre los tres colores de la bandera francesa, azul, blanco y rojo o, lo que es lo mismo, Libertad, Igualdad y Fraternidad, los tres principios por los que siempre se había batido en su vida personal, y que hicieron que Karmitz no pudiera negarse, hasta el punto de confesar que había entrado en un enamoramiento del director polaco que ya no le abandonaría hasta que la muerte se lo llevó.
Su puesta en marcha, explicó en otra intervención, que iba siendo traducida del francés por la eficiente traductora simultánea, no fue sin vencer antes una serie de dificultades. Primero hacer entender a Kieslowski que rodar los tres episodios conjuntamente, uno tras otro, y no como tres películas independientes, incrementaba la complejidad del empeño extraordinariamente. A este primer escollo se sucedieron otros durante el rodaje que evidenciaban las diferentes formas de trabajar entre polacos y franceses. Aquí, le tuvo que explicar, es preciso parar a comer al mediodía y no se puede forzar al equipo -que puede dedicar un máximo de cuarenta horas semanales, a más de ocho horas diarias de rodaje y luego trasladarse a descansar a París recorriendo los 60 Km de distancia. El cansancio les podía ocasionar cualquier tipo de accidente del que él, productor, no podía responsabilizarse y, hablado eso directamente con Kieslowski, él mismo le respondió que él tampoco.
Aunque ahora parezca imposible pensar en otra actriz que en Juliette Binoche para encarnar a la protagonista de la trilogía, no era ella la asignada en un primer momento, sino Isabelle Huppert. Pero Kieslowski no quiso saber nada de ella, diciendo que no le iba en absoluto. Eso dio pie a Marin Karmitz a explicar una serie de asuntos que configuraban, según él, el papel del productor, y del que pasó a hablar durante el resto de tiempo. Una de sus responsabilidades, empezó, comportaba reunirse con la actriz con el penoso cometido de decirle que ella no sería la protagonista. Lo hizo. A continuación le ofreció a Kieslowski que lo fuera Binoche, pero la rechazó por encontrarla demasiado joven. Entonces le convenció para que hablara con ella y él se encargó de decirle a la actriz que, sí quería el papel, debía ingeniárselas para ir a la cita con aspecto de unos seis años mayor. Tras el encuentro Kieslowski le llamó entusiasmado: sí tenía la edad precisa y sería ideal para el papel.
Sobre la relación entre la responsabilidad del productor y la libertad del autor empezó, tan categórico que desató unas cuantas risas del auditorio, diciendo que estaba firmemente en contra de la libertad total y, volviendo a lo que ya le había oído por la mañana en la ECIB, que todo obligaba a acordar las limitaciones a respetar.
Mireia le azuzó un poco preguntándole cómo, siendo como era tan contrario a mostrar la violencia, en el mismo “Tres colores: Bleu” el personaje de Binoche presenciaba una escena muy dura y, aunque la cámara se separaba de ella, seguía sonando en la banda sonora, causando de ese modo, sí cabe, una intranquilidad mayor. Él respondió, categórico, que la violencia es consustancial con nuestro mundo, y no se debe ni puede, pues, huir de reflejarla en el cine, pero de lo que él estaba diametral y visceralmente en contra era de la violencia como espectáculo, con visiones de cerebros que estallan y otras delicias similares que desde hace unas décadas tanto abundan.
Un espectador le lanzó la pregunta de cómo veía él, con su experiencia y conocimientos, el futuro del cine. Se lo pensó un poco antes de responder y admitió que con pesimismo. Puso un ejemplo de un primer elemento que le llevaba a ese sentimiento. Él tenía a bien afrontar por él solo sus películas. Ahora, para poner en marcha una producción, se ha de esperar a tener a priori la ayuda de muchos, esperar a tal o cual subvención, etc, y todo queda paralizado hasta ese momento. Por la mañana nos había explicado que él arriesgaba su patrimonio personal para poner en marcha el proyecto, y luego trabajaba para igualar el presupuesto con otro tipo de aportaciones. La situación actual se traduce en una enorme pérdida de libertad personal creadora.
Otro punto que justifica su pesimismo es la ausencia actual de una formación cinematográfica del público que no se ha abordado cómo se debiera en los colegios y antes se daba, en cierto modo, mediante la propia televisión, cinemateca, y cineclubs.
Un tercer elemento que le entristece y le lleva a su negativa opinión sobre un inmediato futuro del cine, y con esto acabo, es que observa en las nuevas películas una vuelta del academicismo. Se acabó la asunción de riesgos expresivos.
Tres colores: azul.
Kieslowski
Inicio del coloquio. Casi todo el público se ha quedado para oírlo.
Al final de la sesión, una joven espectadora aborda tímidamente a Marin Karmitz, quien la atiende amablemente.
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