sábado, 29 de junio de 2024

Obediently yours: Esteve Riambau

David Lean, en su silla, recibiéndonos desde la pantalla. A la derecha, Oscar Fernández Orengo, atento a todo con su cámara.

Una fila cero que era, en realidad, la fila diez. Esteve Riambau con familia y equipo de la Filmoteca. Muy cerca suyo, de negro, su sucesor, Pablo La Parra. Mariona Buzzo, la responsable del servicio de restauración y conservación de Terrassa, de pie, tapa al anterior director, Roc Villas.

Con la Consellera de Cultura.

Y con Octavi Martí y Rosa Vergés.

Lleno absoluto ayer en la Chomón, la sala grande de la Filmoteca, y poco antes, al llegar, ambiente de gran acontecimiento, reencontrándose gente que hacía mucho tiempo que no se veía. Seguramente nadie había ido atraído irresistiblemente por las cuatro piezas cortas programadas, aunque éstas estaban, ciertamente, muy escogidas para ligar con el objetivo de la sesión.
Y es que Esteve Riambau se despedía de la Filmoteca tras catorce años, que no son pocos, como su director. Las cuatro piezas hacían mención de cuatro aspectos de Riambau en su íntima relación, a lo largo del tiempo, con el cine, y podían servir, entonces, para encauzar un poco la verdadera pieza fuerte de la sesión, esto es, la conversación a desarrollar con él por parte de Octavi Martí (que compartió con él, además de la crítica en revistas cinematográficas, gestiones directivas en la misma Filmoteca) y Rosa Vergés.
“Obediently yours: Esteve Riambau”. Así tituló su sesión de despedida él mismo, cortésmente, al tiempo que citándonos, desde un principio, su permanente ligazón con Orson Welles.
Se apagaron las luces y en una esquina delantera empezó a sonar Nino Rota, interpretado por Maurici Villavecchia (acordeón) y Horacio Fumero (bajo), para enlazar en seguida con el tema de “El tercer hombre”. Acabadas estas piezas, que sonaron extraordinariamente bien, en la pantalla se desarrolló de forma encadenada un carrusel de fotos que hablaban, desde la ceremonia de colocación de la primera piedra y luego la inauguración en 2012 del edificio en que estábamos, hasta la llegada en 2024, entre otros, de Bela Tarr (la foto del cual, por cierto, cierra el reciente libro de retratos de los “Cineastxs” que han pasado a lo largo de los años por la nueva sede de la Filmoteca en el Raval), de doce años intensos, ricos en proyecciones y grandes nombres del cine paseándose por Barcelona.
-¡Qué bien planificado que lo tenía todo! -me digo, disfrutando de un carrusel (¡debería colgarse públicamente!) que desmiente la idea que tenía en la cabeza, de que Esteve Riambau no había cambiado nada: las fotos proyectadas demuestran que sigue igual, pero en mayor. Fue lo que poco después, a la vez que desmintiendo mi idea formada, porque comentó que esa parte había sido una sorpresa que no se esperaba, caracterizó como “desfile de peluquería, cada vez menos cabello y más blanco”.
Tras el carrusel se encendieron las luces y apareció él acompañado por la Consellera de Cultura, Natalia Garriga, accediendo a un atril que dejó claro él tampoco había hecho colocar ahí. Sin dar aún la voz a la Consellera, accedió al micrófono:
—“Por alusiones me toca hablar”. E inicio una larga ronda de agradecimientos a su equipo, a entidades y al público.
Dejando en evidencia que la inexpresividad que le adjudicaba Jacinto Antón el otro día en un artículo de El País tenía sus grietas, por primera vez en la vida, después de haber alargado ya antes sospechosamente una frase, vi que se le rompía la que estaba diciendo por la emoción: estaba señalando unas rosas situadas encima del piano de cola de la otra esquina, y evocando a Joan Pineda, como él médico, quien había acompañado con su música en ese piano innumerables films del periodo mudo.
La Consellera de Cultura habló como tal -elogiando como se debe la labor realizada estos años-, pero sobre todo como amiga, en un discurso que no se vio nada formal ni distante. Acabó -volviendo a su cargo- indicando que estaba a punto de salir del horno la Llei del Institut de la Filmoteca, que iba a significar la emancipación de la institucion (habrá que estar atentos), y acabó fundida en un abrazo con el homenajeado.
El mismo Esteve Riambau llamó a subir entonces al ‘stage’ a Octavi Martí y a Rosa Vergés, justificando la presencia de la segunda explicando que en una antigua conversación le dijo que organizaba tan bien las cosas que querría que le organizara su funeral. De éste orden debía pensar era lo que estábamos celebrando…
