Philipp Engel y Bruno Dumont, en el escenario de l’Auditori del CCCB, En la mesa, entre ellos, la placa - premio del D’A que acababan de otorgarle. En este certamen del festival hay placa para él y Joanna Hogg, además de la correspondiente al premio honorífico para Bela Tarr.
Poco antes de la sesión, Oscar Fernández Osorio me enseña la fotografía que acaba de hacer a Bruno Dumon. El rayo de luz que cruza el retrato en mi fotografía debe ser la espada de luz, estilo Guerra de las Galaxias, que aparece un par de veces en “L’empire”.
Festival D’A - 3 y 4
La pregunta que se imponía hacer a Bruno Dumont, hasta el punto que ayer era interesante ir para ello a la entrevista que le iba a hacer Philipp Engel, era qué le había pasado para dejar atrás la intensidad, impregnada de un cierto halo metafísico, de sus películas iniciales y pasar a esas últimas películas en las que predomina un tono caricaturesco total.
Pero ya respondió a eso, por su propia cuenta, ayer, en la presentación en el festival de su último film, cuando comentó que llegó a hartarse de hacer un cine tan trágico. Que haciendo “Camile Claudel”, que no es precisamente una pieza chistosa, se dio cuenta que se reían mucho él y Juliette Binoche, y se quedó pensando la jugada. Hizo entonces “P’tit Quinquin”, que era también un tema trágico, pero lo vendió como comedia… y funcionó. La vida tiene elementos de tragedia y de comedia a la vez, las fuerzas del bien y del mal generan siempre algo complejo, que hace intervenir esos dos mundos. Esa es la condición humana.
Será eso que tan sólidamente defiende u otra cosa, el caso es que “L’empire” (2024) me parece lo que en Cataluña se llama una “poca-soltada”, pero al tiempo es verdad que te ríes con unas cuantas de sus ocurrencias (quizás no tanto como con “Ma loute” (“La alta sociedad”)… y también llegas a apreciar en ella, por encima de las animaladas que se ven, que por momentos pone en juego y afloran a su superficie temas de gran vuelo. Y que él -quedó claro el domingo- valora igualmente tanto sus primeros films como los de su segunda etapa, diciendo que siempre se plantean los mismos temas en todos ellos.
Ya personados en el Auditori del CCCB ayer, Philipp Engel le preguntó de buenas a primeras de dónde le surgió ese misticismo latente en sus primeras películas como director. Su respuesta fue que no le surgió por el mismo cine, sino por su formación filosófica, por la que tuvo que plantearse las eternas cuestiones del bien, el mal, etc. De ahí le vino lo de hablar de otra forma, cinematográficamente, de cuestiones muy complicadas. Y esa ha sido su pauta de actuación siempre.
A partir de ahí, añadió otro dato sobre su idea previa a la gestación de su primer film, “La vie de Jesus’” (1997). Tenía por entonces un amigo con el que lo pasaba francamente bien, le gustaba mucho estar con él, pero resulta que tenía un problema: era racista. Dijo ayer que rodó “La vie de Jesus” para saber lo que tenía en su vientre ese chico, al que dibujó en el papel del protagonista, Freddy. De la misma forma, para saber por qué Freddy era malo, se embarcó recientemente en el rodaje de “L’empire” (2024). Allí se explica todo: era malo porque era hijo de Belcebú.
Volviendo a lo del tono de tragedia o de comedia de sus películas, señaló que hizo “L’humanité” ya sintiéndola como “p’tit Quinquin”, pero se frenaba él mismo. Con la serie (“Quinquin”) ya no se frenó. Trataba un tema serio, pero con puesta en escena de comedia.
Bruno Dumont se caracteriza, aunque ha llegado a rodar con grandes estrellas, como Juliette Binoche o Léa Seydoux, por utilizar en sus películas, incluso en papeles protagónicos, a actores no profesionales (“naturales”, les llamó él todo el rato), del mismo sitio en que se localiza la acción. Sobre esto versó mucho rato el coloquio.
Sostiene Dumont que tanto con el actor profesional como con el “natural” se ha de actuar buscando su registro. El actor natural no puede, evidentemente, ponerse a interpretar otros papeles que los que tienen en la vida real, como sí hace el profesional, que llega a captar en su mente el ideal del personaje. Son limitados, pero esa limitación es un tesoro, porque te obliga a pensar una puesta en escena acoplada a ellos. Explicó sobre esto una cosa muy divertida y a la vez muy significativa sobre el actor “natural” más característico de las series de Quinquin, el que hace del Comandante, que también aparece ahora brevemente en “L’empire”: Son tan limitados estos actores que no saben moverse por donde les dices, les tienes que poner toda una serie de marcas en el suelo y entonces se pasan todo el tiempo mirándolas, para no equivocarse. Pero, gracias también al montaje, de todo eso los espectadores no se dan cuenta. Viendo esas continuas miradas suyas al suelo, piensan que está actuando, creando su papel la mar de bien…
Igual que con los actores naturales hay que encontrarles su registro y limitarse a él, adaptando toda la puesta en escena para ello, con los profesionales, que son compositores de un carácter, también hay que encontrar su tono, la forma. Se debe ir regulando “el color” de su actuación en diferentes ensayos (lo que resulta un trabajo muy satisfactorio para ellos) y tienes el montaje para escoger el que más conviene. Pero también has de adaptarte a las características de cada uno de ellos. Preparando “France” se dio cuenta de que Léa Seydoux era muy divertida, y cambió todo lo pensado sobre su papel, que no era en principio cómico.
Sobre otros aspectos, como el del uso de los guiones, Dumont opina como también explicó Tarr el otro día: son útiles para facilitarlos y convencer a productores y financieros, pero nada más: papeles.
Por el final de la sesión dió una serie de pinceladas sobre la esencia de lo que persigue con su cine que me parecieron de gran interés. Las enumero aquí escuetamente:
-Yo no soy moralista. Procuro sólo mostrar, sin indicar lo que en mi opinión está bien y lo que está mal.
-Procuro encontrar formas con las que desequilibrar al espectador, hacerle salir de su posición de confort con todo aquello que conoce y se siente cómodo.
-También intento forzar a los actores procurándoles choques. Un ejemplo (ahora no sé si era de “L’humanité”): rodé la escena de amor sin ella, con lo que la pareja del actor era una pared. Choques de éstos ofrecen siempre resultados.
Acabó confesando las dificultades, cada vez mayores, con las que se encuentra para hacer su cine. Lo resumió con esta frase: “La gente ve el cine como lo real, cuando deberían verlo sólo como una proposición. Debido a esto, no quieren que ironices sobre la gendarmería, sobre los gordos, etc…”. Te van limitando.
Buscaba un fotograma de “L’empire” en el que éste grupo de compagnons van en sus blancos caballos (los vemos de espaldas) por el medio de una calle con casas a cada lado, para comparar el plano con otro muy parecido de “La vie de Jésus” en la que una serie de mozalbetes van agrupados en motocicletas, pero no lo he encontrado. Pero bueno, éste similar puede servir.
Y se correspondería con éste de “La vie de Jesús”. Dumont siempre rueda (como Kubrick, pero sin alterar los escenarios) cerca de su casa, por Pas de Caláis - Le Nord, y ese paisaje impregna todas sus películas.