Es curiosa la aparición de series de tv que quieren polemizar y de hecho hacen polemizar hasta la saciedad a la audiencia, dividida entre entusiastas partidarios y acérrimos detractores, dejando un despoblado campo central para los que le saben ver sus aciertos, pero también sus puntos -de tanto forzar- débiles.
Ahí bien cerca tenemos el caso de “Adolescencia”, que prendió la mecha hace bien y, habiendo pasado por una plataforma tan popular como Netflix, ha hecho hablar de ella muy rápidamente, con esa oscilación clásica, de entusiasmo por parte de sus primeros espectadores, para a continuación empezar a surgir detractores, que hacen caer en los excesos que comporta, que, posiblemente, son también los que la han llevado a su mismo éxito.
Pero si la británica “Adolescencia” ha llegado al éxito mostrando claramente, sin fisuras, lo que quería transmitir a sus espectadores, la francesa “La fiebre” (Eric Benzecri, 2024, en Movistar), que según parece ha cosechado un éxito enorme en su país de origen, hace dar, según aprecio tras ver sus dos primeros capítulos, muchos más tumbos a las cabezas de los espectadores, hasta el momento con la constante de hacerles ver que los comunicólogos pueden apañárselas para exacebar a la audiencia ante una actitud de un personaje público o, dándole la vuelta, y sin solución de continuidad, endiosarlo.
Sam (Nina Meurisse) es una socióloga y comunicóloga de una agencia de comunicación que quiere sacar las castañas del fuego a un presidente de un club de fútbol (Benjamín Biolay) cuando su máxima estrella, un jugador negro, ha golpeado ante la vista de todos a su entrenador -blanco- acusándolo de algo así como blanco explotador. Por su parte, Marie Kinsky (Ana Girardot, quizás bautizada en la serie con ese apellido para asociarla con el famoso actor y su a veces diabólica personalidad) emite un programa personal que crea tendencia y se pone a disputar una tras otra las ideas que la primera va teniendo para que pase la tormenta mediática.
Queda claro que “la buena”, la de buenos sentimientos, con la que el público se ha de identificar, es Sam, pues lucha contra las ideas “extremistas” de un extremo y el contrario -ahí se ve uno de los fondos ideológicos de la serie- para que nadie salga malparado y la batalla no se trasmita a la sociedad, además de servirnos los problemas de su vida privada para acabar de hacérnosla simpatizar y que queramos que triunfe, mientras que “la mala” es Marie, con una vida mucho más depravada y que sólo busca la notoriedad. Pero por exigencias arguméntales, de intriga, ambas tienen un pasado común en el que eran uña y carne, y tendremos que esperar para saber qué pasó para que se distanciaran como lo hicieron.
Por mi parte seguiré viéndola, pues el juego rápido de adopción de una postura de comunicación a la audiencia y luego el contrario te hace pensar que estás ante una propuesta inteligente. Espero que esa impresión no se deshaga como un azucarillo, que no decaiga al incrementar alguna deriva sentimentaloide que ya se ha visto fugazmente (la peor hasta el momento, una muy evidente música de una secuencia para transmitir tristeza ante una situación), o subiendo la impresión de manipulación hasta el punto de alejarme de su visión antes de que acabe la temporada, de ocho capítulos.
Pero, para entonces, pasen, vean, y polemicen…
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