Confieso que esperaba con ansiedad las preguntas de Octavi Martí, seguro de que tendrían un buen mordiente. Empezó confirmándolo, ya que la primera pregunta que le hizo hacía alusión a los cabellos blancos que Riambau había visto florecer en su cabeza en las fotos. Recordó una frase (precisada su autoría y detalle por Riambau, siempre con una memoria prodigiosa para estas cosas, como demostraba de otra manera en las increíbles sesiones en las que actuaba de traductor) de Serge Toubiana, entonces director de la Cinematheque Française y a la sazón enarbolando unas notorias canas: “Hay que hacer la guerra a los cabellos blancos”. La pregunta era, claro, para saber si se había ganado la guerra y logrado una audiencia joven en la Filmoteca, y Riambau contestó con los ejemplos de los casos de las visitas de Tarr y de Ernaux, que es verdad distaban mucho del público medio -sobre todo inicial- de las salas del Raval, esto es, jubilados llevando una bolsa del Caprabo con varias de sus existencias.
Pero en general tuvo Esteve Riambau suerte de contar con dos personas que le facilitaron, con sus preguntas que parecían compradas, efectuar un repaso bastante completo, cada uno con su respectiva anécdota asociada, a los diferentes servicios y actividades desarrollados por la Filmoteca. Se pudo extender, y surgieron de ese modo explicaciones sobre la ubicación de las salas en un barrio tan conflictivo (confesando Riambau la inicial existencia de advertencias de amenazas chungas -“la última fila estará siempre llena de pajilleras”- y apocalípticas), la colaboración con instituciones (y las múltiples complicidades establecidas), el orgullo por la nómina de invitados recibidos (no hubo forma: Martí y Riambau acordaron callarse algún que otro fiasco que tuvieron, y no se movieron de ahí), la reunión en Barcelona de la FIAFF, los políticos que se acercaron alguna vez (dos ex-presidentes de la Generalitat: Pujol-de quien Riambau explicó que estaba preocupado por la posible obsolescencia de todo esto del cine y a quien, a parte de esto, sólo le sacó su aprecio por Cyd Charisse- y Maragall -que se mezclaba discretamente con el público, aunque ya iniciada su enfermedad al poco de inaugurar la sede del Raval-, para tener que esperar a estos últimos años para que un President en activo -Aragonés- pisase la Filmoteca).
Y las preguntas de esos dos entrevistadores decididamente vendidos a la causa también sirvieron, por sí fuera poco, para repasar el estado del arte del cine y la conservación del mismo. Esto es, lo incierto y caro, paradójicamente, de la solución digital, debido a los constantes cambios de tecnología, volviendo a efectuar Riambau esa aseveración que a primera escucha extraña, de que es el soporte analógico el único que por el momento ha demostrado poder garantizar su conservación.
Así las cosas, viéndose Riambau tan amablemente entrevistado, cuando en realidad se esperaba recibir preguntas comprometedoras, casi fue él mismo el que estuvo a punto de lanzar los dardos. Ajeno al proyecto arquitectónico de la sede del Raval, acordado cuando aún no estaba en el cargo, confesó que tuvo el morbo suficiente para ir a ver los otros proyectos presentados, si bien no explicó nada de ellos. Cuando Octavi Martí le preguntó por las secciones adicionales a las salas de exhibición (biblioteca, sala de exposiciones, archivo,…), refiriéndose a ellas como “la parte sumergida de la Filmoteca”, se le vio aliviado contestar que pensaba que se refería a las inundaciones que sufrieron y que tanto mal les hizo. Y así…
Con todo esto nos acercamos a los noventa minutos de conversación larga y sustanciosa, cuando yo temía viendo el programa que, como suele pasar en estos casos, faltase tiempo por todas las costuras.
Pasamos finalmente a lo que Riambau llamó “la degustación” planificada. Dos piezas que justifican su amor y dedicación al cineasta Chomón y a la productora Laya -hasta el punto de nombrar así las dos salas-, un recuerdo de su sempiterno Orson Welles mediante una película rodada cuando debía tener 19 años y un cortometraje de su propia autoría.
Aunque quiso quitar hierro a lo que era y significaba en su vida este momento del relevo, ¿qué más claro que acabar la sesión de su despedida proyectando un cortometraje que, como él mismo confesó, hizo para homenajear a sus padres?
Quiero, por un momento, ponerme en la mente de Pablo La Parra, el que será a partir de julio, de aquí a dos días, nuevo director de la Filmoteca. Se le veía bien, tranquilo y divertido, incluso cuando, acabada la sesión, Esteve Riambau, como se debe continuar haciendo tras las ceremonias de boda, le pasó el ramo de novia (ver las fotos, como todas, de muy mala calidad, ya sea por la distancia a la que me toco la butaca en una sala Chomón llena, ya sea por la poca luz del entorno). Viendo todo lo que vio durante esas casi dos horas y media, debía pensar internamente que vaya el nivel al que le había situado la apuesta. Realmente difícil de alcanzar.
Se me hizo otra vez demasiado largo el escrito, y lo publico más tarde de lo habitual, pero es que luego aún hubo cena, y traslado tardío a casa, y luego ponte a escribir dando cuenta de tanto. No es fácil, y no supe, dar dos o tres notas clave. Podría haber dicho, eso sí, que fue una de las noches clave de la Filmoteca.

