martes, 21 de mayo de 2024

La puerta del infierno

El samurai ha depositado en el suelo, tras transportarla, a la mujer que se ha ofrecido a suplantan, para salvarla, a la hermana del emperador.en el turbulento momento del golpe de estado. En ese momento llegará otro que, viendo el hermoso vestido que luce, sospecha es la mismísima hermana del emperador

Ella, sopesando, en pleno dilema.

El samurai le conmina: o se te me entregas o morís todos.

La escena con Warutu, su marido, felicísimo, ignorante de todo lo que el otro y ella, cada uno por su parte, traman.

La tenía esperando en Filmin. Ese nervioso principio de “La puerta del infierno” (Teinosuke Kinugasa,1953), con el entrecruzar de katanas de samurais, mujeres que huyen despavoridas por sus aposentos entre defensores alcanzados por alguna flecha y, sobre todo, esos cortantes y desesperados diálogos, que informan de que están asaltando el castillo Nijo de Kioto, en lo que es un auténtico golpe de estado, y se solicita una voluntaria para suplantar a la hermana del emperador, me supieron anoche a “dejà vu”.
Tras eso he estado todo su metraje pensando qué película de Mizoguchi -habia de ser él- había tratado exactamente ese mismo tema, pero en blanco y negro en vez de en los saltones colores pastel, salvo en muy específicas ocasiones vivos colores, que inundan y destacan enormemente en la película de Kinugasa.
Ese continuo pensar a qué película correspondía esa otra versión en blanco y negro que tanto recordaba (ese asalto al carromato en el que va la supuesta hermana del emperador, ese otro samurai que cree distinguir, ahí postrada, a la dama por sus ricos atabíos, cómo el samurai que la ha conducido y defendido queda prendado de ella y pide, en compensación, su mano, que le es concedida sin saberse que ya está casada) me ha mantenido un tanto distante de la película, y ha debido ser por su final donde me rindiera incondicionalmente a su poderío.
Impresionante, enormemente delicada, la serena e intensa escena en la que ella, atrapada por la violenta e irrenunciable decisión del samurai, habla con su marido, éste contento del caso que le hace, y se nos va desvelando a nuestros ojos lo que ella ha tramado para no caer en la inapelable decisión del samurai.
Todo ese final se desarrolla de forma magistral, manteniendo una intensidad insuperable, hasta el momento en el que el samurai se corta la coleta, vemos la llamada puerta del infierno y la cámara se eleva hasta ver cómo unas nubes se desplazan detrás suyo, por el cielo.
Ni Mizoguchi, ni mucho menos Ozu, cuyo cine no se vio en Occidente hasta una vez fallecido: fue ésta película la que, presentada en 1954 en el Festival de Cannes, cautivó a todo el mundo por todo “lo japonés” que mostraba, siendo orgullo de todo festival cinematográfico, desde entonces, aportar una obra de ese país en su certamen.
Me puse luego a buscar cual podría ser la versión de Mizoguchi, pero he llegado finalmente a la conclusión de que no existe. Si no fuera que recuerdo haberlo visto hace no demasiado, podría ser esta misma la vista, en el UHF, cuando la televisión era en blanco y negro. Pero no.

No he sabido quitar ese “next text” que ensucia el fotograma…

El samurai, desconsolado, se corta la coleta, que pasamos a ver en primer plano a continuación.
 

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