No sé quién de su equipo tuvo la feliz idea de darle un ramo de flores, de novia. Él miro de reojo a su sucesor…

Y le encasquetó el ramo.

Óscar Fernández Orengo se percató y pidió, para la posteridad, la repetición de la jugada.

Y ahí que la inmortalizó.

Al llegar a la Filmoteca, caras conocidas en -a veces- reencuentros. Por ahí estaban ya, entre otros muchos, los de tierras gironinas Imma Merino y Àngel Quintana, y más tarde, en el vestíbulo y abajo las caras conocidas se repitieron un montón. En la foto Tomas Delclós junto a Martí Rom, quien está oyendo decir, encantado, a Ferran Alberich que la restauración de su “Miró i Mont-roig. D’un roig encés” ya está casi a punta de caramelo, y valorando aspectos de su primeriza puesta en escena.
 

viernes, 28 de junio de 2024

Penal Cordillera


Dicen que el Teniente Coronel Tejero estaba a cuerpo de rey en su prisión del Castillo De San Fernando, en Figueres. Por lo menos, sé de forma directa, por un alférez que tenía que ir de guardia de tanto en tanto desde el CIR de Sant Climent de Sescebes, que le daban muy buena comida.
Pero Tejero era ya un pobre diablo, antiguo guardia civil sin mando. Si pese a ello tiene, no obstante, un poco de morbo saber estos detalles que se tenían con él, qué no va a haber respecto a los altos mandos militares chilenos, ya mayores, que participaron activamente en la represión durante la dictadura de Pinochet, recluidos en un penal “hecho especialmente para ellos”.
Por esa razón me he puesto a ver “Penal Cordillera” (“La prisión de los Andes”; Felipe Carmona, 2023), que Filmin ha colgado hoy en su plataforma. Unos cuantos generales (reconozco el nombre de Contreras, quizás otro) parecen, en esta ficción, estar pasando unas vacaciones pagadas. Están al cargo de unos soldados… que les temen y se dejan convertir más bien en criados suyos.
Gente de edad, sus convicciones tomadas por la nueva sociedad chilena por el pito del sereno y el paso de los años van creando rivalidades entre ellos, afectados poco a poco de cierto grado de demencia senil.
Lástima que la película entre bastante en el tema -para mí secundario- de los problemas psicológicos de sus guardianes y, sobre todo, que al final acabe venciendo, en una escena que casi cierra el film, lo grotesco, porque para mí lo mejor de la película está en recoger con buen pulso las lecciones morales que, indignados, sin poder aguantar, ofrecen con lo que creen es una gran prestancia. Seguro que debe tratarse de frases realmente dichas por esta orgullosa estirpe que llegó a perpetrar tan ingeniosas operaciones como lanzar desde un avión los cuerpos desnudos drogados de sus prisioneros en alta mar. Pero claro, estaban defendiendo a la Patria, luchando contra el diablo encarnado en unos cuantos jóvenes.

 

jueves, 27 de junio de 2024

Cineastxs


Como preparación y aperitivo para la sesión de esta tarde de despedida de Esteve Riambau, que deja la dirección de la Filmoteca y se va a casa a investigar y presentar trabajos de documentación que apenas le han dejado tiempo para hacer estos últimos años, me he leído de pe a pa este libro que ha escrito, así como las diferentes dedicatorias que cineastas retratados han dejado y he observado con detalle las fotografías en las que Óscar Fernández Orengo los ha inmortalizado.
Corroboro lo que le he oído decir al mismo Riambau: leyéndolo me ha parecido un buen resumen, que sirve de recuerdo, de lo vivido estos catorce años. Ahí queda lo mucho que se ha podido ver, discutir, aprender.

Únicamente sugeriría, si se agota la edición y se piensa que hay recorrido para otra, un pelo más de calidad en el papel, para lograr unas reproducciones fotográficas óptimas y, ya puestos, personalmente creo que sería bien interesante que Óscar indicara (si no en todas, sí en las principales) por qué el personaje aparece dónde y cómo aparece en la foto, y cómo fue aproximadamente, en pocas palabras, la sesión fotográfica. 

Primeras impresiones



Saliendo de la ciudad…


El mapa de Vallbona desintegrándose para dar paso a la visión de ese territorio.

Lleno de autopistas…


Y otras huellas. Esa perforación de la izquierda porque está ahí a la izquierda y no por el medio, que si no, en ciertas imágenes habría completado la impresión de estar viendo una película rodada en el primitivo 9,5.



Hoy he podido ir, por fin, al MACBA, donde ya hace más de una semana se inauguró la exposición “Una ciutat desconeguda sota la boira”, pero en esta ocasión sólo para concentrarme en “Primeras impresiones” (2023), de José Luis Guerin.
Lo hago así porque me da la impresión de que se ha dado poca publicidad al hecho de que José Luis Guerin esté empezando a dar luz a un nuevo ciclo creativo tan rico como el que le llevó a la Bienal de Venecia y a presentar dos largometrajes después de acudir a Estrasburgo rodando con su camarita su diario personal, a mujeres que nunca conocería y, quizás, en búsqueda de un supuesto recuerdo de una supuesta Sylvia que podía tener algún ramalazo personal, pues no en balde la Berta de sus motivos era Sílvia Gracia, quien en vivo volvía a aparecer en una playa en su “Souvenir”.
Pero, vayamos por partes:
Hace cuestión de año y medio se pudo saber que Guerin empezaba a estudiar y a rodar algo, para trabar conocimiento, en el extremo barrio barcelonés de Vallbona. El MACBA había ofrecido a una serie de fotógrafos escoger uno de los barrios periféricos de Barcelona para una exposición que se inauguraría, como así ha sido, este mes de junio, y él, aún no siendo fotógrafo, había escogido Vallbona para hacer sobre ese barrio una película de un máximo de veinte minutos (ahora lo presentado debe tener unos diez).
Si alguien conoce un poco la forma de trabajo del cineasta, ya supondrá que desde entonces ha estado recabando la -muy escasa- documentación existente sobre Vallbona y localizando con su equipo todo lo rodado por ahí y a personas que le pudieran dar noticia de lo que había sido y era el barrio en la actualidad.
Con muchos de estas últimas inició una larga serie de entrevistas en las que vertió su conocida capacidad para establecer complicidades y lograr registrar lo mejor de cada cual. Llegó a montar sus resultados, lo que él llamaba sus “castings”. A ver si es verdad y pasa lo que en algún momento explicó, de que posiblemente cedería estas entrevistas al barrio, para que tuvieran al menos una historia oral de la que tan faltos están. Ese sería el segundo boleto, la segunda entrega de este ciclo global.
Paralelamente a las entrevistas, él y su pequeño equipo estuvieron rodando realidades de un barrio que, posiblemente, sólo conocía de vista, quizás ni siquiera sabiendo su nombre, al pasar por ahí en coche o tren. Vallbona, como su vecino municipio de Montcada es el único desfiladero entre montañas por el que de forma natural puede conectar por tierra, en este caso por el norte, el llano de Barcelona con el resto de Cataluña. Por esa razón, al igual que ocurre en Martorell por el sur, su término está recorrido por multitud de carreteras, autopistas, ríos (porque el desfiladero existe formado por un río) y vías de tren.
Estas primeras impresiones de situación son las que aparecen primero en el cortometraje: Saliendo de las grandes avenidas con enormes edificaciones de la ciudad, te encuentras con un terreno que conserva algún retal rural, con casas muchas de autoconstrucción subiendo por laderas de montaña o junto al Rec Comtal, un pequeño curso de agua artificial, hecho en su día para llevar agua a huertos y talleres, paralelo al río Besos. Pero esos terrenos están aún salpicados de soportes de anuncios, casas de pisos que parecen haberse escapado de la ciudad y están cruzados, como digo, por un enorme tráfico de camiones, automóviles y vagones de tren.
Poco a poco, tras ese montaje rápido, la cámara va enfocándose, aún con ese ritmo de edición alto, en zonas mas pacificadas, si bien el tren, por ejemplo, va viéndose muchas veces a lo lejos y su presencia de su paso es muy constante en estos primeros minutos en la banda sonora. Son encuadres impresionistas de diferentes entornos, siempre cumpliendo la norma que se auto erige Guerin en sus documentales de dotarlos de algún elemento en movimiento o de insuflar vida gracias al viento que agita las hojas de algún árbol o que aparecen aves surcando el aire y cruzando el encuadre. ¡Aquí aparece hasta una gallina suelta por ahí!
Llegado un momento, desaparece la banda sonora “verista” y en vez de ruidos ambientales suenan unas estrofas de saxo como el que aparecía, cimentando ciertas escenas, en “Guest”. El paisaje se hace humano. Esto es, surgen en cuadro alguno de esos habitantes que parecen estar a enorme distancia de la gran ciudad, manteniendo una forma de vida cuya existencia incluso debió llegarles sólo por relatos orales. Cultivan un trocito de terreno, por ejemplo, y por un momento la pantalla parece dejarse llevar por una japonesa fascinación floral primaveral, hasta el punto de que el blanco y negro que aparece en toda la pieza se convierte, por un instante, en un estallido de color.
Ahí está, posiblemente, el corazón de estas “Primeras impresiones”. Guerin encuentra rincones de vida (de otra vida que en algún momento debió ser posible y que ahora se recuerda) más allá, pero muy cerca, de la ciudad.
Llegamos, en ese viaje, a un momento anterior a las prohibiciones que ahora nos invaden por todos lados. Un cartel junto a un tramo bastante idílico del Rec recuerda la estricta prohibición de bañarse, pese a la transparencia de las aguas. Es entonces que Guerin echa mano de las evocaciones. Una imagen antigua del lugar frecuentado por sus habitantes de entonces y la magia se produce. Dos bañistas queridas se remojan en la corriente y es a continuación todo un grupo de chiquillos que se lanzan al agua como si se encontraran en un remanso de las aguas bravas de un río. Familias enteras entran en los juegos de agua, mientras los trenes que pasan sólo unos metros más allá pasan a un muy segundo término, y todo acaba en un baile al ritmo del cual salen impelidas las bañistas.
Entre la realidad, el recuerdo y la evocación, muchas veces impulsada por ese mismo blanco y negro del S8 en el que están filmadas las imágenes y el granulado producto de su inflado, se mueve la peliculita, sin un solo diálogo ni narración o comentario alguno. Esos estarán, es de suponer, en el largometraje del que este cortometraje puede ser su síntesis, pero a la vez una pequeña degustación sobre todo lo que, finalmente, vendrá.
(Apenas he encontrado imágenes buenas del cortometraje, por lo que, a falta de otra cosa, he ido haciendo fotos de la pantalla, con todos los inconvenientes que eso entraña. Uno inesperado, además, ha sido que muchas han sacado bandas de colores, que he intentado virar a blanco y negro, mientras que me ha sido imposible recuperar el único plano en color).


El gallo.



Un mundo rural. En Vallbona se encuentran las únicas hectáreas de explotación agricola de Barcelona.













 

miércoles, 26 de junio de 2024

Le Capitaine Craddock


Me ha costado bastante poner cada cosa en su sitio, pero debe ser algo así como explico, y es curioso, porque habla de todo un grueso de producción cinematográfica de la época que apenas conocemos.
MK2 Curiosity presenta gratis una película de su catálogo, “Le Capitaine Craddock” (Hanns Schwarz y Max de Vaucorbeil, 1931), con el único inconveniente de ser en un francés que no se oye muy bien y al menos yo sólo he entendido en su mínima expresión (pero dado lo liviano del argumento no es demasiado grave), y que no se encuentra referenciada por ningún lado.
Empezada a ver, tiene la apariencia de una comedieta musical de esas que hicieron furor al inicio del sonoro.
Se trata en realidad de la versión francesa de “Bomben auf Montecarlo” (Hanns Schwarz, 1931), una producción de la UFA alemana, que se encargó también de su versión (al memos) al francés. Para esta versión, cambiaron algún actor protagonista. A Hans Albers le sustituyó Jean Murat, y a Anna Sten, Khate von Nagy, que digo yo que debía saber francés.
En su inicio, la cámara recorre en prolongados y reiterados travellings la cubierta de un supuesto crucero de la marina de guerra de un pequeño país europeo. Uno pesca, otros cuidan unas cabras, otro dormita en una hamaca, y todos cantan, entre otras “Les gars de la Marine”, canción que dice MK2 que se hizo número 1 en ventas.
A esta situación de postración han llegado por falta de dinero, y eso sí capitán piensa solucionarlo acudiendo a Montecarlo y su famoso casino. Allí, junto a unas muy curiosas imágenes de la localidad, entonces entre la sofisticación de la Costa Azul y el mundo rural, el Capitán, gracias a la suerte que le da una chica que no es otra que la reina de su país de incógnito, gana una enorme suma de dinero… y luego la pierde. Para recuperarla, amenaza con bombardear desde su crucero el casino.
Veo que en 1960 se hizo una nueva versión con Eddie Constantine.
Me parece ahora curioso, sobre todo, ese intercambio de nombres protagonistas. Todo da la impresión de unos actores famosos de la época que se ofrecían para lo que les propusieran,sin poner nunca toda la leña en el asador.
Su enlace:

Descansa en paz




Es muy importante, en mi opinión, acertar con la construcción del inicio de una película. Si se ve trabajado y sólido, luego todo puede rodar satisfactoriamente, ya lograda la atención del espectador. Conviene, claro está, que sea una captación de atención honesta, no tramposa.
Esto pasa -al menos me pasó a mí- con el principio de “Descansa en paz” (Thea Hvistendahl, 2024; ayer de estreno en los Cinemes Girona).
Sus primeras escenas, el seguimiento en su casa de un hombre que se ve apesadumbrado y condenado a la soledad, y a continuación una panorámica desde el terrado de su barrio cuando sale en busca de comprar algo, están muy bien, pero es que antes, con los títulos de crédito -letras blancas sobre negro- está aún mejor: un extraño zumbido de fondo puede llegar a hacerte pensar que el sistema de proyección del cine deja que desear o que tus oídos empiezan a flojear, pero pronto te das cuenta de que ese rumor gutural, surgido de las profundidades, ha de estar por fuerza asociado con lo que vas a ver. Y ese zumbido, esa vibración, vuelve a surgir en la panorámica descrita.
Es así que “Descansa en paz” va convenciendo sobre todo vía su muy estudiada banda sonora. Poco después, otro ejemplo, una puerta se cierra con el sonido previo acompasado, muy fuerte, de una especie de tic tac de reloj. Mediante mecanismos de éste estilo, que nunca llegan a los juegos de feria de los films de género, la atención del espectador, imantado por la tensión generada e intentando entender todo lo que se sugiere, es máxima.
Pero no se trata únicamente de mecanismos de la banda sonora: hay una serie de pequeños detalles (fugaz aparición de una foto de familia feliz aun enganchada en la nevera de la ahora gélida casa, ojos llorosos de ella, la seriedad de la dama de la segunda historia relatada, la calavera que aparece fugazmente en el móvil de la chica de una tercera historia, chica que además es adicta a un juego de matar zoombies, luego unas manzanas abandonadas en estado de putrefacción…) que van dando pistas tanto de lo que ha ocurrido previamente a los protagonistas de esas historias como de lo que va a ocurrir después.
Aproximadamente por la mitad de la película, o quizás ya superada incluso ésta, tras dar a entender la realizadora muy elegantemente un accidente y muerte consecuente, y mostrando en general una elegancia elíptica encomiable, tiene llegar un hecho natural/fantástico sorprendente.
Pero seguramente, como ayer señalaba Miguel Martín, lo que sigue no sea más la forma de indicar la comprensible pero irracional tendencia a creer la muerte reparable.
Eso y, con ese hermoso y en cierta forma reparador final, la necesaria, sensata vuelta a la racionalidad.



 

martes, 25 de junio de 2024

Marius


Por fin he podido ver, grabado de TV5Monde, “Marius” (1931), la primera película de la trilogía de Marcel Pagnol.
En la estantería de libros de cine tenía durante muchos años (hasta que quedó irreconocible, quemados sus vivos colores por la luz) una postal que reproducía el cartel de esta película, aunque nunca la había visto. Representaba, en plan caricatura, la partida de cartas del fotograma, segunda imagen de las que ahora cuelgo.
Si “Fanny” (1932), la segunda de la trilogía, la dirigió Marc Allegret y la tercera, César (1936), el mismo Marcel Pagnol, esta primera lleva, sorprendentemente, la firma de Alexander Korda, aunque poco tenga que ver con su universo, de no ser la intuición de esas aventuras a las que se puede enfrentar aquel que va a la otra punta del mundo en un barco.
Es igual: las tres parten del mundo marsellés, del Vieux Port, ideado por Pagnol, que escribió inicialmente las correspondientes obras teatrales, de tanto éxito en Francia como las películas en todo el mundo.
Son las pequeñas historias del propietario del bar, encarnado por Raimu, de sus amigos, de Honorine y su bonito y emplumado sombrero,… en sus diálogos pero más bien monólogos teatrales, llenos de apoyos y subrayados.
Historias divertidas y finalmente melodramáticas, de carpintería teatral, que se desarrollan pues en el Bar de la Marine, frente al puerto y junto al puesto de “coquillage”, historias de indecisos amores de Marius, el hijo de César, entre Fanny y su ansia de recorrer mundo en uno de los barcos que surcan los océanos partiendo de allí..